¿Le falta sangre a Feijóo?

¿Le falta sangre a Feijóo?

¿Le falta sangre a Feijóo? Es realmente curioso: los mismos que contestan afirmativamente a esta pregunta, los mismos que le piden mayor arrebato al líder del PP, son los que practican la evanescente doctrina del «sí, pero…», o sea que, en síntesis, nadie del centroderecha español les parece suficientemente aguerrido para combatir a la izquierda.

Ocurrió en su momento con Aznar; ¡qué les voy a contar de Mariano Rajoy, primero criticaron duramente a Casado por su blandenguería y luego le atizaron zurriagazos de todo color porque le estaba quitando el pan caliente a Vox, y ahora se encuentran en ese momento sublime del «sí, pero…».  En su lenguaje, digamos contenido, lo expresan más o menos así: «Es que le falta un poquito de…».

Naturalmente que no se molestan en expresar en qué consiste ese ambiguo «qué», lo dejan en puntos suspensivos porque, al fin y al cabo, ellos no tienen por qué dar ideas. Sucede que, como indica una antigua secretaria de Estado en los tiempos de Rajoy: «Ningún líder se aproxima a su excelencia». Lo dicen ellos de los que no se conoce ningún triunfo resonante en la gestión. Cuando han tenido esa oportunidad o han huido porque el menester les pareció muy oneroso, o más dolorosamente, han sido invitados a seguir ejerciendo de diletantes.

Por tanto, vamos a la pregunta castiza: ¿Le falta sangre a Feijóo? ¿Es demasiado morigerado? ¿No acaba de definir, como hablaría el cursi de Valdano, el poeta del área? ¿Tiene miedo a excitar los bajos instintos de sus oponentes? ¿O es quizá un entrometido en la derecha? Son cuestiones que se plantean cada vez que Feijóo se manifiesta en público y acredita su forma de entender y hacer la política. Ninguno de los generosamente aludidos analizan el quid de la auténtica cuestión, el verdadero interrogante: ¿Es Feijóo como parece y aparece o es, sencillamente, que no tiene más remedio que planteárselo de este modo si pretende ganar unas elecciones?

Y es que, aún hay más: estos aficionados acreditan repetidamente que lo que pasa con Feijóo es que todavía no se ha enterado de que la plaza de las Cortes de Madrid no tiene nada que ver con la del Obradoiro. Es decir, que la primera es caza mayor para jabalíes curtidos en mil dentelladas, y la segunda un apacible escenario donde no abundan los tiros, sólo la lluvia. Poco importa que Feijóo haya regresado al foro tras bastantes victorias en una tierra, Galicia, a la que llegó después de ganarse el pan en gestiones tan comprometidas como la Sanidad o Correos. «Madrid -dicen y en eso es lo único que tienen un poco de razón- es otra cosa». Lo es, pero que este cronista recuerde ningún aspirante a la Presidencia del Gobierno de España ha llegado a la capital del Reino con mayor bagaje que el que que puede exhibir el actual candidato del Partido Popular.

Es cierto, porque lo es, que Feijóo ha renunciado a utilizar en la pelea las mismas armas que usa con absoluta desvergüenza Sánchez-Castejón. En ocasiones, puede ofrecer la impresión de que, mientras el citado presidente y sus cuates se enfrentan a la oposición con una navaja albaceteña entre los dientes, el PP se topa con sus contrarios con un lirio en la mano y cantando angélicamente «con flores a María que madre nuestra es». Esta es una sensación real que resulta difícilmente aceptable cuando, como en el boxeo, un púgil va de fino estilista por el tapiz mientras el otro atiza puñetazos que de milagro no alcanzan los huevos. En todo caso, vuelvo a las andadas: los mismos que se detienen en la escasa pegada del aspirante popular son los que cuando éste sobrepasa los límites de su misma arquitectura personal y política, le acusan de estar confundiéndose con la derecha troglodita -denuncian- de Vox.

Es también curioso: a algunos de los citados les parece importar mucho más el porvenir de una hipotética necesidad de Gobierno del PP con Vox, que los argumentos, las ideas y los planes que el candidato tiene para derrotar al actual ocupante del poder. Es posible disentir con alguna de las medidas, o aún peor, de las declaraciones que el PP está presentado para desalojar a Sánchez de la Moncloa, porque, sin ir más lejos no es nada seguro que insistir en la ilegitimidad de ejercicio del Gobierno del felón, contribuya a asentar la imagen centrista y moderada que pretende Feijóo. ¿Por qué? Fácil: porque una mayoría abrumadora de los seiscientos o setecientos mil votos que Feijóo precisa para triunfar en las elecciones y que provienen del llamado centroizquierda socialdemócrata o como se quiera denominar, no se encuentren cómodos con una descalificación como ésta. Esos posibles votantes no han llegado al instante en que se pregunten: ¿Son legítimos, que no legales, un presidente y un Gobierno que han mentido clamorosamente a los españoles? Con un poco de suerte, y constancia por parte de los denunciantes, quizá llegue ese momento, pero ahora mismo parece tan prematuro como desaconsejable.

Y a mayor abundamiento, esto otro: a Feijóo le puede importar incluso más que no voten a Sánchez a que no le voten a él. O sea, que la abstención de los profundamente enojados por las fechorías del aún jefe del Gobierno, puede convertirse en un aliado de la bolsa electoral del PP. El episodio del infame asalto a las instituciones de los bolsonaristas en Brasil, ya ha servido al PSOE y a su demacrado portavoz, Bolaños, para asimilarlo a los comportamientos del PP bloqueando, por ejemplo, la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Todos los portavoces socialistas, hasta los más torpes incluso, se están ocupando de repartir por aquí y allá esta envenenada especie: «¡Atención, peligro, que viene derecha!». Da igual que la conducta sublevada de las hordas de Bolsonaro asaltando violentamente las instituciones del país, sea, salvando todas las distancias posibles, parigual a la que ha perpetrado Sánchez con todas las nuestras.

Buen cuidado debe mostrar Feijóo en no caer en las trampas que se le tienden porque ¿cuál sería el mayor error? Dejarse llevar -que les adelanto, no lo va a hacer- por los apóstoles del «más leña» y actuar como sus sosias o, lo que es aún peor, como clones de sujetos tan indeseables como Sánchez, el gobernante más traidor de la Historia moderna de España desde Fernando VII.

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