Kamala Harris vs nuestro ministerio de la mujer

Kamala Harris vs nuestro ministerio de la mujer
Rafael Gallego

Las elecciones de los Estados Unidos nos han tenido en vilo. Aunque el país rezuma cierta sensibilidad decadente, no podemos perder de vista que estamos inmersos en una pandemia global, que hace que todo lo que suceda tenga los brillos marchitos. Aun así, la poderosa nación que inventó los parques de atracciones ha sabido mantener su estatus como generadora mundial de expectación gracias, en buena parte, a un perdedor mal perdido, que ha hecho de nuevo del escándalo un arma arrojadiza; aunque en este caso no le ha servido para nada más que para hacer el ridículo. Ahora, quizás, descanse su bronceado y, sobre todo, la pobre muñeca que lleva al lado. Y que conste que me encanta el personaje; insisto: el personaje (no la persona).

Lo primero que nos pone sobre la mesa la ascensión de Kamala Harris es el éxito de una mujer que ha hecho una carrera basada en el esfuerzo personal, dando los pasos razonables, en orden y por derecho. Esto, que podría ser una obviedad para una sociedad coherente, en España es algo a día de hoy completamente atípico, puesto que ciertas mujeres que tienen algo de poder en el Gobierno no tienen ni estudios adecuados, ni experiencia, ni sensatez, ni –sobre todo lo demás- decencia. Clamorosos son los casos de la ministra de Igualdad, que es toda ella un insulto para el verdadero progreso de la mujer; o el de la mujer del presidente, que se ha hecho con una cátedra universitaria, menospreciando y abochornando a las eminencias académicas que han levantado nuestra Universidad durante siglos y siglos. Ambas han conseguido sus trabajos gracias a sus parejas, es decir, “mujeres de”. Su validez para los cargos no está demostrada ni avalada, suponiendo un retroceso en el deseado avance de la mujer.

¿Se imaginan una reunión entre Kamala Harris y las citadas españolas? ¡Qué vergüenza, por Dios! Dos cortesanas resumidas quitándose el delantal frente a una mujer hecha de verdad. El tiempo tendrá que demostrar que esta nueva promesa sabe estar a la altura, pero desde luego su forma de desenvolverse, su carrera política asentada en una formación real en leyes, la frontalidad de su mirada y de su sonrisa cuanto menos nos dan confianza. Los cambios son buenos, porque generan nuevas ilusiones y nuevos enfoques para los mismos problemas. A ver si podemos aplicar esto dentro de tres años, cuando volvamos a pasar por las urnas.

La nueva vicepresidenta de Estados Unidos representa el verdadero progreso de la mujer, avalado por su esfuerzo, su valía y su profesionalidad. En contraposición, tenemos en nuestro país el contrapunto, y pagado por las arcas públicas: una mujer que capitanea los derechos femeninos, que está puesta en el cargo por ser pareja del vicepresidente, y que invierte el capital que se le asigna en las mayores estupideces relativas en su mayoría a un pasado que no se puede cambiar. Me encanta el rosa, me chifla el rosa y eso no me hace inferior. Más formación es el secreto y no perder el tiempo en derrumbar estereotipos. Mirar de frente el futuro y trabajar con rigor y con respeto al esfuerzo de los que nos antecedieron conforman otro de los pilares. Eso lo tiene Kamala clarísimo. Mientras ella derrumba muros con su ejemplo, nuestras políticas españolas se tiran de los pelos como “charis” en la puerta de la peluquería, intentando justificar sus puestos injustificables.

Estados Unidos se mantiene a la cabeza, porque sabe el camino. Se equivoca, por supuesto; pero mira de frente al futuro y, si algo no le gusta, lo modifica desde el epicentro del problema. Una mujer de una vez va a dirigirles ahora como vicepresidenta, que tendrá sus cosas buenas y sus cosas malas, pero que se ha ganado a pulso ese puesto y ése es el verdadero progreso de la mujer. Lo demás son quimeras del horror y el vértigo de las pobres almas fatales que nos dirigen esta España.

Lo último en Opinión

Últimas noticias