Estado de calamidad

Estado de calamidad
Estado de calamidad
  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

Hay algo que nadie le puede discutir a Pedro Sánchez: es un equilibrista que disfruta saltando de trapecio en trapecio, sin red que aguante debajo. Como muestra un simple botón: con la certeza evidente de que la recesión avanza imparable sobre la economía española, se permite el lujo de desafiar a los inversores nacionales e internacionales anunciando nuevos impuestos a propósito de cualquier ocurrencia o cualquier presión de sus socios escasamente recomendables.

Cierto es también que a una inmensa mayoría de españoles las “ocurrencias” de los palmeros sanchistas les entran por un oído y les salen por el otro. Prueba fehaciente de ello es que el anuncio de nuevos impuestos a los ricos (eléctricas y banca) a un 70% de la población encuestada dicho anuncio les parece que ni se llevará a cabo, ni tendrá ningún efecto político ni económico. Es una manera vacua como otra de huir a la desesperada ante una situación imposible. Lo que cualquier cabeza medianamente amueblada puede colegir de los datos macro/micro que arroja la actual realidad española, es que estamos instalados en un auténtico “estado de calamidad”. También que una inmensa mayoría de españoles cree que Sánchez -gran hacedor y responsable de la cosa- resulta incapaz para sacar al país del estado calamitoso al que lo ha conducido.

Se puede intentar maquillar las cifras, pero ya no se puede engañar a las amas de casa. Cada vez es más difícil sobrevivir en el día a día. Se podrá decretar -todo en este Gobierno es un puro “decreto”- la felicidad universal desde Finisterre al Cabo de Gata, pero los españolitos saben y son conscientes de que el pirómano no será capaz de apagar el fuego que carcome las entrañas de una nación claramente insolvente. Sánchez y sus cuates comunistas, independentistas y proetarras se pueden poner de acuerdo para decir que hubo una gran tragedia hace casi un siglo en España y que ganaron los que perdieron. ¿A dónde conduce ello? Sus falsificaciones históricas terminarán por estallar ante una realidad que admite escasamente manipulaciones burdas y trágalas infantiles. Esas artimañas ridículas no impedirán que millones de ciudadanos libres (todavía) sigan denunciando lo difícil que resulta sobrevivir en un país que está en ruina económica y en una más que descriptible degradación moral.

El reciente debate parlamentario si algo ha dejado claro es que existe un Gobierno carcomido en sus entrañas. Horadado por su incapacidad técnica manifiesta, sus insuperadas contradicciones internas, su moral de mercadillo y ausencia de valores éticos. Los anuncios, realizados a mayor honra y gloria de las ocurrencias de cualquier escribidor contratado con nocturnidad, quedarán, una vez más, en nada, pero las carencias exhibirán sin pudor el desastre de un Gobierno cuyo jefe deambula grogui por el ring como pollo sin cabeza.

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