Feijóo novelado

Feijóo

Este perfil huye del juicio exacto y contundente. Al ser un hombre de natural disciplinado, voy a meter en cintura mi desenvoltura y terrible osadía, para que sólo salga a flote la agilidad de mi pluma y cierta perspicacia para iluminarla. No voy a expresar ninguna anormalidad interesante, ningún ángulo recóndito de su alma o de sus cosas. Nadie crea, por favor, que voy a mostrar algún aspecto mohoso de este político español. Detesto el sensacionalismo, que convertiría mi texto en una media tinta chabacana y facilona. El periodismo es la literatura del instante y, en ella, existe tanto peligro como gloria en ser delicado.

De gestos pausados y escasos, Alberto es un maestro de la compostura meticulosa. Observador agudo y penetrante, la contención es su máxima aliada. Hombre de gesto seguro, tiene cierta gravedad clásica. La voluntad es parte fundamental de su éxito, convirtiéndose en el camino para alcanzar una exactitud milimétrica. Cada cosa, cada idea, cada argumento debe estar en su sitio, debe pesarse en unas balanzas de precisión más finas que las de los «pesadores de oro», de Metsys, porque ha de tener sus quilates, su importancia y su fiel contraste. Al primer vistazo le gusta hallar el ángulo revelador de las cosas, y suele conseguirlo.

Ningún detalle chillón o desmesurado quebranta su estricta apariencia. Limpio de toda pilosidad superflua, la profundidad del celeste de su mirada acapara toda la atención. Lástima que sus ojos estén cubiertos por vidrios. Le invito afectuosamente a meterse las lentillas dentro de la retina de forma permanente, no sabe lo cómodo y estético que es. Sus ojos, dulces e inquisitivos a un tiempo, acarician, interrogan y escrutan cuanto les rodea. Su nariz, correcta, me recuerda las palabras del poeta: «Mi alma se sumerge en los perfumes, como la de los demás hombres en la música». Su boca es de línea suave, sellada por un fino humorismo.

Hace unos días, bebía un vasito de burdeos de Bercy, que le hacía añorar, junto con el chianti, los vinos del Vesubio y del Etna; aquel era un vino francés servido en la barra de un bar romano. Su interlocutora tenía los ojos de su mismo color, le miraba de un modo inquisitivo y profundo, quizás con demasiada insistencia. «Giorgia, quiero tener más protagonismo internacional». Hablaba de un modo recortado, ceremonioso. Empleaba palabras escogidas, que decía en un tono inconfundible, como si las vigorizara dándoles un alcance cabalístico. Sus miradas y sus sonrisas animaban el contenido diálogo. «Te falta un poquito de originalidad», se atrevió a decir ella.

La tonalidad, antes rosada, de sus mejillas ofrece matices cambiantes. El tiempo está ennobleciendo su aspecto, casi con carácter litúrgico. Si el misticismo se entiende como el polo positivo, la sensualidad sería el negativo. No sé qué pensará de esto el señor Feijóo. Lo que sí adivino a entrever es que él reconocería el encanto de la parisiense balzaquiana -llena de finura y de coquetería-, pero personalmente preferiría la Venus de Milo. El calor de todas mis teorías es intuitivo, está amparado por mi gusto por la perífrasis. No puedo ambicionar una respuesta más honrosa a este texto que una mueca silenciosa por parte del protagonista. Cada uno cumplimos de forma magnífica y humilde con nuestro papel predestinado. Se acabó mi sinfonía de hoy, sean benévolos, como lo he sido yo.

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