Las Montero

Las Montero

Este artículo no versa sobre Mariló. Lo aviso desde el principio por si lo leyera su ex marido, mi coterráneo Carlos Herrera, un personaje de fábula, tan buen periodista como cocinero bendito de Dios. Esto último es a día de hoy una gran virtud; y si no que lo pregunten en mi casa, que cuando llega la hora del almuerzo se oye siempre alguna voz que pregunta: “¿Quién ha cocinado hoy?” Y si la respuesta es “Mamá” (o sea, yo) hay espantada a la tasca de enfrente, donde se come realmente mal. Suerte que eso sucede muy de tarde en tarde, a pesar de que escucho con interés las recetas de Herrera, que es lo mismo que sentir los sabores de sus platos.

Aclarada esta premisa inicial, pasaré a anunciar que los añorantes de la Roma de los Césares van a sufrir muchísimo leyendo este texto. Lo adelanto por si quieren declinar y frenar en este punto su lectura. Las sensibilidades exquisitas se estremecerán con un intenso escalofrío cuando sepan que las protagonistas de este episodio son dos mujeres caníbales, de ardor insensato. Se trata aquí de dos cortesanas en las orgías de sus deseos, que, como leonas, afilan sus garras en las sombras y buscan incesantemente algo para devorar. Han acertado: son las dos ministras Montero, la Montero trianera, de la Triana profunda (“Ahí es ná”, que diría uno de la zona) y la ex cajera Montero, señalando su anterior ocupación, muy digna por supuesto, sólo para entendernos.

La primera de ellas, ministra de Hacienda y portavoz del gobierno español, vive un eterno carnaval. Ahora estaría justificado por la época del año en que estamos, pero ella pervive detrás de la máscara permanentemente, buscando trampas a la medida de su jefe. Por cierto, que he oído por la radio que nuestro presidente ya tiene disfraz para este año: va a ir de Pinocho con una nariz tan larga como la pértiga del griego que ha batido el récord de mundo. Qué duda cabe de que estará espectacular. El disfraz de esta Montero no lo anunciaron con exactitud. Algunas voces dicen que, como se disfraza a diario, para ella no cambia nada que estemos en estas fechas de jarana; otras voces dicen que se va a disfrazar de olor a amoniaco. La verdad es que es ésta una idea brillante, que le va que ni pintada. ¡Qué gran acierto, ministra! En cuanto a su idea de subirnos los impuestos con la etiqueta de “legislar la armonización fiscal” para atenuar la “diferencia desleal”, pues como que no cuela mucho. Tómenos menos el pelo, ministra/portavoz, no se crea tan lista, que tan tontos no somos.

La ministra de Igualdad apenas ve el más ínfimo rayo de sol sobre el fango de la vida. Comprendí mucho sobre ella el día que vi llorar a su pareja (digo pareja, porque con esta gente una ya no sabe cómo catalogar sus relaciones) tras conocer su ascenso al limbo de los poderosos. Imaginé esa escena íntima en cada encuentro en la alcoba de su casoplón y me pregunté si ella le arroparía, le fustigaría, le humillaría, le consolaría o simplemente le diría: “Has estado fatal, llora como una nenaza, que es lo que eres”. Elucubré sobre estas posibilidades durante mucho tiempo, sin conseguir llegar a una conclusión firme. Les informaré si lo consigo. De momento, los nuevos datos sobre sus intenciones con la Ley de Libertad Sexual me inclinan a pensar en el fuste como primera opción.

El objetivo clarísimo de esta ministra, tan joven como inconsciente, es cargarse el valor de la virilidad. El problema no es este, claro que no; ella puede intentar hacer lo que le venga en gana, faltaría más. El problema es que la sociedad lo está permitiendo. Una pandilla de mujeres muy poco afortunadas por las musas y las gracias, tan poco piropeadas como la Srta. Rottenmeier o la Bruja Avería, tan agriadas como ambas, tan faltas de lo que todos sabemos, tan perturbadas en la comprensión del sentido natural del cortejo y su finalidad última, tan presuntuosas en sus estúpidos prejuicios y sus atroces complejos que a mí, personalmente, me dan mucha lástima. Hacen mucho ruido y se unen y abrazan como si fueran unas víctimas y necesitaran cambiar el mundo para ser felices. A la cabeza, la niñatilla caprichosa.

Y así está el patio. Este es sólo un esbozo de dos de las mujeres que dirigen nuestro país y que no sólo comparten apellido, sino también la inversión de valores que caracteriza el gobierno actual. Para ambas es esencial que dejemos de adorar ese ídolo ridículo que se conoce como “virtud”, y que vive en franca agonía.

 

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