Las olas de calor y otros mantras del verano

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Las olas de calor y otros mantras del verano

Antes las vacaciones de las que se hablaba eran las de los famosos del papel cuché. En los años 80 el verano oficioso comenzaba cuando llegaban de Miami los hijos de Julio Iglesias y en los 90 con los posados de Ana Obregón. Ahora es Pedro Sánchez quien marca tendencia y quien llena todas las tertulias, incluidas las del corazón. Sánchez vuelve a estar en su mejor versión; sabe que aunque ha perdido las elecciones las ha ganado el neosanchismo (lo de antes, pero con más bombo mediático y más chantaje mafioso entre los socios); aún más, sabe que este movimiento político que él ha perfeccionado se ha consolidado para, con el interesado intercambio de votos, conseguir no perder nunca. Y esa condición imperecedera le hace sentirse único e imprescindible, el presidente integral, el líder total.

Aunque él no está técnicamente de vacaciones. Por un lado, a este tipo de líderes tan conspirativos y falsarios la permanente maquinación no les permite descansar. Por otro, la sustitución efectiva de la visita protocolaria a Mallorca por el viaje a Marruecos se podría corresponder con el verdadero acto de dar novedades y recibir instrucciones del jefe, de su verdadero jefe.

En realidad, en España el porcentaje de personas que pueden salir de veraneo es menor que hace 15 años; los que lo hacen están fuera menos tiempo; y los que se quedan pasando calor tienen menos renta disponible y, en caso de que lo tengan, menos capacidad para encender el aparato de aire acondicionado. Porque, además, la energía que consumen esos aparatos, igual que la que alimenta el refrigerador donde se enfrían las bebidas, se ha encarecido estructuralmente; y, a la vez, el incremento acumulado de la inflación de ese sector económico (más del 20% en 3 años) reduce las posibilidades de acudir a bares, terrazas o establecimientos de hostelería para combatir los calores del verano.

Para la ministra Ribera y para su jefe, el migrante inverso, estas consideraciones y la calidad de vida de los españoles, tanto en verano como en invierno, no les deben parecer tan importantes, o por lo menos las consideran subalternas de lo que para ellos es de verdad sustancial, que es la agenda 2030 y toda la panoplia de sectarismos ideológicos de diseño. Es justo al contrario de lo que dicta la lógica: todos debemos condicionarnos e incomodarnos para justificar y alimentar los mantras del ecologismo progre.

Para ellos el problema no es, entonces, que suframos calor porque tenemos menos renta para salir de vacaciones, encender el aire acondicionado o regocijarnos en lugares más frescos, el verdadero problema para estos iluminados es que hace calor en verano. Vamos, como si antes de que estos radicales dieran pistoletazo de salida al cambio climático se pasara el mes de agosto, como en la canción de Sabina, sin parar de nevar.

Por eso, para los telediarios, cada vez más infantiles y sensacionalistas, la información sobre el tiempo se ha convertido en su principal contenido. Sin necesidad de que acontezca algún evento meteorológico realmente relevante, nos dan la barrila con las olas de calor, ésas a las que antes, cuando ocurrían en los meses de julio o agosto, simplemente se las llamaba verano. Pero, en su adanismo, creen que el frío y el calor son cosas nuevas.

Por eso ahora es importante ponerlos nombre y tratarlos como eventos extraordinarios. Borran de un plumazo el renacimiento del saber clásico y la ilustración científica que los explican y se encuentran, como en la supersticiosa América precolombina que Passuth o Madariaga relatan en sus libros de la conquista de México, haciéndonos creer que domeñar los fenómenos de la naturaleza es el principal cometido de nuestros políticos-brujos.

Estos políticos agrandados, tan escasos de inteligencia como sobrados de soberbia y radicalismo, asumen el reto. Orates que se enfrentan con molinos de viento, se creen, sin embargo, con capacidad para influir decisivamente en los ritmos del universo. Se comportan como esos primarios e incultos personajes que no ven límites a sus propios recursos y facultades; esos que ante la atronadora tormenta levantan coléricos la vista al cielo y claman amenazadamente, ¡cómo suba te vas a enterar!

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