Apuntes incorrectos

Feijóo y la política garbancera

Feijóo y la política garbancera
Feijóo y la política garbancera

Ya no es necesario ir al Museo Reina Sofía de Madrid para contemplar la épica del arte contemporáneo, que ha dejado de ser rupturista y se ha entregado sin pudor a la corrección política y la cultura dominada por una izquierda cada vez más mojigata y atrabiliaria. Basta con ver las portadas del periódico El País en los días señalados. La del pasado lunes, por ejemplo, no tenía desperdicio.

Estaba encabezada por el triunfo de Lula en Brasil, tan celebrado por el presidente Sánchez y los culturetas planetarios, que están gozando de que ya toda América Latina esté en manos de la izquierda, es decir, condenada, como en el caso de Sísifo, a cargar con la piedra del fracaso sin solución de continuidad.

A renglón seguido aparecía Feijóo, que según el periodismo progre masivo se aleja de su perfil moderado por no querer pactar con Sánchez la ignominia de una renovación del poder judicial en la que el habitante de La Moncloa sólo busca magistrados adictos que puedan consagrar legalmente sus atropellos a la Constitución.

Finalmente, otra noticia daba cuenta de que este Gobierno que se desvive por nosotros prepara una fuerte subida del salario mínimo, como corresponde a un equipo de políticos tan volcados en los pobres que no dejan de fabricarlos a destajo mientras los empresarios codiciosos e insensibles sólo piensan en ganar cada día más y pescar en aguas revueltas. ¿Alguien puede doblar la apuesta?

Vayamos por partes. En lo que se refiere a Brasil, el fascista Marcos de Quinto, que fue vicepresidente de Coca Cola -uno de los cargos más elevados jamás alcanzado por un español- ha escrito en Twitter: «Una verdadera lástima lo de Brasil, un país que ahora -por muy poco- volverá a la corrupción, a la violencia, al narco (siempre pro Lula), a la inflación y, en resumen, al comunismo que tan bien apadrina el Foro de Sao Paulo». Ni qué decir tiene que no puedo estar más de acuerdo.

Vayamos a lo de Feijóo. Con motivo de su renuncia a pactar la renovación del Poder Judicial con un trilero compulsivo, los medios progresistas y los tertulianos que pastan en La Moncloa vienen a decir que este chico ya no es el nuestro, que ha abandonado su presunto perfil moderado y que se ha convertido en un Casado redivivo, en un político garbancero. A mí me gustan mucho tanto los callos como los garbanzos, a ser posible sin estar mezclados. Ya sé que esta parece comida ruda, propia más bien de gañanes y de gente inmoderada, y en eso parece haberse convertido en un pis pas Feijóo, según los jueces que dictan el canon correcto de la época; en un político alejado del hombre de Estado pactista con el que se presentó en Madrid. Naturalmente, toda esta clase de fantasías rozan el delirio, pero el diario El País, que es un medio especialista en el enredo y en inventarse fuentes donde no las hay, ha concluido que la baronesa Ayuso, a la que detestan y han puesto desde tiempo inmemorial en la proa, ha demostrado ser la que maneja el cotarro, abduciendo al gallego, como si este señor fuera un inexperto o un advenedizo en lugar de tener más conchas que un galápago.

Estos devaneos son cómicos pero en El País los sirven todos los días para dar de comer a los dóberman que constituyen su tropa militante. Tiene este diario la costumbre de citar en sus informaciones, sin identificar a nadie, claro, a los supuestos y genuinos moderados del PP, que al parecer estarían alarmados porque el partido se haya retirado del acuerdo. Ponen en sus bocas falsas o inventadas que la estrategia de Feijóo se ha vuelto inconsistente -aunque jamás ha sido tan sólida-, que pone en riesgo su imagen de hombre con talante negociador y estadista, y que así no conseguirá el trasvase de votos socialistas tan necesario para ganar las elecciones, pues ahora parece entregado a una confrontación de aire racial. Nada de nada. No hay caso.

Como frecuento mucho la calle y presto oídos a todos el mundo, los votantes del PP recelaban de que Feijóo pudiera llegar a acuerdo alguno con Sánchez, sencillamente porque lo detestan, no quieren pactos con un felón que ha traicionado la Transición y socavado la paz civil que ha venido reinando desde entonces. Desde luego que cuando van en el metro no hablan de poderes judiciales ni vainas como dijo la inefable ministra Llop, pero están persuadidos que Sánchez te engañará siempre y que conviene estar lo más alejado posible del escorpión, más aún en tiempo preelectoral.

Pero es que, además, en lo que concierne al gobierno de los jueces, ni siquiera ha engañado a nadie. Ha declarado explícitamente que quiere un nuevo Tribunal Constitucional que valide su ley del aborto y otras igual de punitivas contra el orden natural, de manera que sea imposible lo que sucedió con el Supremo de los Estados Unidos, que hace meses declaró al margen de derecho la práctica del aborto. Sánchez quiere una mayoría progresista en el Consejo y en el Supremo español que pueda validar todos sus atentados cometidos y por perpetrar para asegurar su continuidad en el poder.

Digamos también, ahora que estamos en tiempos conmemorativos, que en esto no se diferencia mucho del tándem Felipe González-Alfonso Guerra, que fueron los que acabaron con la independencia judicial en 1985, y acabaron enlodando la magistratura con la insana división entre conservadores y progresistas, minando el prurito profesional de los jueces y convirtiéndolos en apéndices del poder político.

De manera que Feijóo ni practica la política garbancera ni es inmoderado ni ha dejado de ser un aspirante a estadista. Tiene todos los números para ser un gran presidente, después de obtener cuatro mayorías absolutas en Galicia, cotas inconmensurables por completo fuera del alcance de un político desleal, esencialmente destructivo y genuinamente garbancero como Sánchez.

El último apunte épico de este presidente devastador es la intención del Gobierno de volver a elevar el salario mínimo intensamente, quizá un 10% más, condenando adicionalmente a la incapacidad para emplearse de los jóvenes y de las personas menos cualificadas, abocándolos a la pobreza, a vivir de la subvención pública, frenando sus ganas de prosperar. En esto no cabe duda de que está completamente alineado con esa izquierda miserable que ya domina toda América Latina, abocada a la postración inexorable que causa siempre el socialismo.

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