El golpe de Estado de Pedro Sánchez

El golpe de Estado de Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y detrás Pablo Iglesias, Arnaldo Otegi y Oriol Junqueras.

Que Pedro Sánchez es un tipo de la peor ralea que uno pueda imaginar ya lo sabíamos. Fue él quien cometió la más vil traición conocida en un presidente en 44 años de democracia: pactar con quienes asesinaron a 856 españoles, entre ellos, 11 correligionarios suyos. Si a mí me llegan a contar hace no 30 sino tan sólo cinco años que un inquilino de La Moncloa tendría de socio de gobernabilidad a esa Bildu liderada por el jefe de ETA Arnaldo Otegi hubiera tomado a mi interlocutor por demente y lo hubiera conducido al frenopático más próximo. Ni a Suárez, ni a Calvo-Sotelo, ni a González, ni a Aznar, ni a Rajoy, ni tampoco a ese Zapatero que inició la destrucción del orden constitucional, se les pasó por la cabeza. Así como a un ciudadano normal jamás se le ocurre matar a otro, ni a Churchill fraguar un acuerdo con Hitler, la mente de un presidente democrático no concibe la posibilidad de asociarse con una banda asesina que es el mal infinito. Concebía, más bien.

No me chocó tanto que metiera en el pack a los golpistas de ERC que protagonizaron un golpe de Estado en Cataluña en 2017, porque ya habían gobernado con ellos en la era Maragall y en la etapa Montilla. Lo mismito, por cierto, que hicieron en la Segunda República. Las miserias de un Partido Socialista que ha abandonado esa senda de la transversalidad de Felipe González que se tradujo en cuatro victorias electorales consecutivas que se dice pronto. Lo de ir de la manita del partido que le iba a quitar el sueño es sencillamente delirante, especialmente, en un cayetanete de la vida al que antaño le provocaban arcadas éticas y, sobre todo, estéticas los de Iglesias.

Siempre sospeché que era tacticismo con la vista puesta en mantenerse en Palacio rodeado de edecanes, volar compulsivamente en Falcon, coger el SuperPuma para evitar los atascos cada vez que se desplaza a Torrejón, descansar en la residencia real de La Mareta, pasear tranquilamente por ese Patrimonio de la Humanidad que es Doñana o llevarse a los amigotes a ese fincón que es Quintos de Mora. Error. Su estrategia pasa claramente por cargarse el régimen constitucional y establecer en España lo que tantas veces he vaticinado: una autocracia modelo Putin o versión Erdogan. Es decir, un régimen autoritario con apariencia de democracia. Un sistema de partido único como en realidad era ese Frente Popular en el que los diversos integrantes actuaban cual facciones de la misma cosa.

Esta semana hemos comprobado más allá de toda duda razonable que lo que quiere Pedro Sánchez es cargarse la España del 78

Lo que hemos vivido esta semana a cuenta de la Ley de Amnistía ha sido el definitivo golpe de Estado de un personaje que por otra parte ya había protagonizado episodios más propios de un tiranozuelo que de un demócrata. Eso de cerrar o silenciar el Parlamento durante la pandemia, de decretar dos estados de alarma ilegales, de convertir a la Guardia Civil en una policía política que persigue desafectos en las redes sociales y de intentar cambiar las reglas del juego del ya de por sí perverso sistema de elección del gobierno de los jueces eran algo más que tics que nos muestran cómo es psicológicamente el pájaro.

Esta semana hemos comprobado más allá de toda duda razonable que lo que quiere es cargarse la España del 78 para más pronto que tarde dar paso a un proceso constituyente o reconstituyente en el que la derecha, desde el PP hasta Vox, quede fuera de juego de facto o de iure. Ni más, ni menos. El acuerdo con sus socios para convertir en papel mojado la Ley de Amnistía es eso. Éste fue el primer gran hito de la Transición, perdonar los delitos de unos y otros para avanzar en el bien común construyendo un sistema homologable al de las naciones más libres y avanzadas del planeta. La concordia y la reconciliación fueron posibles porque los que 40 años antes se habían enfangado en una guerra fratricida supieron dejar atrás los rencores y proyectar su mirada hacia adelante. Y por eso siempre se ha hablado, y con razón, de Transición modélica y pacífica.

Marcelino Camacho, el héroe de la Perkins, lo pudo resumir más alto pero no más claro en el debate parlamentario de altísimo nivel previo a la sanción de la amnistía el 14 de octubre de 1977: “Consideramos que esta ley es una pieza capital de la política de reconciliación nacional. Queremos cerrar una etapa, queremos abrir otra. Nosotros, precisamente nosotros, los comunistas, que tanto hemos sufrido [que se lo digan a él, que pasó nueve años entre rejas], hemos enterrado a nuestros muertos y nuestros rencores”. Mejor aún si cabe definió Xabier Arzalluz el acontecimiento: “La Ley de Amnistía es un olvido de todos para todos”.

Lo que anhela Sánchez es precisamente lo contrario, resucitar los rencores, desenterrar los muertos para oponerlos al adversario y hacer del recuerdo sectario la norma, el imaginario colectivo y la historia. Reescribir nuestro pasado, en definitiva; ilegalizar moral, política y no sé si legalmente a la derecha —veremos qué pasa con Vox—, en resumidas cuentas. Un disparate que acabará como el rosario de la aurora. Más le valdría leer algo por una vez en la vida, por ejemplo, al mejor hispanista vivo, Stanley G. Payne, que de tanto en cuanto suele recordar que “la Civil fue una Guerra de malos contra malos”. Y por mucho que se empeñe esta chusma iletrada, la Ley de Amnistía es intocable, porque las leyes no pueden ser retroactivas salvo que vivamos ya en un Estado chavista y por algo más perentorio, los supuestos criminales franquistas están todos en el otro mundo. Su único objetivo vivo es Rodolfo Martín Villa, que por cierto fue un gran ministro del Interior pero ya en democracia, en 1976 concretamente, con el dictador ya bajo tierra.

Todos los demócratas debemos darnos la mano para pararle los pies a Sánchez en la calle, en los parlamentos y en los tribunales

Lo verdaderamente aterrorizador es el simbolismo: ahora quieren incluir entre los crímenes de lesa humanidad del franquismo sucesos acaecidos hasta diciembre de 1982, es decir, hasta la llegada del PSOE al poder. Hasta Abundio colegiría qué significa todo esto: deslegitimar a la UCD, dejar fuera del orden democrático a ese Adolfo Suárez que contra todo y contra casi todos nos trajo la libertad tras 40 años de oscuridad. Deslegitimar a un Partido Popular que es legítimo heredero de esa maravillosa confluencia de tendencias que saltó por los aires tras haber desarrollado el mejor trabajo que uno pueda imaginar, que nos convirtió en la envidia de medio mundo y parte del otro y que sirvió de hoja de ruta para todas las naciones que intentaban llevar a cabo esa gran travesía del desierto que es el paso de una tiranía a la democracia.

Por esta vomitiva regla de tres, tras la cual se halla la larga y no menos sucia mano del delincuente Iglesias, habría que enjuiciar los asesinatos de la banda terrorista FRAP en la que militó su padre, los de los GRAPO, los 46 que cometió ETA entre su nacimiento y 1977, además de revisar la situación de los 200 etarras que salieron a la calle tras la promulgación de una Ley de Amnistía que defendió uno de los políticos mejor amueblados que he conocido en mi vida, mi buen amigo Rafa Arias-Salgado. Una pregunta: si se extiende el censo de “víctimas del franquismo”, ¿por qué no hacerlo hasta 1987 que es cuando la banda terrorista GAL, creada al amparo de Felipe González, ejerció el terrorismo de Estado? Ahora me explico por qué fue al reciente Congreso del PSOE para decir “Diego” donde siempre había pronunciado un inequívoco “digo”. Podemos ya no dice ni mu de su histórica idea de depurar los crímenes de los GAL castigando penalmente a esa X a la que ellos y cualquier persona medianamente informada identifican inequívocamente.

Que el sátrapa Sánchez quiere reinterpretar las leyes, instaurando un nuevo orden, resulta ya perogrullesco. Otras dos señales inequívocas de por dónde van los tiros son la Ley de Seguridad Ciudadana, que legaliza de alguna manera el terrorismo callejero, y esa de Educación que convertirá en indigentes intelectuales fácilmente manipulables a toda una generación. Todos los demócratas debemos darnos la mano para pararle los pies en la calle, en los parlamentos y en los tribunales. Por eso también, porque estamos en una situación límite desde el punto de vista constitucional, la derecha debe de dejar de hacer el gilipollas y ponerse a lo que toca. Que no es otra cosa que frenar a terroristas, golpistas, chavistas y traidores socialistas. Y para ello hay que conformar una alternativa. Emplear el tiempo en peleas de patio de colegio es regalar cuatro años más a Pedro Sánchez, mejor dicho, seis teniendo en cuenta que faltan dos para las generales. Seis años es un mundo: si en tres ha provocado tal destrozo institucional, ¿cómo quedará España dentro de seis? Prefiero no imaginarlo.

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