Estamos perdiendo un siglo
Si no fuera por la traición sostenida del Partido Nacionalista Vasco, hoy mismo estaría el prófugo Sánchez exponiéndose en el Congreso a hacer el ridículo con sus nuevas mentiras. La última, la de los inmigrantes: 250.000 empleos en España, según lo explicó en Mauritania y, al contrario, todos a la calle, según reconoció 24 horas después. O sea, una más de las contradicciones falaces de este sujeto insoportable al que, sin embargo, al final, siempre le apoyan los mismos, los vascos de una u otra condición, los radicales proetarras de Bildu o los volubles y melifluos aprovechateguis del PNV.
Gracias a estos, Sánchez ha sorteado de nuevo su presencia en el Congreso de los Diputados, al que no asiste ya ni siquiera para votar. Aitor Esteban, este maketo sobrevenido a aranista radical, ha evitado por ahora que el citado presidente, siempre huido, justifique ante España entera por qué llenará de oro Cataluña y repartirá las migajas sobrantes de un pordiosero por los demás territorios del país. No insistiré más que en este dato: Pradales Gil es lehendakari porque le apoyan los votos comprados al PSOE; Sánchez es presidente (aún) del Gobierno del Reino de España porque, entre otros, suma los escaños adquiridos de estos nacionalistas vascongados de pitiminí.
Los peneuvistas, felones siempre, han rescatado a un Sánchez que hubiera tenido que responder a esta pregunta: ¿Por qué ayer todos los inmigrantes ilegales para adentro con empleo y sueldo y hoy, de pronto, todos otra vez al mar? Fácil: porque su compadre Scholz le ha leído la cartilla y le ha advertido que «nada de que nosotros vayamos de duros por la vida y tú de niño bonito». De eso, nada de nada. Y es que Scholz tiene dos citas electorales este domingo de extraordinaria importancia. Son Turingia y sobre todo Sajonia, estados federados donde el SPD del canciller se va a pegar un tortazo de los que hacen época, tanto que la más preciosa de las encuestas le aprecia un estupendo ¡siete por ciento de votos! Esto en los dos estados que abren las urnas este fin de semana.
Días más tarde también están convocados comicios en otro estado federal, Brandeburgo, donde hasta ahora gobierna un socialista, tipo oscuro de apellido Woidke (gordo en castellano, aunque él es un asceta) que, con toda probabilidad, va a ser relegado a la segunda o tercera posición por la Alternativa por Alemania, lo mismo que en sus predecesores de estos días. Y no nos engañemos; la muy derechista AfD no es pro-nazi, es directamente pro-Putin, así que vayamos todos tomando nota.
Disculpen esta digresión germana útil para que entender que a Scholz no le llegue la camisa al cuerpo con el gran asunto que se dirime en todos estos comicios: la inmigración. La Alemania que gobierna ahora mismo el decadente tripartito de socialdemócratas, ¡fíjense!, liberales y verdes, ya tiene decidido que ninguna concesión más a la inmigración ilegal, que todos los que lleguen (y a Alemania llegan multitud) deberán hacerlo con el carné de identidad en la boca. Así, como suena, aunque suene mal.
Scholz ha mandado el recado a su congénere Sánchez, al que cada día le guarda menos respeto por cierto, y le ha afeado la conducta y el farol de los doscientos cincuenta mil para adentro. Como este sujeto lo mismo le da ocho que ochenta porque carece de principios y fundamentos, le ha contestado sin despeinarse: «Pues, venga, que los ilegales otra vez para su casa».
A Sánchez se le acumulan los líos del Montepío y todos los escándalos que caben en un día, pero él no se inmuta porque tiene a su lado a los pedigüeños que le están exprimiendo sin piedad. Pero algunos de estos, no se crean, empiezan a estar hasta el gorro de la compañía sanchista. En estas fechas este cronista ha recibido un documento firmado por un muy conspicuo peneuevista de toda la vida que, tras constatar que su partido de siempre ha impedido que Sánchez justifique en el Congreso su tibia postura sobre lo acaecido en Venezuela, le ha escrito al portavoz, Aitor Esteban, en el Parlamento de esta guisa: «No entiendo la sumisión absoluta al trilero Sánchez. ¿Por dónde tiene pillado Sánchez a algunos del Partido?». O sea, Partido, con todas las mayúsculas posibles.
Algo parecido sucede con los latosos separatistas catalanes, una parte de los cuales, Junts, no lograron tampoco esta semana que el presidente (aún) del Reino de España expusiera ante sus señorías en qué consisten sus pactos del concordato económico con Esquerra en Cataluña. Es decir: una facción de los separatistas firman un pacto que declara económica y fiscalmente independiente a la región, y la otra abjura del tal acuerdo, andan, pues, a la greña para ver ahora, y en breves días, quien se apropia de la primera Diada de Salvador Illa.
Lo que queda es lo que aprecian la mayoría de los especialistas de España y también muchos europeos: lo pactado entre ERC e Illa es un estupendo regalo para Cataluña y una patada en la boca para el resto de España. Sánchez se esconde, pero algún día reaparecerá por el Congreso para, con una disculpa fútil de las de su cosecha, disimular el agravio y presentarse como el gran hombre que ha hecho posible terminar nada menos que ¡con 310 años de «conflicto político» entre Cataluña y España!
Ya los socialistas hablan directamente de «conflicto» entre las dos partes y, además, y a mayor abundamiento, se suman a la confrontación entre catalanes y españoles como si durante todos estos tres siglos los nacidos en Cataluña sin obediencia separatista, no hubieran podido ser, ni siquiera sentirse, españoles.
Sánchez ha llenado de oro al antiguo Principado y ha prometido que lloverá migajas de euro por el resto del país. Todo un escándalo de proporciones planetarias que al prófugo de la Moncloa le importa una auténtica higa. En una democracia natural y decente, lo firmado por Sánchez ya tendría tratamiento penal en el Tribunal Supremo correspondiente, aquí, todo parece usual, tolerable porque la España aplanada y dormida no tiene conciencia de lo que le están haciendo. A la España opositora este infame gobernante ya no le mueve nada, ha entregado la cuchara y nada espera del porvenir más inmediato. Sánchez no es que haya anestesiado al país, es que le ha inyectado la droga más paralizante que se puede inventar. Así estamos; sus incontables fechorías resultan asimilables por el metabolismo nacional. Estamos perdiendo un siglo.