Más Gaza es menos Begoña

El lunes antepasado nos desayunamos con una sorpresiva y no menos cínica comparecencia en Moncloa del aún presidente del Gobierno. Algunos, almas cándidas todos ellos, barruntaron que podría tratarse del anuncio del adelanto de las elecciones generales a otoño, como por otra parte han vendido algunos socialistas a los gerifaltes de Junts con los que se reúnen habitualmente en Suiza y Bélgica. Especulaciones las hubo de todos los colores y para todos los gustos. Naranjas de la China. Ninguna o casi ninguna acertó. Pedro Sánchez se descolgó con un embargo de armas a Israel del que nunca más se ha sabido, mejor dicho, del que se intuye puede ser un nuevo ejercicio de postureo del récord Guinness de la mentira. Una tomadura de pelo más para aplacar a los suyos, que deben albergar un puntito masoquista o patológico porque se dejan engañar habitualmente.
Este desahogado no da puntada sin hilo. Casualmente, su todavía mujer, Begoña Gómez, declaraba 48 horas después de un speech presidencial que, al César lo que es del César, logró imponer en la actualidad un monotema: Gaza. Gaza, Gaza y más Gaza. Gaza para desayunar, Gaza para comer y Gaza para cenar. Palestina hasta en la sopa. Y, de paso, metió en la agenda de todos los españoles dos términos que repiten constantemente, cual loritos, políticos, políticas y politiques de izquierda, extrema izquierda y ultraizquierdísima: «Genocidio» y «exterminio».
Hasta un niño de teta colegiría que lo que quería este caradura era tapar con Gaza esa quinta imputación que obligó a su mujer a ir a declarar ante el juez Juan Carlos Peinado. A Begoña Gómez le salen imputaciones por las orejas. Hasta mitad de agosto le atribuían prevaricación, tráfico de influencias, intrusismo y apropiación indebida —es decir, robar—. En el ecuador del mes de vacaciones por antonomasia, mientras ella se encontraba en la Residencia Real de La Mareta con toda su familia a costa del contribuyente, le imputaron un nuevo delito que no es precisamente baladí: malversación que, en román paladino, no es ni más ni menos que trincar dinero público para fines ajenos a los establecidos.
Era obvio que lo que Sánchez quería era tapar con Gaza esa quinta imputación que obligó a su mujer a ir a declarar ante el juez Peinado
Sánchez es consciente de que, salvo pacto de cloacas, a su esposísima no la salva en estos momentos ni Jesucristo redivivo. Y por eso se sacó de la chistera este vomitivo truco para desviar la atención, para trazar una cortina de humo que haga olvidar un escándalo que por sí solo obligaría a dimitir a cualquier primer ministro en una democracia de calidad. De Bego se habló poco el miércoles 10 porque su pareja logró imponer Gaza como asunto primordial de la agenda y no se hubiera hablado nada o casi nada de no haber sido porque OKDIARIO volvió a cazar a la hija del proxeneta en unos blindadísimos juzgados de Plaza de Castilla. Como quiera que hoy día las noticias se comen unas a otras, lo que ahora es actualidad en dos horas pasa a mejor vida, existe el riesgo de que nos olvidemos de que la mujer del presidente es una presunta cinco veces delincuente. La memoria del ser humano es ciertamente frágil en la era de Internet.
Al perdedor de las pasadas elecciones generales se le puede negar la moral, la ética y hasta la estética pero no su capacidad infinita para el mal. Es uno de los alumnos más aventajados, si no el más, de ese Joseph Goebbels que pasa por ser el padre de la demoniaca propaganda moderna. Lo que ha hecho no es otra cosa que aplicar a pies juntillas el Segundo Principio de la Propaganda del spin doctor de Hitler, que aconsejaba exactitamente lo que ha hecho nuestro protagonista: «Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan». Parece concebido para el caso que nos ocupa. No puedes negar el Begoñagate, pues montas solemnemente el lío padre con Gaza y a otra cosa, mariposa.
De Begoña se habló poco el miércoles 10, el día que declaró, porque su pareja logró imponer Gaza como asunto primordial de la agenda política
Claro que esta repugnante treta ha sido aderezada con otro principio de las goebbelsianas Leyes de la Propaganda, el Tercero, que sostiene que «la propaganda ha de ser popular, adaptándola al nivel del menos inteligente de los individuos al que va dirigida». Está de más recordar que las imágenes y el relato que ofrecen los asesinos de Hamás son fáciles de colocar a una masa amaestrada. Una descripción fáctica viciada toda vez que nunca tiene en cuenta que esta guerra la iniciaron los palestinos matando a 1.200 civiles israelíes, violando a decenas de mujeres, degollando niños y secuestrando a más de 200 personas, de las cuales no más de 48 continúan en los túneles que esta gentuza tiene en la Franja. Y que no es la primera vez que un niño desnutrido que sale en TV no lo es tal porque en realidad padece una enfermedad estomacal desde que tiene uso de razón o sufre un proceso canceroso. Además, el wokismo planetario olvida sistemáticamente que los asesinos de Hamás se esconden en hospitales y escuelas y emplean niños palestinos como escudos humanos y que el Tsahal (Ejército) israelí avisa cada vez que bombardea para dar tiempo a evacuar.
El sexto mandamiento de la Ley de Satanás Goebbels, el Principio de la Orquestación, también se cumple a rajatabla en este caso: «La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas que han de repetirse incansablemente». ¿Cuántas veces hemos escuchado en las últimas semanas a Sánchez, sus ministros, los comunistas de Sumar o los liberavioladores de Podemos pronunciar la palabra «genocidio» o el término «exterminio»? ¿Cientos? ¿Miles?
Claro que esta vez a Pedro Sánchez se le ha ido la mano. Eso de jalear el terrorismo callejero puede acabar como el rosario de la aurora. Y, ciertamente, todo terminó como el rosario de la aurora cuando los matones de Moncloa, entre los cuales había etarras a gogó —normal, son socios de este Gobierno—, consiguieron reventar la etapa final de la Vuelta Ciclista a España sumiendo a España en un ridículo internacional difícil de igualar. Y el plantón a Eurovisión si acude Israel, que ha ganado más ediciones que nosotros, es para mear y no echar gota. Lo de no jugar el Mundial de 2026 en EEUU, Canadá y México es sencillamente para correrlos a gorrazos si se atreven a consumarlo, cosa que dudo porque el mundo del fútbol suele ir por libre y pasa de la política, de las politiquerías y de los politicastros.
Que nadie tenga dudas de que por seguir en Moncloa Sánchez sería capaz de bombardear Gaza con más saña que el mismísimo premier israelí
Por muy mal que nos caigan, hay que reconocer que el sicariato político y mediático de ese Sánchez que cada vez se parece más a Otegi es brillante a la hora de hacer el mal. De Ábalos, Koldo y Cerdán ya prácticamente ni nos acordamos, al punto que cualquiera puede llegar a pensar que lo ha soñado y que ya no forman parte de la realidad. La tercera visita de la hija del proxeneta Sabiniano Gómez a los juzgados ha quedado en el más absoluto de los olvidos. Y a este paso cada vez menos ciudadanos recordarán que Sánchez tiene un hermano llamado David al que han sentado en el banquillo por dos delitos. O que el fiscal general del Estado está procesado por un delito castigado con hasta seis años de cárcel, revelación de secretos. La propaganda, machaconamente aplicada, suele acabar desdibujando la realidad. Me lo echaba esta semana en cara ese ministro sanchista por dos días que fue Máximo Huerta: «Estáis picando todos como pardillos».
Gaza lo domina absolutamente todo presentando al gran corrupto que es nuestro caudillo como una suerte de versión posmoderna de San Francisco de Asís, Mahatma Gandhi, Martin Luther King o John Lewis. Como un férreo defensor de los derechos humanos, como el Superman que se ha atrevido a hacer frente a ese eje del mal que estos indeseables personifican en Donald Trump y Benjamin Netanyahu. Son tan desahogados, están tan zumbados, que no se cortan a la hora de pedir el Nobel de la Paz para el marido, hermano o jefe de seis presuntos delincuentes. Sánchez no es un santo sino más bien un psicópata y que a nadie le quepa ninguna duda de que por mantenerse en el Palacio de La Moncloa sería capaz de bombardear Gaza con más saña que el mismísimo premier israelí. Los niños palestinos le importan un pimiento. Y se quedaría más ancho que pancho tras poner morritos y exclamar: «No les mentí, simplemente he cambiado de opinión».