El invierno del descontento

El invierno del descontento

El Gobierno se encuentra desbordado ante una crisis económica que, desgraciadamente, cada vez cobra la apariencia de ser más profunda y devastadora, pues muchas turbulencias se ciernen sobre la actividad económica y el empleo. Sin embargo, el Ejecutivo no hace nada positivo al respecto, salvo esperar y confiar en que el paso del tiempo haga amainar las protestas y tratar de comprar tiempo con el reparto de unas subvenciones que de nada servirán, salvo para incrementar el gasto, el déficit, la deuda y presionar al alza la inflación al tensar más los cuellos de botella.

Es cierto que la guerra de Ucrania ha contribuido a empeorar la situación, pero la tendencia ya era muy mala, con una inflación creciente, iniciada por la elevación de los precios de la energía, sin que el Gobierno tratase de poner solución para pararla. De esta forma, nos encontramos con una inflación desbocada, con un 7,6% interanual en febrero -que todo indica que llegará al doble dígito en algunos meses del año- y un 3% de inflación subyacente; un recibo de la luz que no para de crecer; el precio de los carburantes, disparado; la cesta de la compra, encarecida; el empobrecimiento, generalizado.

Así, y sin ninguna propuesta sensata, el Gobierno se enfrenta a una situación que nunca hemos vivido en España, derivada de su mala gestión: precios altos, recuperación tardía tras la pandemia, por la rigidez introducida en la economía española y las múltiples restricciones que se impusieron, y gasto desmedido, que ha elevado la deuda a niveles muy elevados, de manera que no hay margen de maniobra para poder realizar ninguna actuación. Ante ello, España sufre paros de transporte, que amenazan con crear una auténtica crisis de suministros, ya que los profesionales del sector no pueden asumir los elevados costes del carburante, y la subvención ofrecida no parece que, de momento, vaya a frenar su protesta. A ellos, pueden unirse próximamente el campo, taxistas y transporte de viajeros, con el duro impacto que ello supondría sobre la economía. Si eso sucede, además sufriríamos desabastecimiento en los mercados, con el problema para poder encontrar alimentos frescos, muchos de ellos esenciales, al tiempo que el precio de los que haya puede elevarse todavía más.

España, aunque hayamos entrado en la primavera, ha empezado a vivir, desde hace semanas, y puede intensificarse en las próximas, de seguir todo así, un auténtico “invierno del descontento”. El empobrecimiento de la sociedad se está produciendo a pasos agigantados, con muchas familias que están empezando a tener dificultad para poder llegar a fin de mes. Además, el BCE tendrá que actuar en algún momento, más pronto que tarde, con una política monetaria restrictiva, que encarecerá las hipotecas variables, elemento que mermará más el poder adquisitivo de los ciudadanos, pero que habrá que llevar a cabo porque, si no, el cáncer de la inflación puede hundir más a la economía.

El Gobierno, en lugar de actuar, se queda inmóvil. Fía todo a un Consejo Europeo sin anticipar ninguna medida, salvo la mencionada subvención contraproducente. Es verdad que para bajar sólo el IVA de los carburantes necesita autorización de Bruselas, pero no la necesita, por ejemplo, si quiere disminuir todo el IVA general del 21% hasta un tipo inferior, con el límite del 15%. Es cierto que es mejor bajar impuestos directos que los indirectos, porque distorsionan menos la actividad económica, de manera que una bajada de los directos impulsaría más a la economía, pero como los directos no los reduce, al menos que actúe en el corto plazo sobre los indirectos, como el IVA.

Es más, aunque ahora dice que aparca su propuesta de reforma fiscal, su tentación permanente es la de subir impuestos, que terminaría de sepultar a la economía. Mientras tanto, se niega a reducir la carga tributaria sobre los hidrocarburos o la energía. Tampoco quiere apostar por la energía nuclear, mientras la luz van a poder pagarla cada vez menos españoles, que van a tener que pasar frío en invierno o calor en verano por no poder poner ni calefacción ni aire acondicionado, respectivamente, porque su poder adquisitivo no se lo va a permitir por la espiral inflacionista. No quiere utilizar esa energía limpia, abundante y barata, que es la nuclear, y, por ello, los costes energéticos contribuyen a encarecer todos los productos, como muestra la inflación subyacente.

Las buenas palabras, la demagogia, el populismo, tienen un recorrido corto, que se acaba cuando hay que gestionar de verdad, cosa que el Gobierno no hace y, probablemente, no sepa hacer. Si no es capaz de ello, debería convocar elecciones para que otros puedan hacerlo, porque la herencia económica que van a dejar los socialistas ahora va a ser, a este paso, peor que la que dejaron en 1996 y en 2011, ya malas de por sí, de manera que, cuanto antes se pueda corregir el quebranto, mejor. Nos enfrentamos, así, a un horizonte económico terrible.

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