Ni las rebajas, ni nuestra economía son ya lo que eran

Ni las rebajas, ni nuestra economía son ya lo que eran

Lunes 7 de enero. Tiempo atrás tal día como ése era el más esperado del año: ¡Empiezan las rebajas! ¡Largas colas ante los grandes almacenes y muchedumbres en las tiendas! Uno recuerda aquellas fotos de la gente hacinada a las puertas de centros comerciales, con una lista en la mano, y el inicio de una carrera en cuanto se abrían las puertas, que nada tenía que envidiar a los momentos más vibrantes de la conquista del Viejo Oeste norteamericano. Pero el western ya no es lo que era, aunque gracias al inefable Clint Eastwood, su poso sigue permaneciendo entre los cinéfilos de viejo cuño que, expectantes al máximo, rememoramos las hazañas del grandísimo John Wayne.

Todo cambia. En España nos hemos americanizado y portugalizado. ¿Qué quiere decir eso? Que compramos durante el año al calor de los descuentos y promociones –moda implantada en los Estados Unidos y que es dogma de fe en nuestro querido vecino, Portugal– y nuestra economía familiar llega exhausta a las rebajas que se presentían, el pasado 7 de enero, descafeinadas y que la realidad de los datos parece confirmar, y que online empezaron antes, el mismo día de Reyes.

Hay, además, un pequeño detalle financiero que puede influir en ese desánimo ante las rebajas. Y es el del préstamo al consumo de las familias que en diciembre de 2017 ascendía a 177.000 millones de euros y aumentó en noviembre a 191.000 millones, ¡14.000 millones de euros más! Por consiguiente, llegando al mes de enero cada cual hace sus cálculos presupuestarios, vemos lo que hemos gastado desde noviembre con tanto viernes negro, lunes ciber, puente de diciembre, navidades, fin de año y Reyes, etc. Y en el horizonte se divisan los cargos de nuestras tarjetas que irán llegando en plan goteo durante estas semanas. Así que el horno no está para bollos desde el punto de vista de la economía familiar y más si se tiene en cuenta que fatídicamente el ritual de cada inicio de año se repite: los precios de los consumos de primera necesidad, no sabemos exactamente por qué puñetera regla de tres, se incrementan. Y nuestros sueldos siguen estabilizados en el dique seco.

Ese cambio de tendencia en el consumo comporta a su vez un claro peligro: el de la resistencia económica del comercio de proximidad, de las tiendas familiares de toda la vida que difícilmente pueden hacer frente a promociones constantes, a descuentos permanentes y a rebajas más o menos explícitas a lo largo de toda la temporada. Muchos de esos comercios trabajan con márgenes ajustados ya que su capacidad de compra no es la misma que los grandes conglomerados que operan en los distintos sectores comerciales. Lamentablemente, es una constante comprobar como cada vez hay más persianas bajadas, más locales disponibles en alquiler o venta y cómo se van traspasando negocios de los que consideramos históricos o, fatalmente, cómo echan el cierre.

Por añadidura, la invasión del comercio online es imparable. Amazon y otras compañías están cambiando profundamente nuestro estilo de consumir. Sus gigantescas cifras de negocio, pese a que obtengan márgenes muy estrechos, les permite gozar de una hegemonía vendedora que arrasa. Los nuevos consumidores, los millenials y los jóvenes adultos, incluidos algunos seniors que muestran su espíritu jovial y que ya visten a la moda imperante, con zapatillas deportivas y camiseta, tocados con chaquetas de fantasía, se decantan por realizar sus compras no ya a través del ordenador o PC casero sino desde el mismo smartphone. Entran en una tienda, se interesan por modelos de calzado o vestimenta o aparatos electrónicos, pasan un buen rato preguntando, requiriendo información, pidiendo ver más modelos y referencias, se prueban lo que se tengan que probar y tras haber sido atendidos magníficamente por unos animosos vendedores, dan las gracias y toman las de Villadiego. Saliendo de ese local, con su smartphone cursan el pedido del artículo o artículos en cuestión que, en pocas horas, recibirán en sus domicilios.

Hoy, las tiendas de toda la vida están condenadas a convertirse en meras exposiciones o showroom, como gusta de decir a los esnobs, espacios de exhibición de productos para, a posteriori, cursar online el correspondiente pedido. Por eso, cuando uno atina en las rebajas, va pensando en que el comercio tradicional está forzado a reconvertirse, jugando con la omnicanalidad, lo que exige un esfuerzo de puesta a punto ante los desafíos irrefrenables y, qué caray, disruptivos que estamos viviendo.

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