¡Márchate ya, bribón!

Pedro Sánchez
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

De todos los sinónimos que cualquier diccionario especializado recoge precisamente de este adjetivo, hay que quedarse con el original, bribón, porque es psicológicamente el que más cuadra a la personalidad de este energúmeno humano que atiende por Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Les cuento.

Hace algunos años visitaba este cronista, eran los tiempos del cólera, un periódico de Nápoles propiedad de Lauro, un armador; armador, digo porque también se dedicaba a menesteres menos confesables. El diario se ocupaba en esos días de glosar, como sólo lo saben hacer con sus prohombres los italianos, la poesía ultramoderna -me decían- de un literato, auténtico trovador, Giacomo Leopardi. Los redactores se morían de risa escribiendo las glorias del citado, porque -me confesaban sin recato- sus obras eran opuestas por el vértice a todo lo que representaba el patrón Lauro, el editor del periódico. Uno de los colegas, especialmente charlatán, tenía en una especie de pizarra sobre su mesa de trabajo, esta sentencia del citado Leopardi: «Son raros los bribones pobres»; probablemente estaba dedicada a su jefe.

Conociendo estos días los mil pormenores del escándalo repugnante de corrupción que afecta al todavía presidente del Gobierno español, me vino a la memoria esta frase de Leopardi. Sé, desde luego, por qué; los lectores también lo saben. No hay mayor bribón en Occidente que este sujeto indeseable que estamos soportando en España; hora directamente la Justicia le tiene cercado.

Como me dice un médico de familia amigo del cronista: «A veces me dan ganas de ser alemán, inglés, hasta incluso francés, fíjate». Lo explica y se entiende: en cualquiera de estos países un bribón del calibre descomunal de Sánchez ya no es que estaría fuera del poder, es que se encontraría sentando en el banquillo de los acusados. Personalmente, ahí le quiero ver. La cualidad de la que presume, la resiliencia o la resistencia, como se ha dicho toda la vida, es la potencia, el argumento patológico que explica que aún se acueste todos los días en La Moncloa.

Produce vergüenza propia y ajena contemplar cómo sus costaleros lo celebran y lo justifican. Al mando de ellos, desde luego, el palmero Patxi López, un iletrado que acumula una sola especialidad: la de traicionar a todos aquellos que le han dado de comer, por eso Sánchez comprobará, más pronto que tarde, que el tal Patxi, nacido Pachi, ahora mismo un converso fanático, le pondrá próximamente los cuernos con quien le asegure una permanencia y un sueldo en la política.

El bribón está en los tribunales, acusado de todas las asquerosidades posibles. Ahora ya en la Audiencia Nacional. Sus conmilitones son mafiosos hasta estéticamente infumables. Koldo, Aldama el cobrador del frac y Ábalos componen un trío que sería expulsado de la fiesta del preso ejemplar de la cárcel de Valdemoro, pongamos por ejemplo. Ellos, como Sánchez, han afanado el país con la tranquilidad de que su trabajo era inmune e impune. Se parecían a aquellos tontos del haba del último franquismo que nunca se creyeron que el extinto Caudillo pudiera morirse. ¡Y vaya si se murió! Se murió incluso antes de lo que hubieran querido sus discípulos, un 19 de noviembre y no un 20, como firmó el doctor Pozuelo Escudero.

Durante años, se coló el trío en cuestión por todos los ministerios posibles, sobre todo, claro, los de más presupuesto. Hasta la actual presidenta de no se sabe qué banco europeo, la señora Calviño, se involucró en los negocios sucios de Ábalos y sus colegas. De Sánchez abajo, todos.

Por eso está muy bien que el Partido Popular se haya querellado con el partido que ha permitido toda esta aberrante basura. Se supone que el equipo jurídico de Feijóo haya estudiado adecuadamente (por una vez, para que no haya que recordar la pifia de los etarras) el recorrido que puede tener esta iniciativa en la Audiencia Nacional española donde, de entrada, señalo esta certeza tópica: es el tribunal en el que con mayor seguridad se cumple el adagio de que el cariz de las decisiones depende exactamente «del juez que te toque en suerte».

Pues bien, y sólo para anotar el imprescindible dato: el titular de Juzgado Número 5 de la Audiencia Nacional -ya se ha dicho- es Juan Pedraz Gómez, el juez couché que, en su larga carrera, tiene para todos los gustos y para todos los lados. Es el amigo íntimo de aquel colega, Gómez Bermúdez que nos avergonzó a todos con su última instrucción de los atentados de Atocha.

En estas fechas se ha recordado, sin ir más lejos, el disparate que cometió Pedraz en una ocasión dramática apostando por la libertad de Iñaki de Rentería, uno de los más conspicuos asesinos de ETA, porque, según él, no estaba comprobado que perteneciera a la banda. Hoy está a punto de ser imputado por el asesinato -ya vale- de Gregorio Ordóñez. Así que, ¡ojo al dato! y estemos preparados hasta para lo peor.

Porque lo peor sería que la Audiencia no considerara en sus debidos términos que la querella del PP esté sobrada de razones. En este país, clásicamente, cuando un sujeto político es acusado de alguna canallada penal, se suele acoger a un eufemismo para justificar su dimisión: «Me marcho para defender mejor mi inocencia». Algo parecido ya ha anticipado el ex ministro Ábalos: «Así -ha advertido- me podré defender mejor». Pues que lo haga y que siente el ejemplo y contagie a su mejor patrocinador, Pedro Sánchez, con el que urdió un abordaje al poder, convirtiéndole en el más tóxico, el más repugnante presidente de la reciente historia de España.

El pasado sábado, apenas terminado el acto -cada año menos vibrante y apetecedor- del Palacio Real, un paisano de los que soportaron estoicamente el chaparrón, interrumpió la salida del cronista con esta admonición a gritos: «¿Por qué no le decís a ese indeseable que se marche ya?». Y los pocos del alrededor aplaudieron. Pues bien: es exactamente el partido que se juega en este momento: que el más pérfido, desaprensivo gobernante que hemos sufrido nunca, abandone su psicópata persistencia y se vaya a disfrutar, como su antecedente Zapatero, de todos los bienestares que ha acumulado en estos años. Que los disfrute, que son muchos y probablemente todavía incógnitos, pero que ya nos deje en paz. Con los tribunales en primer tiempo de saludo, o con el país aún dormido, o con lo que sea, pero que se marche el bribón.

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