Extraña Navidad, pero Navidad, al fin y al cabo

Extraña Navidad, pero Navidad, al fin y al cabo
Extraña Navidad, pero Navidad, al fin y al cabo

Por segundo año consecutivo, vivimos una extraña Navidad, parece que algo mejor que la anterior, pero con el sentimiento triste que deja la desilusión de que, cuando todo parecía que se empezaba a organizar en unos términos normales, en el último momento nos han cambiado, de nuevo, todo el escenario.

Unos ciudadanos extremadamente obedientes se encuentran agotados con tanto cambio, tanto vaivén, tanta indefinición. Adicionalmente, una gran mayoría de ellos están atemorizados porque, de nuevo, están contando las cosas mal: es cierto que hay muchos contagios, pero el Gobierno no dice algunas cosas esenciales: en primer lugar, que ahora se detectan más casos en parte porque muchos ciudadanos compran el test y se los hacen ellos mismos; ¿cuántos casos no se detectarían en el pasado al carecer de test? En segundo lugar, que es una cepa que los datos muestran como más leve, al analizar los datos del Ministerio de Sanidad y que hay que poner en relación el aumento exponencial de contagios con la menor incidencia en hospitalizaciones, ingresos en UCI y fallecimientos -vaya por delante, que cualquier fallecimiento es un horror, por este motivo o por cualquier otro-. Y en tercer lugar, que esos mismos datos dejan bien claro que el contagio y, sobre todo, la gravedad, es muy inferior entre los vacunados respecto a los no vacunados.

Hay que mirar hacia delante, con prudencia, pero hay que ir poniéndole a esto un horizonte final, porque sin ser ya tan terrible -salvo sorpresa- la pandemia, esta enfermedad parece que se convertirá en una más y como una más -con vacunas y fármacos que irán saliendo, y sin mascarillas, que han servido durante un tiempo, pero que son un nido de gérmenes, que habrá que eliminar también en el futuro, pese al paso atrás que ahora da al Gobierno al imponerlas, de nuevo, en exteriores- habrá que tratarla: el que se encuentre mal, que descanse y se recupere el tiempo que necesite -no olvidemos que los diez días es una cuestión política, no científica, y que al principio eran catorce, que fueron rebajados para que Ciudadanos apoyase una de las prórrogas del estado de alarma, lo que da idea de su base científico-sanitaria-, y el resto, que siga su día a día, porque ni la economía ni la salud mental de las propias personas pueden sufrir más deterioro.

Una extraña Navidad, insisto, porque antes eran días de besos y abrazos, y ahora lo son de distancia, aislamientos y recelo; antes eran días de calles llenas, y ahora, al ir a trabajar, las calzadas y aceras están muy vacías; antes, las personas esperaban su turno para comprar un jamón que les gustase, el tradicional marisco o el clásico turrón, y hoy se agolpan en la puerta de las farmacias para comprar test de antígenos, con las existencias agotadas.

Todo es muy extraño, con los ciudadanos, obedientes y exhaustos, insisto, soñando con el fin de este delirio. Todo es muy extraño, pero hay algo que sigue igual: es Navidad. Y Navidad era, es y será la época en la que recordamos, como en los carteles de la campaña que la ACdP ha lanzado, que un nacimiento cambió para siempre el rumbo de la historia. Así es, tanto para los que somos creyentes como para quienes no lo son, porque la historia fue distinta, con ese antes y después que, cronológicamente, se establece a lo largo del tiempo.

Y eso ha de recordarnos la importancia de la Navidad, que no es otra cosa, también para quienes no tienen fe, que el calor de la familia, con el recuerdo de quienes ya no están con nosotros porque han fallecido -por cualquier motivo-, la concordia, el recordarnos que vivimos muy deprisa y que, en muchas ocasiones, priorizamos cosas que no son importantes. Es cierto que, desgraciadamente, después se vuelve a la práctica y prisas habituales, pero, al menos, estos días nos recuerdan que podemos ser mejores porque hace algo más de dos mil años nació un niño que nos cambió para siempre. ¡Feliz Navidad a todos!

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