El hombre que pudo reinar
A pesar de los gritos en la calle Ferraz, Pedro Sánchez no tenía otra que solicitar el apoyo de Ciudadanos y la abstención del PP para investirse tras las elecciones de noviembre de 2019. Era lo que dictaba la lógica, además de lo que se correspondía con la promesa realizada durante la campaña: no volver a echarse en los brazos de populistas e independentistas.
Los compromisos que adquirió con Pablo Casado no eran en teoría inaceptables, y en la práctica quedaron en cesiones en alguna comunidad autónoma, cambiando de aliados al prescindir de secesionistas y filo terroristas, y en no continuar con el incremento en el gasto y con las subidas de impuestos. Aprobar los presupuestos con esas premisas fue como cortar mantequilla en agosto y la confianza que se generó en inversores y empresarios ayudo a corregir el rumbo de la economía, que llevaba tiempo anunciando la resaca posterior a los periodos de crecimiento de los gobiernos de Rajoy.
Los independentistas protestaron airadamente, no tanto porque fuera a llegar un impulso centralista que cercenara muchos ámbitos de su autonomía, que era lo que decían, sino porque intuyeron que su trampantojo de engaño y corrupción corría el riesgo de desmoronarse, que es lo que se callaban. Amenazaron con todo tipo de acciones, pero viendo que el rearme del enemigo -es decir, los españoles de dentro y fuera de Cataluña- le hacía invulnerable a presiones y chantajes optaron por un repliegue que les hizo perder rápidamente apoyos internos y externos. Por otro lado, cuando los presos están en donde deben estar son muy disuasorios del montaje de nuevas algaradas.
La llegada del Covid 19 fue un mazazo, pero el presidente la abordó con decisión y valor sabiendo que los grandes líderes se ven en las grandes ocasiones. Y así, después de los lógicos titubeos, se cogió el toro por los cuernos: se prescindió del bufón Simón, se afinó la legislación para permitir la adopción de medidas salvaguardando en lo posible los derechos fundamentales, y se llevó a cabo una coordinación leal entre las administraciones, sin ventajismos, sin triunfalismos y sin exhibicionismos.
La verdad es que la identificación de los enemigos comunes y la voluntad de vencerlos cerró como nunca las filas entre los partidos mayoritarios y permitió abordar con confianza reformas estratégicas que llevaban tiempo pendientes: pensiones, educación, renovaciones de cargos institucionales, etc. Casado entendió que, aunque con un papel menos protagonista, no podía quedarse fuera de este ciclo virtuoso; también porque la moderación y el abandono de los fanatismos y revisionismos históricos por parte del presidente no le dejó ninguna excusa para no hacerlo. Desde hace mucho tiempo no se sentía la fuerza de la gran mayoría de españoles identificados con los objetivos comunes de nuestra nación.
La pérdida de protagonismo y capacidad de influencia de la izquierda radical y populista permitió que el Gobierno dejara de lado algunos de sus tics ideológicos a la vez que cambiaba la orientación de la política internacional. El incondicional apoyo a la oposición y a Juan Guaidó como auténtico representante de las instituciones venezolanas marcó la intransigente posición de la Comunidad Europea y de la casi totalidad de la comunidad internacional con el régimen bolivariano.
Sin innecesarias concesiones a Podemos -por ejemplo, respecto al trato a los líderes saharauis-, Marruecos contiene sus veleidades con los emigrantes y la exhibición de sus reclamaciones territoriales. También contribuye a ello el acercamiento de España a los EEUU, donde, por cierto, estuvo hace poco tiempo el presidente Sánchez con motivo de una visita oficial, en la que fue recibido por los principales líderes políticos y sociales de la primera potencia mundial.
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El hombre que pudo reinar es un delicioso relato de aventuras de Rudyard Kipling, que fue llevado al cine por John Huston con Sean Connery y Michael Caine como protagonistas. Resulta de completa actualidad porque muestra el carácter indómito y tribal del pueblo de Kafiristán (noreste de Afganistán). Pero además contiene un certero análisis del efecto que tienen el poder y la ambición sobre las personas, y que ayuda a hacer una parodia de lo que podía haber sido la trayectoria de quien, sin embargo, ya hace tiempo comenzó a creerse un dios enviado para gobernar los destinos de los pueblos.
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