Las palomas de Echalar y las del BCE

Las palomas de Echalar y las del BCE

A mí las únicas palomas que me gustan son las que pasan por Echalar (Navarra) a comienzos del otoño, que se cazan con redes, según una técnica acreditada durante siglos. Me gustan porque son salvajes, veloces, rebeldes y duras. En mi tierra las guisan durante horas para ablandarlas y en algunos lugares destacados las condimentan con chocolate, como el de los churros. Están riquísimas.

En cambio, las palomas humanas son muy parecidas a las urbanas, todas ellas extenuantes, capaces de aguar un almuerzo en la terraza deliciosa de un gran restaurante en busca de las migajas que vas soltando, demostrando una contumacia insoportable.

La jerga económica, cuya autoría también corresponde a la izquierda universal, decidió hace tiempo distinguir a los miembros de los bancos centrales entre los halcones, partidarios del rigor monetario a toda costa, y las tiernas palomas que se ocupan del bienestar general de los ciudadanos compungidos y en situación más precaria.

Esta izquierda hace lo mismo con todo, y así en España hace décadas clasificó a los jueces entre conservadores -los «fachas», que son malvados- y progresistas -es decir los nuestros, siervos del socialismo benefactor-. 

El caso es que con motivo de la decisión del Banco Central Europeo de subir un 0,75% los tipos de interés, la mayor de su corta historia, las palomas humanas españolas se han vuelto tenaces y agresivas en su oposición. Generalmente ayunas de conocimientos económicos, sostienen que un aumento del precio del dinero no servirá para contener una inflación de oferta como la que padecemos, y que se debe básicamente al encarecimiento de los productos energéticos, que seguirán subiendo a pesar de que se incrementen los tipos.

Este argumento, sin embargo, tiene muchas debilidades. La primera es que no hay inflación de oferta o de demanda sino inflación. Y punto. Y que esta ha sido causada por la brutal explosión del dinero en circulación que lleva produciéndose desde hace más de una década a cargo de los bancos centrales que ahora, deprisa y corriendo aunque acertadamente, quieren corregir por muy dolorosos que sean los efectos a corto plazo de este giro radical en su estrategia.

La segunda cuestión que no entienden estas palomas indigentes y primarias es que el BCE no sube los tipos de interés porque piense que su decisión tendrá efectos inmediatos para cortar en seco la inflación. Está muy estudiado que las consecuencias más sólidas y buscadas de esta medida tardarán un año o más en fraguar. Si Fráncfort ha hecho lo que era imperioso hacer es para desanclar las expectativas. En esta columna he tratado de explicar sin éxito que el problema más grave de la inflación es que la gente se acostumbre a ella, dando lugar a los temidos efectos de segunda ronda -la exigencia de incrementos salariales inoportunos e inconvenientes- o a decisiones arbitrarias de los gobiernos, y el español es el mejor ejemplo, para establecer controles de precios que solo pueden desembocar en escasez de productos o en una explosión del mercado negro, como enseña irrefutablemente la evidencia empírica.

Con su decisión, y el anuncio de que las subidas de tipos continuarán en los próximos meses, el BCE -o si se quiere los benditos halcones del BCE, que han ganado la partida- han lanzado a los inversores y al resto de los agentes económicos el mensaje de que están plenamente determinados a acabar de la manera más expeditiva posible con esta lacra que consume sobre todo a los más desfavorecidos.

El hecho de que las bolsas y que los mercados de deuda hayan reaccionado con una insólita tranquilidad al endurecimiento monetario es porque lo consideraban inevitable e, incluso, conveniente.

Hasta la fecha, los ciudadanos de toda Europa, y los españoles en particular, hemos vivido la anomalía histórica de un precio del dinero equivalente a cero. Pero esto sólo puede conducir al desastre. Nada es gratis en la vida.

Cuando yo compré mi primera casa hace treinta años, el tipo de interés de mi hipoteca era del 12%. Y era tan bajo porque Barclays lanzó en nuestro país una oferta que acabó por desatar una guerra de precios a la baja a la que se apuntó con celeridad el Banco Santander, que suele ser el que más rápidamente abraza la competencia en busca de una oportunidad de negocio. Otros amigos mayores que yo adquirieron su vivienda con tipos del 17%. A mí, la cuota hipotecaria me suponía casi el 60% de la retribución conjunta con mi mujer. Ahora, estamos escandalizados porque una parte marginal de los ciudadanos dedica un 40% de sus ingresos a rendir su cuota hipotecaria. Estamos muy mal acostumbrados por el progresismo universal, que en su afán por hacernos la vida más agradable rompe con las reglas básicas del mercado e incluso de la convivencia civilizada hasta que el sistema acaba por explotar. Es un modelo productor de palomas humanas/urbanas en masa, que sólo deterioran el medio ambiente sin aportar nada positivo al confort general.

Estos chicos sólo aparentemente bientencionados están alarmados porque el banco central está sobreactuando y puede inducir una recesión. Pero lo cierto es que el mandato del BCE es claro y explícito: debe hacer lo posible para lograr reconducir la inflación al entorno del 2%. A diferencia de la Reserva Federal americana, no está entre sus objetivos fomentar el crecimiento ni impulsar el empleo. Durante demasiado tiempo ha vulnerado estos principios con su compra masiva de deuda, con la desagradable consecuencia de atizar la irresponsabilidad fiscal de gobiernos como el español, que han expandido el gasto, el déficit y la deuda sin control.

Ya es hora de que se ciña estrictamente a sus principios fundacionales, que han logrado garantizar la supervivencia de la zona euro cuando al inicio del proceso pocos apostaban porque esta unión monetaria de nuevo cuño tuviera éxito. Esta vuelta a los orígenes con los que fue concebido ayudará a restablecer la fortaleza de la moneda común, cuya actual debilidad acelera las presiones inflacionistas. Naturalmente, cuando los tipos suben se encarecen las hipotecas y la financiación de las empresas se vuelve más onerosa, las bolsas se resienten, los planes de inversión atraviesan más dificultades.

Por utilizar las palabras del presidente de la FED, Jerome Powell, este el dolor que hay que soportar temporalmente para limpiar el sistema y sentar las bases de un crecimiento sólido en el futuro. A diferencia de las de Echalar, las palomas urbanas, las palomas progresistas y las del BCE están cómodas rodeadas de suciedad, son reacias a que cada palo aguante su vela, en justa correspondencia con la responsabilidad a la que debe hacer frente, y escupen a todos aquellos que sienten con la subida de tipos el alivio que merecían desde hace tiempo: los bancos, durante años castigados con tipos de interés cero, los ahorradores, que llevan tiempo padeciendo esta anomalía histórica y los miles de ciudadanos con depósitos en sus cuentas corrientes sin remuneración hasta la fecha. Lo importante es que, a largo plazo, el conjunto de la economía y todos los ciudadanos se beneficiarán del regreso a la normalidad, la ortodoxia y el sentido común.

Las palomas de Echalar mueren a causa de la milenaria astucia humana para aprovisionarse de alimento, pero mueren con las botas puestas. Las palomas progresistas y del BCE jamás se sacudirán el vicio de la mendicidad, del reproche y de la queja permanente. Estas tienen una larga vida asegurada. Por fortuna, son incomestibles o indigestas incluso cocinadas durante horas a fuego lento con chocolate.

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