¡Hale Feijóo, fuera Sánchez!
Fuera es un adverbio, la utilización de un verbo rotundo en este titular sería o comprometido o, con mucha merced, mal entendido. Pero ustedes ya me entienden. La mayoría del país, silenciosa casi toda porque los españoles estamos de hecho narcotizados, desea febrilmente que el felón más grande de la Historia de España desde aquella calamidad de Fernando VII desaparezca de la escena politica y, a poder ser, que tampoco es mucho, incluso de nuestras vidas. Me contaba en estas fechas navideñas un médico amigo, de la tribu que trabaja afanosamente y no lleva años cobrando de la sopa boba huelguística de los sindicatos paniaguados, que el martes 27 se sorprendió a sí mismo arrojando un zapato contra el televisor que recogía de Sánchez su ufana imagen y su enésima y lerda homilía esta vez a cuenta de un balance anual que parecía representar la foto de una Nación privilegiada (y que debía estar agradecida) por tenerle a él al frente. Pero de verdad se sorprendió y de inmediato reflexionó en voz alta: «Soy estúpido pero, ¿qué haces, Eduardo, a ver si, encima, la pedrada a este tío que está en pantalla me va a costar una pasta teniendo que comprarme otro aparato que seguramente será incluso más caro que el que tengo?» Textual.
La anécdota es significativa. Ningún presidente de nuestra democracia ha sido tan despreciado como este sujeto que nos oprime. Suárez se lamentó siempre con un dolorido «me aplauden, pero no me votan»; Calvo Sotelo salía a la calle en Ribadeo o Madrid y reconocía que «les doy lo mismo», pura indiferencia; González, al principio muy aclamado, se quejaba al final de su trayecto de que «los únicos con los que soy feliz son con mis bonsáis»; Aznar suscitaba la misma simpatía, al cincuenta por ciento, que rechazo y, lo que es peor, a él eso le traía al fresco; A Zapatero se le tomaba justamente por un un auténtico botarate que, tambien en su estación término, causaba más hilaridad que pena; Rajoy era con la gente más hierático que con sus cercanos, con los que se mondaba, y se sigue mondando, de risa; Sánchez está en otra división, por eso en las escasas ocasiones en las que se muestra, meciendo el body, de cuerpo presente y sin ser protegido por la guardia de corps que le pagamos los españoles, recibe más silbidos e imprecaciones (también insultos, pero eso no está bien ni siquiera con él) que el árbitro Mateu en el fanático Nou Camp. Como afirma mi amigo médico: «Ya no le traga nadie, tengo para mí que ni siquiera los suyos». Debe ser verdad este aserto porque ¡hay que ver cómo hablan de él los hombres y mujeres a los que ha ejecutado en la plaza pública, Calvo, Ábalos, Redondo… Para qué seguir!
Sanchez llegó a la poltrona que detenta (escribo propiamente «detenta») estafando a sus electores y al país en general con mil promesas en las que se ha venido sistemáticamente ciscando. Prometió la gran regeneración patriótica ante la corrupción del Partido Popular -denunciaba- que pronto se demostró que estaba basada en una morcilla indecente que le proporcionó en el momento el juez De Prada, su sectario juez de cabecera. Se rodeó Sánchez de la peor escoria política, desde declarados y veteranos etarras, a leninistas y feministas de pitimini, pasando, claro está, por secesionistas sediciosos y malversadores, y ahí sigue, usando el dinero de nuestros confiscatorios impuestos para seguir volando gratis en el Falcon de mitin en mitin, eso sí, cada dia con menos afectos. Su desaparición es ya una cuestión de higiene nacional, algo huele permanentemente a podrido en su Moncloa.
Pero lo curioso es que su muerte politica -tan imprescindible- no depende en gran parte ni de sus fechorías, ni de sus ataques totalitarios, sino de lo estúpida que pueda ser la derecha y el centroderecha. Conozco a muchos electores de esos espectros ideológicos que prefieren desde su apuesta por Vox, atizarle un zurriagazo a la supuesta blandenguería de Feijóo que apartar definitivamente del poder al okupante del Gobierno. Si se pregunta a estos votantes: «Pero, ¿no les parece que lo prioritario, lo fundamental es desalojar de la Presidencia a este individuo?» la respuesta es más o menos ésta: «Sí, pero…». O sea, lo dicho: que abonan la continuidad de Sánchez porque, como el boina verde Ortega Smith en el Ayuntamiento de Madrid, o la señora Monasterio en la Comunidad, exigen, que el primero resucite el Madrid vandálico del tráfico envenenado, o que Ayuso apedree los abortódromos de Irene Montero y demás ralea del feminismo feroz. Grandes argumentos.
Esta derecha -derechorra, digámoslo sin ambages- considera a Sánchez enemigo y a Feijóo rival. Su pretensión más anhelada no consiste en ganar al primero, sino en derrotar al segundo. Uno de estos militantes me suele confesar: «No jugamos ningún derbi contra Sánchez, sino contra el PP». En este menester se hallan los talibanes del furioso Yunque y toda la red que han instalado para hacer de este país un Afganistán de ultraderecha, teocracia incluida. Ya se ve en qué anda cada uno. Debería iniciarse el año con un objetivo nítido: terminar políticamente con Sánchez y esto sólo puede hacerlo Feijóo. Sin embargo no le arriendo las ganancias si, llegado el caso, tiene que gobernar con el lastre de algún enloquecido al lado, como Mañueco en Castilla y León. Si a los electores de nuestra Nación les quedara -lo que está por demostrar- una brizna de inteligencia apoyaría la mejor opción para laminar al felón. Naturalmente que Feijóo acumula defectos y taras y que carece de esa mandanga (toda un arma de destrucción masiva) que los yunqueros y demás hooligans denominan «carisma», pero esta es la cera que arde en el panorama nacional, la gran posibilidad de borrar de nuestras existencias esta pesadilla chula e insoportable que atiende por Pedro Sánchez Castejón. Asi que ¡hale Feijóo, fuera Sánchez!