Fentanilo socialista

fentanilo socialista

Mientras la España que sabe estar se manifiesta de nuevo por lo que queda de dignidad en ella, la intoxicada de fentanilo progresista corre a abrazar su defunción, como si denunciar el derribo del Estado de derecho fuera un ejercicio de fachas impenitentes que se reúnen en comandita dominical presos del tedio. Ha calado en tanta gente la droga sanchista de que todo vale con tal de que la derecha no gobierne, que en ese todo se incluye la propia destrucción de la democracia. Y como todo drogodependiente, la dosis dependerá de la oferta y el precio, para así mantener su fe en el estado de olvido que provoca su consumo.

La mentalidad social de media España ya está argentinizada, o sea, fentanilizada, gracias a una propaganda que ha conseguido su efecto y de la cual, Estado mediante, no saldrán por voluntad propia. Escohotado siempre abogó por prohibir que se prohibieran las drogas, salvo la que el socialismo suministra en forma de narrativa totalitaria al ciudadano. Éste es el panorama visto en perspectiva: una educación destruida, con unos jóvenes sin ganas de estudio ni voluntad de aprendizaje, tampoco sin horizonte laboral, unos profesores divididos entre el agotamiento y la doctrina, un tejido empresarial cansado de luchar y de mantener a una sociedad que ha rendido su futuro y su decencia, y unos mayores que abogan por mantener a una familia cada vez más deshecha entre hijos que no nacen e inmigrantes ilegales que todo lo quieren y todo reciben.

Hay un principio inmutable: en una democracia puedes hacer de todo, salvo lo que te dé la gana. Empero, cuando la democracia se convierte en la excusa perfecta para apoltronarse, conviertes las reglas de juego en un trasunto del Monopoly, donde todo es comprable mientras pague la banca. España es una nación quebrada en lo económico y anestesiada en lo moral, con unas instituciones endeudadas bajo el mando de unos dirigentes que la venden como venderían a su madre, tal es su fariseísmo político.

Sánchez convocó el otro día a su partido y a la militancia para que dieran el plácet a la amnistía, esto es, a perdonar a los golpistas que atentaron contra todo lo que somos como nación. Y lo presentó como se hacía en el orbe soviético, para refrendar lo que ya está refrendado, pero con escenificación pública, la vía que usa un buen dictador para mostrar al mundo cuánto le quieren y apoyan sus conmilitones. Reúne a sus palmeros para que le digan lo que sus oídos quieren escuchar y es entonces cuando alcanza el clímax tiránico. Hace tanto frío fuera del partido que las palmas de Espadas, Vara o Page son sábanas calientes en una formación que perdió la vergüenza el día que fue fundada. Porque dentro de Ferraz defienden la amnistía con la misma fruición con la que sostenían su imposibilidad, pues estaba fuera -y sigue estando- de toda lógica constitucional y política. En la democracia orgánica que vivimos, antesala de la dictadura progresista, lo que era imposible ayer es factible hoy, y lo que fue ilegal siempre será a partir de ahora constitucional por la vía de sus santos barones.

Sánchez lo hace en nombre de España, dice. Y dice bien, porque él es presidente del Gobierno de la nación. Y como buen déspota iletrado, la nación es él y lo que es bueno para él es bueno para España. En su consecuente visión autocrática del poder, Sánchez deja a Franco como un furibundo liberal.

Como Jano bifronte, hemos visto este fin de semana las dos caras de un mismo país. El que se rebela a su venta y destrucción y el que permanece sonriente esperando su próxima dosis de fentanilo sanchista. España es víctima de un golpe de Estado que ha dado su propio presidente del Gobierno, como cada día -va de suyo- hace contra la verdad y la responsabilidad. Su autocracia es ya imparable y, por eso, no cabe más alternativa que un frente constitucional unido. Que denuncie, defina y combata al personaje y a su cohorte de palmeros que siguen alpisteando en un partido traidor a España, que no a sus siglas, pues sólo hacen lo que siempre han hecho. En la semana de la jura constitucional de Leonor, amnistía y autocracia empiezan por la misma letra.

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