El golpismo ya sólo moviliza a Pedro Sánchez

El independentismo catalán ha logrado lo que parecía imposible: provocar un gigantesco hastío en una sociedad harta del bucle en el que el separatismo lleva instalado desde hace años. El fiasco de la manifestación de la Diada es la prueba del nueve de que la sociedad catalana ha dado la espalda a una clase política que en lugar de dedicarse a gestionar los problemas ha utilizado el mantra de la independencia como cortina de humo para desviar la atención de una sociedad que lleva demasiado tiempo sofronizada por una clase política que ha hecho de la violación del Estado de Derecho y la Constitución su modo de vida.
El separatismo se realimenta de su falso victimismo. Vive de su enfrentamiento continuo contra el Estado. Ha encontrado en la figura de Pedro Sánchez un acicate para llevar la extorsión y el chantaje al límite. Es cierto que está dividido, pero su creciente debilidad y pérdida de poder de convocatoria la compensan retratando la debilidad de un presidente que se ha rendido al golpismo. En el fondo, y eso es lo más triste, ambos se necesitan mutuamente. Y el daño que están causando a la sociedad española puede ser irreversible. La Diada ha sido un fracaso, pero la debilidad de Sánchez ante los sediciosos otorga a estos un balón de oxígeno. Y mientras, los españoles asisten como convidados de piedra a esa funesta retroalimentación de intereses entre una pandilla de golpistas y un Gobierno que ha claudicado y entregado la dignidad de España y de los españoles por un puñado de votos.
Al final, la calle coloca a cada uno en su sitio. Los catalanes están hartos de su clase política, y los españoles están hartos de un Gobierno subido a lomos de la más absoluta incompetencia
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