La globalización del cordón sanitario

cordón sanitario, Ignacio Centenera

No se sabe quién resultó más patético, si el presidente Biden en el debate con Trump del pasado jueves en Atlanta o el presidente Macron después de las elecciones legislativas del domingo. Y es que hay situaciones que dan tanto alipori que es mejor no mirar.

Ver a Biden y Trump debatiendo es como ver boxeando a Rocky Balboa y a Apollo Creed. Es inaudito ver cómo la gerontocracia se ha apropiado de la primera magistratura de los Estados Unidos. Es verdad que siempre es difícil identificar las propias limitaciones o carencias, pero se supone que detrás de los candidatos hay una familia, unos asesores o un partido que pueden identificarlas, e incluso valorarlas para determinar si son inhabilitantes. Pero en el caso del actual presidente se trata de un ejercicio artificioso porque el deterioro es completamente evidente. Y es que, el que el propio Biden no se vea mal a sí mismo es la prueba más evidente de lo mal que está.

Pero la edad y el deterioro físico y cognitivo del presidente son también una metáfora del envejecimiento prematuro del progresismo woke, que se va a morir de éxito. A fuer de ser cada vez más sectario y más excluyente, ese progresismo se ha encastillado en un feminismo, un indigenismo, un ecologismo o un animalismo completamente absurdos, terminando por ser sus víctimas (de cancelación) todos los estadounidenses que no tienen espurios intereses en esos movimientos. Y de ahí que se haya alcanzado un nivel de polarización que nunca antes se había visto y que, como contraposición o autodefensa, se quiera seguir votando a Trump.

En definitiva, ya sea por la edad o por la (des)orientación ideológica, a la administración de Biden le ha faltado foco, tanto en los problemas internos como en la agenda exterior de la primera potencia del mundo. Muy al contrario, al albur de los intereses inconfesables que la manejan, siempre dejan indicios de improvisación e inconsistencia, y de la falta de oportunidad, de criterio y de fortaleza en la mayoría de las intervenciones. En todos los asuntos relevantes se están quedando a medias, ya sea en la guerra comercial con China, en el bloqueo político a las dictaduras bolivarianas o en los actuales conflictos bélicos.

A Netanyahu y a Zelenski los dejan a medio coito en cuanto se les echa encima la masa buenista internacional; no quieren asumir que todo lo que no sea acabar con Hamás es una victoria para Hamás (porque recrecerá, como la Hidra de Lerna, sobre el dolor y la explotación del pueblo palestino) y que todo lo que no sea devolver a Rusia al otro lado del río Donetsk es una victoria para Putin.

Y del patetismo de Biden al de Macron, que es menos justificable porque no hay por medio un problema de senilidad. Macron puede que no esté gaga por la edad, pero gaga le han dejado los guantazos que le han dado los franceses en este mes de junio. Y, a pesar de que entre los comicios europeos y legislativos le han cruzado la cara por los dos lados, ¡sigue sin enterarse de nada! Ahora todavía se pone estupendo y reclama que, para parar a la extrema derecha, se agrupen a su alrededor todos los que él considera demócratas. ¡Pero no se da cuenta que es como la Maginot para detener la bliztkrieg! Y, además, parar a la extrema derecha, ¿pero para hacer qué? Ah, eso no lo dice; se supone que debe ser para continuar con la agenda 2030 y para seguir haciendo lo mismo que hasta ahora, es decir, nada, respecto a los problemas de seguridad e identidad que sufren sus compatriotas.

Aquí, en España, somos pioneros en esto de los cordones sanitarios. Eso sí, siempre se establecieron sobre la falacia de que lo que se quiere dejar fuera es peor que lo que se tiene dentro. Cuando más bien ha sido al revés: para que el cordón le funcione, Pedro Sánchez ha tenido que inventarse una extrema derecha antisistema (que aquí no había), meter en ese mismo saco a los populares e ir retejiendo el cordón con todas las excrecencias de nuestra democracia, incluidos los golpistas y terroristas.

En el fondo todos estos progres añoran los muros y los campos de reeducación del comunismo, aunque ahora los llamen cordones para disimular. Les encanta repartir carnet de demócratas por la izquierda e ir pintando marcas, con la palabra facha, en el pecho de los críticos y disidentes. ¡Pues que vayan preparando pintura!

Lo último en Opinión

Últimas noticias