Ni héroes ni víctimas del ‘lawfare’

Ni héroes ni víctimas del ‘lawfare’

Hace unos años publiqué varios artículos en EL MUNDO/El Día de Baleares en los que señalaba que el catalanismo balear, a falta de héroes, coleccionaba falsos mártires. Hacía referencia entre otros a un juicio al que había asistido en calidad de testigo contra nueve maulets que habían sido llevados al banquillo por haber proferido insultos de grueso calibre y amenazas de muerte (con gestos tan ostensibles como dispararle o cortarle el cuello) contra el diputado nacional Jorge Campos, en aquel entonces alma mater de Círculo Balear.

Los hechos habían acaecido en la plaza de España al inicio de una manifestación contra la corrupción por parte de algunos grupos satélites de Més per Mallorca para blanquear la corrupción de UM, en aquel momento en el disparadero por el rosario de escándalos de corrupción de los que a diario levantaba acta, en solitario, EL MUNDO/El Día de Baleares.

La quinta columna catalana en Baleares había calentado el juicio inundando la universidad de carteles sobre els nou de Palma, alegando que se trataba de un juicio político, es decir, una persecución judicial y del Estado contra las ideas separatistas, lo que hoy en día llamaríamos lawfare. Los nueve maulets se presentaban, en efecto, como víctimas de un «montaje policial y judicial» dirigido a reprimir el movimiento juvenil separatista, como si el Estado español quisiera criminalizar su ideología y no juzgar los actos delictivos en los que habían incurrido estos jóvenes. Los nueve maulets encausados, defendidos por el ubicuo abogado Josep de Luis, fueron recibidos como héroes entre un mar de aplausos y ovaciones por parte de una multitud que se había concentrado a las puertas de los juzgados de Vía Alemania. El espectáculo, grandioso, tenía todos los visos y aderezos de una causa política.

Pese a que muchos nos frotábamos las manos a la espera de semejante espectáculo, desafortunadamente todo el tinglado se derrumbó cuando llegó la hora de declarar a los nueve imputados. En lugar de reconocer los hechos, darles un significado político tratándose de un juicio que los propios acusados habían tachado de político, los nueve maulets negaron los hechos de los que se les acusaba. Cuatro fueron absueltos y cinco de ellos condenados a multas de entre 20 y 40 euros gracias a un benévolo juez Castro que, menuda ironía del destino, era el que dirigía el supuesto lawfare contra los separatistas. Durante el juicio los acusados no lanzaron ninguna soflama ni tampoco declamaron ningún alegato político contra la «represión» de la Justicia y la Policía Nacional. La estrategia de la defensa era clara: negar los hechos, despolitizar la causa al máximo y marcharse como habían entrado.

A un héroe se le presupone valor para proclamar su verdad política si cree que le han llevado al banquillo en nombre de esta verdad; no se le presupone en cambio el pragmatismo de escudarse en la amnesia y la negación de los hechos para salir de rositas de un juicio que él mismo ha tachado de político. Un héroe de verdad asume los hechos, les da un sentido político y asume las consecuencias de sus actos. Esta es la grandeza de la desobediencia civil, la grandeza de un Nelson Mandela o un Luther King que aceptan las consecuencias de luchar contra un sistema que creen injusto. Es la diferencia entre un auténtico revolucionario dispuesto a sufrir por sus ideas y un rebelde de salón que sólo se sirve de su ideología para legitimar sus gamberradas y desprenderse de ella en cuanto se sienta en el banquillo.

No es algo aislado entre los múltiples casos de violencia política que han protagonizado los autollamados catalanes de Mallorca. El periodista Marcel Pich, condenado a ocho meses de prisión y al pago de una multa de 250 euros por agredir a un policía nacional, negó los hechos por los que fue denunciado y condenado. El musicólogo y ahora líder del GOB, Amadeu Corbera, encausado por resistencia grave a la autoridad en el caso que llamaron els quatre de Bunyola, negó también los hechos por los que fue detenido en Bunyola en una visita a la localidad del otrora presidente José Ramón Bauzá. La intención de Corbera, confesada ante el juez, era la de «recibir pacíficamente a Bauzá».

Como ven, siempre se trata de la misma conducta: inflamar el juicio, acusar al Estado de perseguirles y luego, en el juicio, cantar la palinodia, negar los hechos, pedir perdón e irse de rositas.

Lo que no habíamos visto hasta ahora era que toda una ex vicepresidente del Consell de Mallorca y consejera de Cultura y Patrimonio, Joana Lluïsa Mascaró, firmara un pacto de conformidad con la Fiscalía en virtud del cual se confesaba culpable por los hechos denunciados en el caso El Camí para así evitar el juicio y, tal vez, varios años de cárcel (la fiscalía pedía 6 años para ella). Y acto seguido, tras salir condenada por la puerta de la Audiencia Provincial, tener la desfachatez de asegurar a los medios de comunicación que era inocente y que había sido impelida por sus abogados a firmar su propia culpabilidad. Si Mascaró estaba tan convencida de que era inocente, ¿por qué no defendió su inocencia durante el juicio?

Ignoro si esta actitud es la nueva línea a seguir por Més per Mallorca, la de los inocentes culpabilizados o estigmatizados por sus ideas. Desde luego este comportamiento escapista y cobardón no nos tiene que sorprender. La mentira impregna todos los poros del nacionalismo en Mallorca, incapaz de dar la cara y asumir las consecuencias de sus propios actos cuando vienen mal dadas. Hace diez años, en el marco de las protestas contra el TIL, los integrantes de la Asamblea de Docentes, que ahora parece haber resucitado tras ocho años de vacaciones y sin movilizaciones, no vacilaron en cometer todo tipo de trapisondas ilegales y recurrir a trampas impresentables con tal de no responder por sus tropelías, como aquellas huelgas encubiertas para seguir cobrando el jornal gracias a algunos padres -y al propio alcalde de Esporles, Miquel Enseñat- que les cubrían las espaldas no enviando sus hijos al colegio o llevándoselos de excursión.

Hay que tener en cuenta que para la izquierda el lenguaje no sólo tiene una función descriptiva, también la tiene performativa, es decir, la de recrear la propia realidad a partir del lenguaje. Y el nacionalismo ha sido pionero en este sentido. De él aprendieron primero los podemitas y luego los socialistas, amén del resto de ideologías del resentimiento que se han propagado desde entonces como una plaga.

Otro inocente culpabilizado o estigmatizado que ha sido noticia estos días ha sido el cantarín Valtonyic, el prófugo de la Justicia afincado hasta hace unas semanas en Bélgica a la vera de Carles Puigdemont. Tras su exilio de cinco años en Bélgica, nada más llegar a Mallorca y ser recibido como un héroe de la «libertad de expresión» (¿cómo se va a condenar a alguien con tres años y medio de cárcel por cantar?, decían las almas benditas de Més), el rapero se enfrentaba a otro juicio en Sevilla por incitar durante un concierto a «matar a un guardia civil».

El último héroe de la libertad de expresión de los catalanes de Mallorca decidía en esta ocasión cambiar de estrategia de defensa y, en lugar de enfrentarse a los magistrados al negarles toda legitimidad como en los primeros juicios en los que salió trasquilado, llegaba a un pacto de conformidad con los fiscales y evitar así la cárcel. La sentencia de conformidad le condenaba a dos años, con lo que no entrará en el trullo. Arenas publicaba un enigmático mensaje, «la libertad es un extraño viaje», antes de admitir que le «había faltado energía» para defender su verdad en el juicio y asumir las consecuencias judiciales, probablemente la cárcel.

Valtonyc era el último referente que le quedaba al separatismo de Mallorca, un caso singular ciertamente puesto que al menos él no se había escaqueado y sí había tratado a la Justicia española como «colonial» y por lo tanto «ilegítima para juzgarle», razón por la que le habían caído la friolera de tres años y medio de prisión por enaltecimiento del terrorismo, injurias graves a la Corona y amenazas de muerte a Jorge Campos. Es cierto que había huido a Bélgica bajo la admonición de Puigdemont para no entrar en la cárcel pero al menos había mostrado algo más de valor que sus compañeros de cuitas mallorquines.

Tras su bajón energético, Valtonyc es consciente de que al renunciar a sacrificarse por la causa que hasta hace poco se creía y decía representar, los que le jaleaban hasta hace pocos días le habrán bajado del pedestal de héroe y convertido en un mero inocente culpabilizado como Mascaró.

Un último caso que pone de relieve esta mezcla de cobardía, desfachatez y victimismo que adorna a los catalanes de Mallorca, unos progolpistas de boquilla de quienes no cabe esperar ningún golpe. Por cierto, el líder supremo de Més per Mallorca, Lluís Apesteguia, dice ahora estar negociando la amnistía de Valtonyc en el marco del acuerdo entre PSOE y Junts per Catalunya. Más oprobio y vergüenza todavía para el separatismo que nos exige que aceptemos como verdadero un lawfare que, en el caso de Mallorca, no se ha visto por ningún lado, más bien todo lo contrario a la vista de la benevolencia de nuestros jueces hacia ellos. Un falso lawfare que en realidad lo que disfraza es su exigencia a gozar de derechos especiales ante la ley por el mero hecho de ser separatistas.

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