España, ‘república coronada’
La entrada en la gran escena de la Princesa de Asturias ha supuesto un soplo de aire fresco –tampoco es que sus padres sean precisamente carne de asilo– que, con su desenvoltura y naturalidad, ha enganchado con millones de conciudadanos, que no súbditos.
Sin duda, la Princesa Leonor, qué toque real, ha supuesto un jarro de agua helada en la ambición de aquellos que legítimamente aspiran a cambiar el sistema de gobierno en España –es de suponer que por la vía democrática y pacífica–. Saben que si hoy a acudieran al pueblo en busca de veredicto perderían por goleada. Ese aplauso de cuatro minutos largos en el histórico caserón de la Carrera de San Jerónimo retumbará durante mucho tiempo en los oídos de los españoles, un aplauso que hizo emocionarse al titular de la Corona.
El escribidor no se ha conducido nunca por los caminos trillados y naturales de las emociones. El analista debe fluir por el cerebro y no por las vísceras. Y a tal propósito, ¿qué nos encontramos en este asunto tan decisivo del panorama patrio? La Constitución del 78 con gran acierto, por consenso salvo los vasquitos de siempre, acordó instaurar la monarquía parlamentaria, cuya fórmula no es otra que el Rey es el Jefe del Estado, sí, representa pero no gobierna. No es ninguna novedad y se inspira fundamentalmente en la figura real de la Gran Bretaña y de las monarquías europeas y nórdicas.
España se convirtió desde ese mismo momento en una república coronada, donde tampoco le ha ido tan mal a la institución, incluso después de los sucesivos escándalos acaecidos en la anterior Familia Real, con especial relevancia los que afectan al Rey Emérito, una desgracia para su figura histórica, para la institución y para España.
Escrito en román paladino para que algunos terminen de enterarse: el Rey no ostenta poder ejecutivo alguno, cuyas funciones corresponden exclusivamente al Gobierno de la Nación, incluidas las prerrogativas en las Fuerzas Armadas. Es la cabeza de los tres ejércitos, pero a mero título representativo. Su única capacidad de influencia en la vida nacional depende en gran parte de su auctóritas, que no de su potestas. Todo ello nos permite concluir que aquellos que no paran de intentar excitar las bajas pasiones de La Zarzuela para que intervenga en política se van a estrellar contra la melancolía. El rey Felipe sabe lo que se trae entre manos.
Ni siquiera sus enemigos más acérrimos, esos mismos que dicen haber consagrado su vida a que la Princesa más de moda en toda Europa pueda llegar a sustituir a su padre, se han dado cuenta de que España es de facto una república… Eso sí, coronada. Al final, los enemigos de doña Leonor se han quedado más antiguos que la propia institución monárquica. Son los mismos que no se han enterado que hace más de treinta años cayó el Muro de Berlín y sólo se vio correr al pueblo alemán en una misma dirección: la libertad.