Nuestros ‘talibanes’

Nuestros ‘talibanes’

Para que los directa o indirectamente aludidos en este artículo no se hagan mucho los ofendiditos -suelen ponerse muy estrechos para recibir las criticas-, aclaramos que el término talibán está recogido por la RAE, en su segunda acepción, con el significado de fanático intransigente. Esta definición viene por tanto al pelo para calificar los comportamientos de políticos y líderes sociales de nuestro entorno, sin que por ello banalicemos o reduzcamos el grado de reprobación moral de los gravísimos crímenes cometidos por los talibanes afganos. Pues eso, que efectivamente aquí sufrimos a unos radicales que, en nombre del feminismo, el ecologismo o cualquier otro nuevo icono de la corrección política y de su progresismo rampante, deciden e imponen lo que podemos hacer, decir o incluso pensar.

La semana pasada tuvimos el penúltimo ejemplo en Gijón. La cancelación de los festejos taurinos de la Feria de Begoña por parte de la alcaldesa Ana González (tan absurda que ha permitido a su autora consolidar un puesto como imbécil del año que seguramente ya venía mereciendo desde mucho antes) nos sirve como referencia, porque la persecución a la tauromaquia es claro ejemplo del tipo de comportamiento de nuestros radicales de guardia. Los toros pueden gustar más, menos o nada, pero la repulsa personal que puedan producir no puede justificar la prohibición de una actividad legal, económicamente relevante, plena de valores históricos, sociales y artísticos, y que permite además conservar valiosos ecosistemas y una subespecie única.

Resulta trágicamente incoherente que los mismos a los que no les importa acabar con una costumbre ancestralmente arraigada en nuestro país, justifiquen a veces la inaceptable aplicación de la sharía -especialmente para las mujeres- por parte de los islamistas radicales alegando que es una costumbre ampliamente asentada en la sociedad musulmana. También hace gracia que aludan a la necesidad de no herir la sensibilidad de personas o de grupos más o menos numerosos en nuestro país. ¿Y qué pasa? ¿Es que la sensibilidad de los amantes de la tauromaquia no merece protección?

Pero dejando el tema del ataque a la fiesta nacional volvamos a la naturaleza misma de nuestro talibanismo que es heredero del más rancio pensamiento comunista y que pretende, por un lado, restringir la libertad individual en el proceder personal y social, y por otro acabar con todos los mimbres sociales, culturales o artísticos que entretejen la identidad de nuestra nación. Por eso, y con independencia de la persecución a tradiciones y actividades socio-culturales como los toros o la caza, hay dos importantes campos en las que saben que tienen que dar la lucha más activa: la libertad educativa y el revisionismo histórico. El cauce utilizado son las dos leyes más políticas del gobierno socio-comunista: la Ley Orgánica de Modificación de la LOE y la Ley de Memoria Democrática.

Los principales ejes de actuación de la conocida como Ley Celaá son la inclusión obligatoria del contenido adoctrinador en el currículo educativo y la eliminación de la potestad de los padres para la elección del modelo de educación. En su furibundo ataque a esta libertad la exministra Isabel Celaá terminó, como la alcaldesa de Gijón, quitándose la careta e imponiendo absurdas razones (Los hijos no son de los padres…). Y es que en su fanatismo pretenden pasar por encima de una potestad que no solo es que está reconocida en la Constitución, sino que está en el propio derecho natural; pretender eliminarla es, utilizando una metáfora animal, como impedir a un oso que enseñe a sus oseznos como encontrar alimento o que un águila muestre a sus pollos como aprender a volar.

Tampoco tienen pudor intelectual en el revisionismo, y al más puro estilo marxista proceden a la invención o a la interpretación torticera de la historia. Combinan actuaciones ridículas, como acusar de franquistas a personajes españoles de la edad moderna, con arteros ejercicios historiográficos con los que van llenando con interesadas mentiras nuestras inocentes cabecitas.

Si todavía alguien cree que se exagera con la aplicación del término talibán que piense en las miméticas actuaciones que perpetran y que vaya haciendo cuentas de las estatuas que se retiran, los personajes y episodios que se estigmatizan, los libros que se revisan, las películas que dejan de exhibirse… Ya es casi oficial calificar como obra criminal la colonización y evangelización de América, y considerar como una tragedia para Occidente la victoria en Lepanto.

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