Luis Bárcenas: el encanto de un extriunfador
Este lunes era el esperado día de las declaraciones de Luis Bárcenas en la Audiencia Nacional. Entre quien cree que tirará de la manta y los que piensan que no dirá nada relevante, yo soy de los que piensan que diga lo que diga o haga lo que haga, este yuppie de la política nacional dirá solo lo que le convenga. De él se pueden decir muchas cosas pero lo que está más claro que el agua es que es muy listo y que ha sabido tener a todo un partido bajo su influencia y poder manipulador, haciendo lo que ha querido durante años, siendo el padre padrón de las finanzas de Génova. Dudo mucho que en este juicio no sepa tener una línea de defensa que permita al extesorero limitar al máximo la posible condena que pueda caerle.
Su perfil es el típico de muchos políticos y directivos de los primeros años 90 cuando los yuppies triunfaban en todos los sectores de una sociedad volcada al respecto, admirando a falsos triunfadores. Al igual que otros, era un icono para una sociedad hambrienta de éxitos materiales. Hacía sentir a todo el mundo parte de un sueño de riqueza y poder.
Las motivaciones clave de este tipo de perfiles son el poder, la fama, el dinero, el distinguirse de los demás, consiguiendo estatus e impresionar a la gente. Su carrera política, dirigida hacia el interés y el éxito personal, empezó en sus años de Universidad momento en el que conoció a su amigo del alma, Luis Fraga, sobrino del expresidente de la Xunta de Galicia, con el estrechó una gran amistad compartiendo uno de sus hobbies favoritos: el alpinismo. Bárcenas ha conseguido escalar el Everest, el Mont Blanc y muchas otras montañas mientras acumulaba poder, primero en Alianza Popular y luego en el Partido Popular. Su sed de poder y dinero tenían su reflejo en sus éxitos deportivos como si fueran parte de un mismo guion. En Suiza escalaba montañas y llenaba cuentas corrientes. Como decían los romanos: “Mens sana in corpore sano”. Y añado: bolsillos llenos.
Se incorporó a Alianza Popular con solo 26 años, coincidiendo con las elecciones generales de 1982 y en muy poco tiempo lo nombraron gerente. Un ascenso rápido marcado por un carácter fuerte. Mucha seguridad en sí mismo. Enorme capacidad de trabajo. El perfil clásico de triunfador, de quien intenta impresionar a los demás por su dinero y su elegancia. Líderes egoístas que controlan todos los detalles de su empresa u organización e intentan rodearse de gente fiel y algo sumisa. No importa que sean los mejores o más competentes. Lo importante es que sean fieles y sufran una especie de devoción hacía el jefe maquiavélico.
Dinero fácil y poder
Trepas sociales que se miden constantemente con los demás en una carrera que muchas veces no tiene limite. Narcisistas carismáticos, seguros de sí mismos, trepas incansables y a menudo endiosados. Ahí está uno de los grandes defectos de estos perfiles, sentirse omnipotente, pensar que están por encima del bien y del mal. Mentir y creerse sus propias mentiras, no reconocer que pueden llegar a cometer delitos para alcanzar sus ambiciones. Una trampa en la cual caen muchos. Luis Bárcenas era un gran comunicador, dotado de grandes dotes de relación, capaz de empatizar con los que le interesaban y aparcar las personas que no eran útiles para sus planes.
A menudo piensan que son demasiado listos para que a ellos les pase algo y suelen comprar todas las influencias necesarias para tener una red completa de apoyos, una especie de salvavidas o red de protección.
Su capacidad de adaptación es tan fuerte que pueden llegar a empatizar con los demás en las situaciones más increíbles y más complicadas. Luis Bárcenas, lo hemos oído este lunes por parte de presos sombra, era muy amado en Soto del Real, se había hecho un hueco entre los presos. Después de un periodo duro en el cual se había aislado por culpa de su arrogancia, había sabido caer bien a todo el mundo, complaciendo con sus dotes de embaucamiento a los más débiles.
Pase lo que pase en éste y en los demás juicios que esperan a Luis Bárcenas, habrá perdido, una vez más, la gente honesta y los ciudadanos que depositan en las instituciones la esperanza de que la cosa y el dinero público estén en buenas manos.