El Gobierno del odio

La estrategia del PSOE de convertir España en un espejo de Venezuela está siendo un éxito

El Gobierno del odio

Tan cierto es que ninguna dictadura convoca elecciones para perderlas como que toda autocracia legisla para perpetuarse en el poder. La estrategia del PSOE de convertir España en un espejo de Venezuela está siendo un éxito. En su penúltima idea bolivariana, pretende implantarnos el chip de la tolerancia desde su intolerancia secular, y dispondrá, ya lo verán, desde esa cámara erigida como soberanía nacional socialista, que los delitos de odio los defina el Gobierno y los sancione un fiscal a sueldo moral del mismo Gobierno para que un juez, de la cuerda también sanchista, termine por finiquitar la poca libertad de expresión que nos va quedando. Son los mismos que llevan confundiendo la paradoja de la tolerancia de Popper desde que este la enunció. Pero de iletrados está lleno el poder y de burócratas el Estado.

En la escasa formación política y democrática de la clase dirigente, nos hemos encontrado con una legislación disparatada en la que han sacado a decenas de violadores a la calle, traumatizado a miles de niños que ya no saben lo que son, enfangado la educación hasta hacerla un chicle sectario de ignorancia, saqueado sin cesar a la economía popular e impulsado que las calles y barrios de España sangren violencia para contentar a quienes han decidido sustituir demográficamente la Europa judeocristiana por un refrito inadaptable.

Todo ello bajo el paraguas moralmente superior que se estima en los barrios de la progresía donde se dictan las leyes que luego sus vecinos zurdos (millonarios también, por supuesto) defienden en los medios. Ahora, en esa continua fiesta del despiste en la que han convertido la nación, quieren limitar la capacidad de expresión y determinar qué es odio y qué no, y lo harán los mismos intérpretes que escribieron su particular Constitución, los que odian por definición de sigla a todo el que no sea de izquierdas o separatista y educan todo el día en la calumnia y la envidia, etiquetando sobre lo que ignoran en esa continua reeescritura de la historia en la que el zurderío más totalitario se ha embarcado sin freno.

Pretender que se sancione como odio todo lo que ataque al Gobierno socialcomunista y a Sánchez supone instaurar una norma de un solo sentido, lo que supone instaurar de facto una democracia a la carta, popular, orgánica y soviética. Sólo será odio lo que la izquierda que gobierna así considere. Y cómo la izquierda odia desde que se levanta hasta que se duerme, viviremos en una constante espiral de odio sancionado y legislado, de odio encarcelado y liberado, de odio contra este y aquel, hunos y hotros, rojos contra azules y rojos contra rojos. Porque la II República no se replica igual sin el odio que la definió.

Callaremos ahora para llorar después, al modo en que Rubén Darío describía a la sociedad apática y displicente, esperando ser rescatada de su abulia mientras el poder le sigue tomando como idiota. Le hemos dado a la administración más liberticida de la historia reciente la capacidad de disponer de nuestra economía y recursos, de estimar el grado de nuestra libertad como ya testó el umbral del dolor en esa prueba totalitaria y anticonstitucional llamada pandemia, pero también de decidir sobre lo que debemos pensar y expresar y lo que no. No hace falta que nos demos cuenta que, cruzado ese umbral, no hay vuelta atrás, si no exilio hacia adelante.

Vivimos la libertad de los necios, gracias a un pueblo desidioso frente a la ruindad que le rodea, más pendiente de no ser etiquetado con epítetos de tribu antes que pensar en sus intereses de ciudadanos. La sociedad del bienestar sigue durmiendo el sueño de los justos, derrumbada ante la tiranía de lo mediocre, votada como progreso mientras sobrevive con lo que tiene, que cada vez es menos. Educada en la ignorancia feliz, le confunden inflación y subida de precios, los mismos que emponzoñan la convivencia, calificando de ultraderecha cualquier asomo al sentido común. Odiar ya no será un verbo conjugado en infinitivo, sino en infinito. Tantas, como la dictadura autocrática considere. Y los votantes de izquierda y los votontos del zurderío subsidiado, chapotearán en su habitual y siniestra felicidad porque al fin se cumple nuestra pesadilla orwelliana.

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