La guerra entre Puigdemont y Junqueras

Puigdemont Junqueras
  • Xavier Rius
  • Periodista y cofundador del diario E-notícies. He sido redactor en La Vanguardia y jefe de sección del diario El Mundo. Escribo sobre política catalana.

En febrero del 2018, un cuñado de Junqueras participó en un programa de TV3. Preguntas Frecuentes, el programa estrella de la cadena porque se emitía el sábado por la noche en horario de máxima audiencia.

Era para convencidos: la mayoría de público iba con lazos amarillos en la solapa. Jordi Cañas se acordará porque unos meses después lo invitaron y tuvo que llamar la atención a un asistente que le dijo: «Hijo de ….». Fue el propio Cañas el que le llamó la atención. La presentadora del programa no oyó nada.

Pues, como decía, fue el cuñado del líder de ERC y desveló que su hermana no había recibido ninguna llamada del ex presidente de la Generalitat para interesarse por su marido. Oriol Junqueras estaba entonces en la cárcel.

Ello ya reveló que las relaciones entre el que había sido el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, y su vicepresidente, Oriol Junqueras, eran frías, por no decir glaciales. No se hablaban.

A más de un telespectador estuvo a punto de darle un patatús. La confesión rompía la imagen idílica de unidad del independentismo catalán. En parte construida por los medios y la propia TV3.

He dicho siempre, incluso desde este espacio, que el proceso fue en parte una lucha por el poder entre una Convergencia en declive y Esquerra. Los de CDC no querían volver a pasar por la experiencia traumática de ir a la oposición, como pasó con el tripartito durante siete interminables años (2003-2010).

Por eso, en los últimos días he hecho el esfuerzo intelectual -casi penitencia- de leerme las memorias de Carles Puigdemont de sus dos años de presidencia (2016-2017). Fue publicado en abril del 2020 con el pomposo título de Me explico. Hay versión en catalán y en castellano.

De hecho, para escribirlas, utilizó al entonces director de El Punt-Avui, Xevi Xirgo, un amigo del alma que, casualmente, había sido de joven de la JSC, la organización juvenil del PSC. Ni que decir que de la obra, ahora acabo de empezar el segundo volumen, lo que ellos denominan La lucha en el exilio (2018-2020), no se descarta un tercer volumen, según como vayan los acontecimientos.

Ni que decir que el autor ha sido ampliamente recompensado. Fue nombrado presidente del CAC, el Consejo del Audiovisual de Cataluña. Cargo retribuido con más de 117.000 euros anuales. Casi sueldo de consejero.

Pero leyendo la obra entiendes que Puigdemont no llamara a Junqueras: no se pueden ni ver. De hecho, la obra es básicamente para echarle toda la culpa al líder de ERC y para negar que él fuera un «traidor» la causa. Al fin y al cabo declaró la república y ocho segundos después dejó la declaración en suspensión.

Las alusiones -más bien dardos- al líder de Esquerra suman más de una quincena. De hecho, termina con una. En la última página, el día de las elecciones del 21 de diciembre del 2017, Puigdemont se queja amargamente de que «ERC ha roto con el exilio», es decir, con él y los consejeros residentes en Bruselas.

No en vano había presionado para otra lista conjunta, con él de presidente, y los republicanos ya no tragaron el anzuelo. Hasta tenía el nombre: Junts per Catalunya. Al final lo utilizaron para el partido de Puigdemont, con dirigentes afines a él y lo que quedaba del PDeCAT.

Pero como decía, los zascas son constantes: «Junqueras se salta el protocolo y se acerca a saludar a Rajoy», afirma el 23 de marzo del 2017.

La imagen que transmite del líder de Esquerra es un pusilánime que incluso maniobra a sus espaldas reuniéndose en secreto con Pedro Sánchez, entonces en la oposición, o pidiendo reuniones con Ximo Puig, el presidente de la Generalitat Valenciana. También socialista.

El gran temor de Puigdemont, aquel aciago 25 de octubre, en el que decidió no convocar unas elecciones autonómicas que hubieran ahorrado más de un quebradero de cabeza, es que ERC no lo presentara ante los suyos como un traidor y que acabará ganando los comicios.

El 10 de octubre, el día que iba a votarse la DUI en el Parlament, hacen una reunión de gobierno en la propia cámara catalana y lo confiesa: «Yo, lo que no quiero, es que después nadie acuse de traidor a nadie». Lo dice evidentemente por él.

La verdad es que la imagen de Junqueras -aunque el libro haya sido escrito por un amigo de Puigdemont- queda tocada como un hombre que no toma decisiones y que nunca se moja en los momentos difíciles. Nadie ha desmentido las afirmaciones y, en algunos casos, son hechos más que opiniones.

Por ejemplo, en esa misma reunión se somete a votación de los consejeros la declaración de independencia. Junqueras es el único que no vota. «Perplejos por la negativa de Junqueras a votar, salen en grupos de la reunión del consejo ejecutivo», explica al autor.

Puigdemont, en alguna otra ocasión, no le coge ni el teléfono. O desconecta el móvil. Y se queja de la «inseguridad» que proyecta su vicepresidente. El 27 de octubre hacen una última reunión antes del 155 y el dirigente republicano no asisten con la excusa de que se encontraba mal.

En fin, ya ven el buen rollo entre los dos principales líderes del proceso. Aunque hay que decir, a favor de Junqueras, que no salió huyendo y que asumió su responsabilidad ante el Supremo.

Carles Puigdemont desvela como huyó: parece que no fue en el maletero del coche oficial, sino en el asiento de atrás. Aunque como los vidrios son tintados, no se le veía. Aún y así «se agacha un poco por si acaso».

Companys, tras el 6 de octubre de 1934, se quedó en Palau. Le cayeron treinta años, pero luego, con la victoria de las izquierdas, fue amnistiado. Puigdemont, ni eso.

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