Un bote de lejía en Nou Barris

Nou Barris

Sería de mi gusto que mi primera colaboración con OKDIARIO dibujase un cuadro costumbrista de familias sentadas a las puertas abiertas de sus casas, de niños correteando felices, de adolescencias rebeldes y esperanzadas, con certidumbres claras. Pero la tierra de España está siendo despellejada con lejía y machetes, y sus hombres, y sus leyes y costumbres.

El domingo 3 de agosto un magrebí rociaba la cara con lejía a la dependienta de una gasolinera en Nou Barris, uno de los distritos de Barcelona, y robaba toda la caja. Cuando se publiquen estas líneas será ya el antepenúltimo caso aislado. Una violencia inhumana, cobarde; una violencia horrible, importada; que no conocíamos en España ni Europa. La violencia de aquellos con quienes, como decía Oriana Fallaci, no cabe ni pacto ni componenda, ni actitud servil ni tolerancia. Los hombres no rocían de lejía a las mujeres. Los hombres no apalean ancianos por diversión. Al menos, allí donde el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios y es un tesoro de valor infinito en sí mismo. Eso es Europa. Lo otro será otra cosa, pero no Europa.

Mi infancia son recuerdos de las calles y plazas de Nou Barris. Un barrio de aquella España trabajadora, que en aluvión llegó de Extremadura, las Castillas, Galicia, Aragón, y Andalucía. Con poco patrimonio pero con toda la dignidad. Con la misma actitud que aquellos otros que -por no caber todos en la España que se industrializaba a duras penas- fueron a Bélgica, Alemania, Suiza o Francia.

Trabajo, reciedumbre, entrega, sacrificio. No eran fachas irredentos. Eran españoles humildes que ansiaban un futuro mejor, que se establecieron en el Clot, o San Martín, que se arremolinaron en el Barrio del Congreso Eucarístico o en Horta, con casas baratas, y pisos más baratos aún, promovidos a marcha forzada para dar hogar a la España del trabajo, y se quedaron en Barcelona.

Esa España estaba en su Patria, y se casó, e hipotecó, y tuvo hijos, y llenó Barcelona de casas regionales, y de chimeneas el paisaje, y de niños los colegios de barrio, que hombres aherrojados y buenos, como mi abuelo, fundaban en barrios sin mucha luz pero con mucha honra.

Nadie violaba en manada a las niñas que jugaban en las calles; nadie cortaba brazos a machetazos de los chavales que pateaban el balón en una plaza, con porterías de algodón. No había Estado del bienestar. Pero había Estado y había bienestar. Ninguno de aquellos niños que creció conmigo dudaba de tener un empleo estable, y un hogar en propiedad; y una buena familia, como sus padres, pero aquella certidumbre ha devenido una falsaria ilusión. En aquella Barcelona a las cajeras no se las rociaba con lejía para robarlas. Los pequeños comercios florecían en todas las calles; y sus dueños trabajaban de sol a sol, ahorraban y creaban empleo, con aprendices, jóvenes que no querían vagar en la universidad pública años y años, a pesar de no gustar el estudio.

Impuestos bajos, pisos baratos, seguridad en las calles, niños, comercios y colegios. Cientos de miles de personas desplazadas buscando empleo y un futuro mejor. Ni violencia, ni desorden a pesar de ser una España más pobre. Pero luego llegaron al poder los que vagaban en las universidades, y con títulos reales o inventados, se odiaron a sí mismos y a sus padres y lo destruyeron todo.

Su única consigna: mantenerse en el poder y someterse a agendas foráneas que venían de Bonn, París, Bruselas, Washington y últimamente Pekín. Para ello, tejieron una red de intereses contrarios a quienes les votaban, asaltaron las instituciones y los rectorados; bajaron el nivel educativo a marchas forzadas, desindustrializaron España, persiguieron al pequeño comercio con regulaciones, tasas, impuestos y restricciones; ni viviendas ni embalses, que es cosa de fachas.

Pero abrieron autovías a las grandes superficies, subieron otra vez impuestos porque mantener las autonomías tiene un coste; enfrentaron a los españoles para vivir del resentimiento, y subieron otra vez los impuestos, que un Estado socialdemócrata es un lujo, y enfrentaron a los españoles, y luego, abrieron las fronteras, y dieron ilegítimamente a los extranjeros derechos que no les correspondían sin mandato alguno del pueblo español; y cedieron a la inmigración masiva, clandestina y desordenada, y subieron impuestos, que un Estado multicultural es lo más dispendioso. Y les regalaron educación y vivienda, abrigo y manutención. Y con ello les regalaron colegios, calles y plazas, a cambio de nada.

Los que vagaron en las universidades se sientan en el Congreso y el Senado, en los Parlamentos regionales, y sientan cátedra en editoriales y tertulias. Y ahora a las cajeras se las rocía con lejía para robar la caja. Ellos son los responsables. Y hay que exigirles las cuentas. Que haya juicios. En toda Europa. Reemigración, deportaciones masivas. Reconquista.

  • Jorge Buxadé es jefe de la delegación de Vox en el Parlamento Europeo y miembro de la Mesa del Grupo Patriotas por Europa

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