La hispanofobia es condición necesaria para que una región se considere nación

Pedro Sánchez, inspirado presuntamente por Miguel Iceta, ha vuelto a flirtear con esa idea de la España “plurinacional”. Como nadie sabe qué es (aparte de un clásico MacGuffin, una excusa argumental que motiva el flujo de una historia a pesar de su irrelevancia) y conscientes de lo muy desnudo que va el PSOE cuando esgrime propuestas que se basan en lo irracional, algunos de los momentos menos soporíferos de estos recientes debates televisivos los han protagonizado los más chinchosos adversarios políticos.
¿Cuántas naciones hay en España? Se lo preguntaron Casado, Rivera y Abascal a Pedro Sánchez. No le gustó esa pregunta y se sumergió, según mi amigo Santiago González, en un crucigrama que estaba haciendo o en alguna otra cosa que exigía concentración y no le permitía ocuparse de tonterías. Lo máximo que se atrevió a musitar fue un “las que estén en la Constitución”. Pero, por suerte, y faltaría más, en la Constitución solo se habla de regiones y nacionalidades. Es decir, como bien se regodea Arcadi Espada en reciente columna: de “regiones y…de regiones”.
Los socialistas son muy sosos y poco imaginativos. Las respuestas estupendas siempre las dan los independentistas. Interpelado Jaime Asens por Inés arrimadas en otro debate dijo que Andalucía sí era una nación, pero que Murcia no. Y hace unos días Aitor Esteban ya se atrevía a mucho más y construía un club mucho más privado y selecto (¿Andalucía? Venga, pordiós). Opinaba el hombre que sólo Cataluña y el País Vasco entrarían en tal categoría. Que lo de Galicia, por ejemplo, aún está muy verde, que no hay suficiente población deseándolo con la intensidad necesaria (palabras no textuales, pero muy parecidas).
Ahí está la fórmula mágica. Todos sabemos que cuando ambicionas algo con mucha intensidad se convierte en realidad. Por lo menos, lo mereces. Lo encontrarán en todos los libros de autoayuda. Y si una región no lo ansía hasta los tuétanos, no tiene derecho a obtenerlo. De la misma manera que si una persona no cree con bastante fervor que va a superar el cáncer se encuentra tristemente con un mal resultado por su culpa (se lo hemos oído y leído a curanderos asesinos).
Bien, volvamos a ese desear con intensidad para merecer convertirse en una nación como es debido. ¿Por qué Galicia, o Andalucía, o –pues por tradición histórica no debería verse apartada- Murcia no son “aún” naciones? Pues porque hay una emoción que no siente con bastante pasión un número suficiente de personas. ¿Qué será, será? Exacto, lo han adivinado: es el odio a España en el que no está convenientemente generalizado ni sentido ni expresado. Así -tiene razón Esteban, tiene razón Asens- no se construye una nación.
Desengáñense los socialistas abiertos de mente con la plurinacionalidad: en España la hispanofobia no está bien repartida (ni siquiera corre pareja con la renta), y sigue concentrado en ciertos grupos y regiones. Lo único que podemos decirles para darles ánimo es que, con sus políticas apaciguadoras con el nacionalismo, con su irresponsable desinterés por lo que ocurre con la educación de niños y jóvenes por toda España, por la negligencia con los símbolos comunes podríamos tener a la vuelta de la esquina que florecieran naciones a tutiplén.
Otra pregunta: ¿cuántas naciones hay en Cataluña, aparte del valle de Arán, que algunos aceptan a regañadientes? ¿Quiénes se sienten también o sólo españoles serían una nación dentro de Cataluña? ¿La “nación gitana” sería nación dentro de España y de Cataluña? ¿Y la “nación del islam”? Pero ya lo dejamos para otro artículo.
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