Franco, añagaza perversa del perturbado Sánchez
Dos sucedidos. Un colega y además amigo fuertemente enraizado en la militancia socialista, suele reconocer que, en efecto, él perteneció a las Juventudes de Falange, la OJE de entonces, y que está agradecido porque ello le permitió estudiar una carrera y salir del reducido y angosto ámbito de su pueblo de origen. «Y como yo -asevera- muchos como yo».
Un segundo relato: hace años, varios periodistas, tres, creo, en viaje por Argentina de acompañamiento profesional (no recuerdo si al Rey Juan Carlos o a un presidente del Gobierno) tuvimos la excelsa oportunidad de visitar a uno de los intelectuales más importantes del siglo XX español: don Claudio Sánchez Albornoz, en trance de regresar episódicamente a España, de abandonar su retiro bonaerense, un reducido habitáculo que don Claudio recorría a diario en zapatillas y en humilde bata.
Charlamos mínimamente de aquella actualidad y también de lo que el historiador habia dejado atrás: una Guerra Civil horrorosa que él dijo aborrecer, y de la autocracia franquista que él desdeñaba incluso con una cierta sorna abulense: «¿Saben lo que les digo, muchachos? Que en la guerra cada uno estuvo donde le tocó». O sea, que la mayoría de los guerreros de uno y otro lado se aguantó con la desgracia que la rebelión de Franco le deparó: zona roja o zona nacional. Pocos pudieron elegir.
Esta afirmación del autor de España, un enigma histórico (quien no haya leído sus dos tomos no sabe de qué va este país) me ha venido a cuenta estos días por la perversa confrontación que pretende instalar de nuevo Pedro Sánchez para tapar sus mil fechorias, sus familiares corrupciones, con la glosa y condena del cincuentenario de la muerte de Franco. No hace falta recurrir aquí a la reconciliación de los grandes años de la Transición cuando Dolores Ibárruri ocupó la Mesa de Edad de la primera legislatura democrática; cuando Fraga presentó a Carrillo en una conferencia para la historia o cuando don José Prats, un socialista y masón regresado del voluntario exilio del que no quiso volver hasta la muerte de Franco, habló así en las Cortes Constituyentes: «Nos hemos dado un abrazo. Ahora, quien resucite el drama de nuestro terrible pasado es, sencillamente, un miserable».
Palabras justas muy parecidas a las pronunciadas años atrás en Méjico por Indalecio Prieto o por el presidente de la II República, don Manuel Azaña, que no se cansó de pedir paz y perdón en sus últimos días en una mínima localidad francesa.
Todo lo dicho hasta ahora le traerá por una higa al promotor de ese vengativo aniversario que se dispone a celebrar a partir del 1 de enero de 2025. Ni siquiera le va a importar que el que fue su partido, el PSOE, ahora transformado en una mafia sanchista de intereses, haya estado repleto durante todos estos años de personajes franquistas de cuna, de hijos y nietos de ellos. ¿Se acuerdan del padre de la ministra Rosa Conde, jefe de los empresarios del Régimen? ¿Puedo recordar a un altísimo cargo del PSOE hijo del violento gobernador franquista de Asturias? Como él, quizá en menor grado de agresividad, millones de españoles, muchos de ellos historiadores con complejo de legitimidad de origen, que estudiaron con las becas de Franco y que durante las décadas de la dictadura permanecieron en silencio. Miles de ellos.
Que se lea este sectario indocumentado el libro de César Alonso de los Ríos, ¡analfabeto! ¿O es que vamos a convertir en resistencia franquista decisiva la FUDE comunista de la Universidad, o a la UEDE democristiana del voluble Ruiz Giménez?
Aquí, en España, los que se quedaron, que fueron casi todos, y los que viajaron de vuelta gracias a las dos amnistías del general, sobrevivieron como todos: primero, con cartilla de racionamiento, y luego, más confortablemente, en la llamada dictablanda que culminó en 1975 con la muerte de Franco, con una España que ya no tenía nada que ver con la del 39. Como ha escrito Stanley Payne: «El cambio más importante que se haya producido en cualquier otro periodo de la Historia de España». El Rey en Italia lo ha dejado claro: «No hay que recurrir a la memoria que no debe repetirse ni como caricatura».
Ahora, el perturbado rencoroso de la Moncloa reviste de libertad su apuesta por el repugnante guerracivilismo. Dirá, como siempre, muchas mentiras: se adjudicará sin duda la creación universal de Sistema Nacional de Seguridad Social: mentira, su instalación data de 1964. Dibujará un país sometido a una tiranía indiscutible, pero olvidará, como suele suceder en las dictaduras sin debate, un país adosado de logros sociales como el descrito, la inversión en Educación muy por encima de la de Defensa, y algo muy significativo, la mejoría indudable del nivel de vida de los habitantes, un consumo de calorías muy estimable en 1975: 2.968 y una esperanza de vida ese mismo año muy por encima de otros países europeos (73,3 años).
Franco supo muy bien de qué traza estaban construidos sus compatriotas; supo, por ejemplo, que la libertad no representaba su principal preocupación, por eso se dispuso con éxito a aherrojarla. Casi nadie abrió el pico en aquella comunidad intervenida. Los pocos que se enfrentaron al caudillo, Don Juan de Borbón entre ellos, fueron desclasificados como malos españoles. Los demás veraneaban en Educación y Descanso.
Franco tenía el mismo aprecio por la libertad que el psicópata que nos gobierna; el mismo. En la época, para pernoctar en un hotel un señor y una señora era imprescindible exhibir el Libro de Familia. Ahora hay revelar qué relación une a la afectada con el afectado. Franco y su piadoso radical, Gabriel Arias Salgado, quemaban los libros que les criticaban, hoy el atentado es más pulcro: sencillamente La Moncloa advierte a las editoriales cuánto mal pueden recibir de publicar ediciones malévolas con el poder. No faltan ejemplos al respecto. O, ¿qué ocurrió con el ejemplar que descubrió que el abuelito de Zapatero fue un agente doble al que asesinaron los nacionales como le pudieron matar los rojos? Con Franco vivimos sin libertad, con este perturbado de La Moncloa vivimos en libertad vigilada; esa es la única diferencia.
Nos espera una campaña de agitación antifranquista similar a los «25 años de paz» del posfranquismo. Todo pagado con el dinero que nos rebaña la agitadora Montero, la descendiente más eficaz del confiscador Montoro. Todo está preparado para encubrir la enorme boina de corrupción que envuelve la administración sanchista para seguir desmembrando España.
Antes de fallecer, Sánchez Albornoz dejó escrito: «Me enfrento al grupúsculo de ofuscados a quienes las horas tristes que les ha tocado vivir les empujan a admitir como verdades las más siniestras mentiras sobre el ayer reciente de España». Parece escrito para hoy.
Franco fue, como en la película de Sáenz de Heredia, desdeñosamente: «Ese hombre», Sánchez, un perturbado vengativo que pretende otra vez llevarnos a la guerra. Con o sin sangre
P.D.: Escrito por un antifranquista monárquico pertinaz. Las dos cosas.