La sucia conciencia de Ahora Madrid

Celia-Mayer
Celia Mayer. (Foto: EFE)

Han cambiado los barrenderos oficiales por limpiadores de oficio. Los camiones de la inmundicia por pateadores que delatan todo aquello que no entra en su canon del gusto histórico. Detrás de la limpieza ideológica de Madrid se esconde la impureza moral de quienes entienden la gestión pública como una oportunidad para imponer sectariamente sus posiciones, una especie de vendetta castiza frente al partido que les precedió. Una suerte de mafia del cambio cuya hoja de ruta exige primero la depuración de la Historia, sumergida en siniestras y turbias aguas interpretativas, antes que honrar el carácter de su cargo.

Ahora Madrid siempre está en el ayer, en lo pasado —no en el pasado—, soterrando sus virtudes entre escombros de vicios ideológicos que no logran superar, bajo costuras pragmáticas que supuran ajustes de cuentas en OkCorral. No quieren limpiar Madrid. Quieren limpiar sus conciencias. Esas que no les permiten dormir por las noches sin contar pantanos de Franco ni fusilados en cierto valle. Trabajadores de mentes pasivas, los nuevos alquilados del Ayuntamiento más importante del país imponen su visión y les dicen a sus consistorios afines que no hay nada mejor que el revisionismo al alba, pues siempre habrá famélicas legiones a las que alimentar cada mañana.

De levantarse ellos a peregrinar cunetas, nanai. De arrimar el hombro en la deconstrucción de nuestra memoria, ni hablar. Estos nuevos ingenieros del futuro hacen del recado su táctica matutina. «Dientes, dientes», que diría la Pantoja. Porque una sonrisa puede borrar ipso facto cualquier tentativa agresiva del agraviado. Qué importa eliminar a Dalí, Pla, Bernabéu o Machado de las calles o plazas. Qué más da si con alevosía —la nocturnidad es obligada— arrancamos sentimientos bajo excusas de nomenclatura. Ellos sólo reconocen a su abuela si esta es republicana. 

Porque ya no se trata de nombres. No gobiernan para eso. Gobiernan para justificar lo que sus referentes históricos no pudieron conseguir. Las guerras siempre se ganan cuando el enemigo aún cree que vive en paz. Esto explica que llevemos un año debatiendo medidas que no están ni entre las diez primeras de las preocupaciones con las que el ciudadano de Madrid se despierta cada mañana. Porque Madrid sigue sucia, con calles abandonadas al imperio de la basura. Pero eso no importa. La verdadera suciedad, para Ahora Madrid, está en la Historia. Depurando las conciencias se obtienen pueblos dóciles. Y desde la tranquilidad del voto pasivo, de la no protesta, se pasa por alto día tras día el hedor de una ciudad contaminada de ideología.

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