La necesidad de un macho

La necesidad de un macho
La necesidad de un macho

Visualicen amigos, a todas esas señoras de los anuncios de perfume caro, desmelenadas riéndose solas, dando vueltas, de traje largo o de etiqueta, por solitarias y peligrosas regiones nocturnas o gritando por los tejados para después arrojarse vestidas a una piscina… Ya saben, estos que nos tragamos en plan “Di sí a la vita”, protagonizados por mujeres aparentemente trastornadas. ¿Lo tienen?

Bien, no están locas; verán ustedes: son mujeres (probablemente madres trabajadoras) del siglo XXI, donde lo habitual es sumar miseria tras miseria.

Lo de “feminista”, verán, aburre escribirlo y huelga decirlo hoy, que es casi como tener páncreas, un lugar común.

Yo, sin ir más lejos, llevo años leyendo autoras de la última ola y pienso constantemente en ellas y en nuestra trayectoria, de la que he escrito incluso ficción. En efecto, “Qué te importa que te ame” (Ed. Planeta) es una novela que trata, desde el cinismo y el humor (que es lo más serio que hay) del asalto al mundo masculino que las mujeres acometieron a lo largo del siglo XX y continúa.

Es innegable que en Europa nos hemos deshecho del modelo de la mujer en el hogar, pero a cambio hemos construido un estereotipo de máquina “todoterreno” (prisionera multiusos) forzada a conciliar la vida familiar y la realización profesional, como diría Rosalía: malamente.

Las mujeres del siglo XXI habitamos una realidad condicionada por la falta de tiempo libre y el estrés, donde, la convivencia entre la “nueva mujer” y “el viejo hombre” es cada vez más enojosa y quebradiza.

Cuando una mujer sensible se pone con las lecturas feministas, más o menos radicales, comienza a verlo todo, hasta el agua de la ducha, y el horizonte moral y físico, en modo purple-glasses, y se ofusca y se enoja porque empatiza con sus enunciados; porque sabe, por experiencia, que esas mujeres irritables y agresivas tienen razón en muchas de sus conjeturas y observaciones.

La brecha de los cuidados… Los libros feministas hablan de la consabida brecha salarial, y ahora también la brecha sexual. Parece que las heterosexuales somos las últimas en la cola del orgasmo por obra y gracia de la falta de educación y asertividad sexual, por las cargas mentales, el agotamiento y la rabia. Para sentir placer, hay que estar descansado, ocioso y de buen humor; para conectar a un nivel tan íntimo como el orgasmo, hay que tener identidad y propósito. Saber quién eres tú y a quién tienes debajo (o encima) y hoy no están claros los roles, en absoluto. Se nos ha hecho a todes, la picha, un lío.

La literatura del movimiento actualmente habla de una Utopía feminista paradisíaca, que está muy lejos, donde las mujeres nos dejamos de gazmoñerías, pero, sobre todo, los hombres, los nuevos hombre beta, suaves y esponjosos, se han acercado a nosotras y se han feminizado para darnos la mano y caminar a nuestro lado. Y les regalamos flores por su cumpleaños. Y lloran al recibirlas. Y hablan constantemente de sus sentimientos. Y no hay tensión ni desacuerdo, ni mucho menos violencia nunca más porque hombres y mujeres dejamos de ser productos de una cultura malsana y de responder a arquetipos rancios y nos hemos convertido en ciborgs evolucionadísimos e iguales.

Me convencen. Por supuesto, todo será injusto e inaceptable hasta el advenimiento de la utopía. Sólo queda la lucha sin cuartel (y la esquizofrenia sexual).

El problema es que después, cuando consigo desconectar de la indignación y la neurosis que me producen estas lecturas, reflexiono y conecto con mi fisiología y mis hormonas, y con la hembra que vive dentro de mí, y recuerdo un hecho incuestionable y me estallan las meninges y todo ese castillo se desmorona. Y es el hecho, fuera de toda controversia, de que, a las mujeres, a casi todas, nos gustan los hombres masculinos, fuertes, protectores y, me cuesta verbalizarlo: con liderazgo. Y cuanto más de eso, más nos atraen y mejor sexo. ¡¡Que pasen las contradicciones, por favor!!

Me cuenta una amiga que uno de los contemporáneos desquicies de la vida de pareja es justamente esa asimetría entre la comodidad de tener al lado un hombre de esos que el Ministerio llama “blandengues” (como es su caso) y la necesidad física de un macho alfa sobre todo para ciertos menesteres. Ella dice que aconseja a su marido que practique la “bipolaridad”.

¿Y por qué no? Al fin y al cabo, la pareja y las relaciones sociales son un juego de rol constante, donde es normal y muy sano -y ahora mismo necesario- tener la flexibilidad de ir cambiando las veces que haga falta para adaptarnos a los demás y encajar en las distintas áreas de la vida, para ser compatibles.

Lo cierto es que ninguna ideología, ni tampoco el feminismo, podrá suplantar jamás el poder ingobernable y la fuerza de la naturaleza.

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