Los ojos: más que el espejo del alma

Ojo huella dactilar

Una expresión tan aparentemente simple como «amor a primera vista», representa, en todo el sentido de la palabra, lo que los ojos simbolizan para los humanos. Sería imposible enumerar cuantos poemas, canciones, libros, pinturas, esculturas, etc., se han hecho en torno a lo que Aristóteles llamó «el sentido por excelencia, superior a todos los demás».

A lo largo de la historia, las culturas han sabido atribuir a los ojos valores metafísicos que incluso hoy siguen vigentes. Para los egipcios era un símbolo de poder, tanto que incluso lo incluyeron en la escritura; en India, Indra era el dios de los mil ojos, y los hinduistas creen en el tercer ojo, que permite al hombre desarrollar grados de conciencia superior, y al que la filosofía llamó «la glándula pineal», dedicándole Descartes algunos escritos.

Hoy, gracias a la ciencia, sabemos que los ojos son más que el espejo del alma, porque más allá de lo que aparentemente podamos intuir a través de ellos, resulta que son muy singulares: el iris, la huella digital y el ADN son únicos en cada persona, y contienen más información de nosotros mismos de lo que nos podemos imaginar. El iris de cada ojo es diferente, y por ello es más certero y brinda más información que la huella dactilar. Si un oftalmólogo, sólo mirando a su paciente, es capaz de detectar enfermedades como la diabetes, la esclerosis múltiple, la presión sanguínea, etc, imaginémonos lo que un escáner del iris puede obtener de una persona.

Esta tecnología se llama biometría, y literalmente significa la «medición del cuerpo humano». La biometría es un sistema que, entre otras herramientas, utiliza unos escáneres térmicos para verificar la temperatura corporal de las personas, cámaras 3D para mapear el rostro, y cámaras de alta resolución para capturar videos e imágenes del cuerpo, rostro, ojos e iris. A partir de ese momento, el sistema analiza los datos, establece patrones y comienza a realizar mediciones biológicas y de comportamiento, únicos de cada persona. Toda esta información es extremadamente delicada y peligrosa, ya que si cae en las manos equivocadas, podemos llegar a tener muchos problemas.

Permitidme que os cuente una historia que os hará comprender la complejidad del asunto, y que bien podría ser uno de los capítulos de Black Mirror:

«Pedro deambula por un centro comercial y es abordado por una chica guapísima que le ofrece 50 € en tokens a cambio del escáner de su iris. La chica le lleva a un stand y las personas del escáner le afirman que todo es por una noble causa, y que es totalmente seguro. Tres años después, Pedro se presenta a una entrevista de trabajo, en la que le dicen que la información descrita en su currículo no concuerda con la de la medición biométrica que le hicieron en su día, y a partir de la cual se determinó que él no sirve para trabajar en equipo, que es huraño, poco colaborativo, y que su consumo de tabaco no es muy sano. En ese momento Pedro recuerda el día en el que entregó su escáner del iris. Revisa además la app y ve que aún sus tokens no tienen ningún valor…».

Pues resulta que, desde hace un par de semanas, alrededor de tres millones de personas en el mundo (150.000 españoles) han estado haciendo fila para escanear su iris a cambio de criptomonedas (que aún no funcionan) de WorldCoin, una compañía de inteligencia artificial creada por Sam Altman, el mismo creador del ChatGPT, y que afirma que utilizará esta medición para crear el World ID (identificación mundial digital), violando así las normativas sobre protección de datos.

Yo me pregunto: ¿en serio nadie se cuestionó, o se asustó, con este ofrecimiento? ¿Ninguno de ellos pensó en cómo esta tecnología podría afectarles en el futuro, o simplemente vendieron su privacidad ciegamente, sin ningún pudor a una empresa de inteligencia artificial?

Lo peor del asunto, es que nadie sabe el verdadero uso que le van a dar a esta información, y hoy tres millones de personas – y las que llegarán- dependerán de ese uso para su vida futura. Y aunque muchos de ellos no sean conscientes de ello, su libre albedrío y su libertad individual acaban de ser condicionados por la tecnología.

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