¿La Iglesia es antitaurina?

Iglesia antitaurina, Paula Ciordia
Paula Ciordia

Este pasado martes, una asociación muy siniestra, llamada PETA, ha proyectado un video en la fachada de la basílica del Vaticano con imágenes de la Virgen María y de Jesucristo junto a toros de lidia en plazas, pidiendo al Papa León XIV que «corte los vínculos con la tauromaquia».

Su fundadora, la inglesa Ingrid Newkirk, ha dejado escrito en su testamento que –como última voluntad– desea que su cuerpo sea repartido entre los gobernantes y personas influyentes del mundo. Newkirk dejará una oreja al rey de España, como protesta a las corridas de toros. El resto de sus miembros exánimes se los enviarán a Elon Musk (su corazón), Trump (su columna vertebral), Macron (su hígado)… para garantizar que tras su muerte, ella seguirá luchando contra el maltrato animal.

Después de estar un mes como corresponsal de este diario en El Vaticano lo que me llama poderosísimamente la atención de esta anécdota macabra –con la seguridad estricta y rigurosa que hay– es que no impidieran que se siguiera proyectando este vídeo ajeno a la Santa Sede, en la fachada del templo sagrado por excelencia para los católicos .

Personalmente me parece un sacrilegio proyectar en la fachada de un templo sagrado cualquier imagen –sea de la índole que sea, por mucho que el francés Michael Canitrot lo ponga de moda–, pero si además el espontáneo en cuestión no tiene permiso, es un acto vandálico, que en este caso además resulta ofensivo para millones de creyentes en todo el mundo.

En la proyección se pudieron leer en inglés mensajes como «el torero es un pecado», «¿qué haría Jesús?», «que la Iglesia corte los vínculos con la tauromaquia». Lo que me lleva a preguntarme ¿por qué una asociación antiespecista y, por ende, intrínsecamente anticatólica, acude a León XIV para pedir que interceda en su prohibición mundial?

¿Por qué los activistas antitaurinos –cuya mayoría abogan por rebajar al hombre a un animal e igualarlo a una lombriz o un mosquito– quieren que se apiade de ellos un gobernante que aclama que el hombre es hijo de Dios y que desciende de Adán y Eva y no de un mono?

¿Por qué piden misericordia aquellos que abogan por la despenalización total del aborto a un líder religioso que defiende ante su grey que es el mayor crimen de nuestra sociedad?

¿Por qué? ¿Por qué? Me pregunto. Ya es buena verdad que la ignorancia es muy osada y la maldad siempre peligrosa. El mix de ambas me resulta lamentable. Los antitaurinos se agarran a que «hasta los Papas» prohibieron las corridas de toros y le justifican que han recogido 200.000 firmas.

El problema aquí está en que estos chuscos activistas ni leen las encíclicas que escribieron los pontífices en un vaivén de prohibiciones y desprohibiciones –Pío V, Gregorio XIII, Sixto V, Pio V, Clemente VIII– ni comprenden la coyuntura del momento ni las consecuencias nulas que tuvieron en España, donde se siguió celebrando corridas de toros en un claro desacato, so pena de excomunión, que ni los clérigos de la Universidad de Salamanca temieron.

¿Por qué? A tal respuesta, queridos lectores, les pido un poco de paciencia porque se lo quiero contar con calma y profundidad en un libro que ando escribiendo, pero les adelanto que ninguno de los Papas que se envalentonó contra las tradiciones de un pueblo lo hizo por el toro. ¡¿Pero tienen idea de lo cruel que era la vida en el siglo XVI para que el sacrificio de un toro se considerase violencia o tortura?!

Yo no sé si a León XIV le gustan o no los toros, pero sí que sé que a Dios sí. Lo dijo su antecesor, el Papa Francisco, quien dio la explicación más teológica de las que un Pontífice había dado en toda la historia sobre el porqué de la arquitectura de las plazas de toros: «Las plazas de toros no tienen techo, porque a Dios le gusta contemplar los toros desde el cielo». Amén. El argentino –sin que tal vez fuera su propósito– nos dio respuesta además al porqué a ningún taurino nos terminan de convencer las plazas cubiertas.

No hay plaza de toros en todo el mundo que no tenga una capillita. Ni capillita un día de toros que le falte un padrenuestro o un ave maría. Se cuentan con los dedos de una sola mano entre los toreros de todo el mundo y de toda la historia que no tenga su Cristo o su Virgen, su rosario o su cruz, que vaya con ellos, les proteja, se les rece o se les pida. Pero… ¿qué tontería es esta de que la Iglesia rompa sus vínculos con la tauromaquia? Sería como pedir al mar que dejara de llevar sal en su agua a las orillas donde impactan sus olas.

Si esta gente tan naturalista fuera un día al callejón con una de sus madres o sus esposas, habiendo previamente tomado un café, un agua o fumado un cigarrillo con cualquiera de ellas, después de haber estado en el desencajonamiento y sorteo de las fieras, tal vez –digo sólo tal vez– terminaba no sólo por dejarse de chorradas sino a lo mejor empezaba a balbucear una oración por todos aquellos compadres suyos que ignoran de qué hablamos cuando hablamos de tauromaquia.

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