La inmigración irregular: no sólo un problema «de Estado», sino un problema «existencial»
Este verano y tiempo vacacional por excelencia ya llegando a su final en estas fechas, ha tenido como noticia permanente, la insostenible situación que se está produciendo en el Archipiélago Canario con ocasión de la continua llegada de cayucos con inmigrantes procedentes de la fachada atlántica del continente africano. Que una cantidad significativa de menores se encuentren entre ellos no hace sino agudizar un fenómeno que reviste las características de una auténtica tragedia humana, que el presidente autonómico Clavijo, califica de «hecatombe» para este otoño, de no tomarse con urgencia las medidas adecuadas para hacerle frente.
Cuáles son esas medidas que revisten tanta urgencia, requieren de un acertado diagnóstico previo acerca de su causa. Una de ellas, y sin duda la más importante, es el desequilibrio existente entre el desarrollo económico y social de esa zona de África y Europa, que tiene en las Islas una avanzada geográfica del continente. Clavijo lo estima en una proporción de 10 a 1 pero aunque no sea tan elevado respecto de todos y cada uno de los respectivos países de procedencia y destino de esas personas adultas y menores, lo cierto es que es muy considerable en promedio, y el Tratado de Schengen facilita la libre circulación entre ellos una vez que se accede a uno de la UE.
La política migratoria debe ser por tanto nacional y europea conjuntamente, porque el problema en uno de los 27 estados de la UE repercute en el resto como potenciales destinos, sea en tránsito o en destino. Por ello, la «cooperación en origen» es uno de los ejes de la política comunitaria que debe ser el prioritario, acompañado de la cooperación con los países en tránsito de los migrantes en territorio africano, y un control adecuado de las fronteras nacionales de los países para impedir la inmigración irregular. El eje principal de esa política, – acertada sobre el papel- es el más débil por un evidente egoísmo del Occidente capitalista, como vemos también en EEUU y su frontera con México situada en el centro del debate político en la actual campaña de las elecciones presidenciales de noviembre entre Trump y Harris. La gente no emigra por gusto sino por necesidad, y el expolio económico de un capitalismo agresivo sobre la riqueza natural de África a lo largo de la historia, es una lacerante realidad que exige una adecuada respuesta social y económica en la actualidad.
Los fondos europeos para la cooperación y el desarrollo son absolutamente insuficientes para una justa y equilibrada reparación. Pero este hecho no explica toda la complejidad del problema, porque lo cierto es que subyace otra necesidad de ese mundo capitalista que explica -y que no justifica en absoluto- el problema. Y es la necesidad de mano de obra extranjera para cubrir la demanda de trabajadores que requiere su estructura económica, y que no la garantiza la baja tasa de natalidad autóctona, alimentada con agresivas políticas anti natalistas. Podríamos decir que en este aspecto, «en el pecado de ese egoísmo, lleva la penitencia», el Occidente más desarrollado.
Sin duda este es el principal problema que explica esta descontrolada migración y que está provocando grave deterioro en la convivencia de países tan importantes como el Reino Unido, Francia, Alemania, a los que se va a añadir España entre otros, de no actuar con la celeridad y el rigor que la situación requiere. La teoría del «gran reemplazo» argumenta esta realidad en una estrategia diseñada y dirigida por las élites globalistas partidarias de un mundo donde los «estados nación» tiendan a desaparecer por considerar que suponen un obstáculo para el cumplimiento de sus intereses.
En cualquier caso, sea por una razón u otra, por convicción o por interés, resulta una necesidad ineludible el actuar. El globalista Soros y su Fundación Sociedad Abierta, que en su nombre lo dice todo, tiene en Sánchez un peón al servicio de esa estrategia, basada en presuntas razones humanitarias y de solidaridad que brillan por su ausencia de facto. Es una evidente cuestión «de Estado», pero aún más es una cuestión «existencial», de subsistencia de una civilización y una sociedad construidas sobre unos valores y una cultura en trance de ser sustituidas por una de raíz musulmana.