Los hijos de quienes crearon la guerra civil

Franco Pedro Sánchez

Comienza el año de Franco, y los hijos de quienes provocaron aquella guerra civil, convencidos entonces de ganarla, regresan décadas después imitando el mismo contexto que dio lugar al conflicto fratricida. Aquello fue una estrategia mal calculada por uno de los líderes del PSOE, Indalecio Prieto, en connivencia con otro conmilitón, este más soviético, Largo Caballero, cuyo partido procuró deteriorar la democracia como sistema y la convivencia como método porque tenían los recursos para sofocar cualquier rebelión necesaria. Eso pensaban ellos. El PSOE ya había dado dos golpes de Estado contra la legalidad vigente, en 1931 y 1934, el primero contra los legítimos vencedores en las urnas, los partidos monárquicos, y el segundo, contra la propia República que tanto ansiaban y decían defender y respetar, cuando los ciudadanos eligieron que la derecha gobernara, un imposible en la mentalidad totalitaria de la izquierda española, tan cainita como salvaje, tan blasfema como traidora.

Durante cinco años, las izquierdas generaron el ecosistema perfecto para el hartazgo de quienes no pensaban como ellos. Su discurso, recogidos en los principales panfletos de propaganda, con El Socialista como ariete mayor, se resumía en etiquetas constantes contra la Iglesia, los partidos liberales y conservadores, en la creación de leyes constantes dirigidas a la expropiación de tierras y la censura social, el saqueo económico a propietarios y comerciantes, el acoso constante a sociedades y colectivos que no eran de izquierdas y la presión y cierre de periódicos de editorial contraria al PSOE. Todo esto, cuando gobernaron.

El odio inoculado en la mitad de una población, analfabeta por entonces, iletrada hoy, sumisa siempre, hacía imposible las tertulias de café sin la amenaza de un gatillero zurdo presto a poner orden ante el fascismo que en su imaginación veían. En 1934, cuando el PSOE se alineó con los golpistas separatistas en Cataluña y Asturias, ya estaba ahormando lo que vendría en 1936, primero con el pucherazo electoral que robó las elecciones (por segunda vez en cinco años) a quienes querían un destino diferente para España, y después, calentando el puchero miserable del odio asesinando al líder de la oposición, Calvo Sotelo, en una operación conocida en la sede socialista, apalabrada entre sus líderes y con la negligencia de Azaña y otros popes de los diferentes partidos que componían el Frente Popular. Quería una guerra, la provocaron y la consiguieron. Con los mismos métodos que ahora el sanchismo está protagonizado en la actualidad.

La historia nos enseña que a la izquierda política, en especial al PSOE, no se le puede dar margen alguno, pues su destino es acabar como en Francia, Italia o en aquellos países donde apenas si tiene predominio, en el rincón más oscuro de su historia, olvidado, condenado y en el caso español, sentenciado por todo el mal que ha causado desde que fue fundado: sirva esta breve secuencia para resumir su trayectoria de formación política: amenazas de muerte en tribuna parlamentaria del fundador del partido, Pablo Iglesias Posse, al líder de la oposición conservadora, Antonio Maura, la incorporación como consejero del dictador Primo de Rivera del Lenin español, Largo Caballero, quien pronunció en un mitin aquella célebre sentencia de «el socialismo es incompatible con la democracia», la negociación de estatutos soberanistas, a espaldas del pueblo español, con el lehendakari Aguirre a comienzos de los años treinta, el robo de las reservas del Banco de España que se llevaron a Moscú y México y de la que vivieron los líderes del PSOE hasta su muerte, las cuatro décadas de vacaciones que se tiraron durante el franquismo -por cierto, la única etapa de la historia de España en la que el PSOE no saqueó las arcas públicas-, la creación del terrorismo de Estado con los GAL ya en democracia con Felipe González, por no hablar de los casos de corrupción que desde entonces hasta hoy han protagonizado numerosos cargos y presidentes socialistas. Es su historia, la que desean borrar con cada ley de educación, la que revisionan y revisitan con cada acceso al poder para que nadie conozca de qué talla moral están hechos en la cueva de Alí Ferraz.

Tras la muerte de Franco, parecía que habíamos cerrado aquel capítulo de nuestro pasado y que el debate se lo dejábamos a sus legítimos propietarios, los historiadores. Pero con el PSOE, la única historia interminable es la que protagoniza su genuino ADN revanchista, de trinchera no caduca y odio exacerbado a la libertad, que rescata una y otra vez, ahora impulsando un calendario de eventos para reivindicar a Franco -porque traerlo de vuelta es reivindicarlo-, con el único fin de proyectar en la oposición una imagen distópica de fascismo moderno. Como a ese juego no es difícil unirse, propongo que esta estrategia del PSOE de Sánchez y Patxi (los Largo Caballero y Prieto de la actualidad, con menos inteligencia política y más apego a la poltrona) la repliquen el PP y Vox a la inversa: organizar actos contra todas las dictaduras socialistas de la historia, condenando los millones de muertos que ha creado por el mundo, y contra el golpe de Estado que dio el PSOE a la República en 1934 frente a la legalidad vigente en aquellos momentos, sin respetar la voluntad del pueblo ni la soberanía nacional. Y si el PSOE no los secunda, el PP y Vox estarán en condiciones de definir al PSOE como un partido golpista enemigo de la democracia. Sólo que, en esta ocasión, estarían diciendo la verdad.

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