Escrivá, el otro tonto útil del Gobierno

En mis años mozos, cuando empezaba en esto del periodismo a mediados de los ochenta del siglo pasado, el Banco de España no era independiente del Gobierno pero gozaba de un crédito notable. De manera que cualquier palabra que dijera era escuchada con enorme consideración, como si fuera la palabra de Dios.
Entonces dirigía el país Felipe González y su ministro de Economía era Carlos Solchaga, al que le tengo gran cariño por muchos motivos. A pesar de su aprecio por la ortodoxia económica, el amigo Solchaga, inducido por González, no hacía ascos un gasto público desordenado, impulsor de una inflación sin freno que estaba obligado a drenar Mariano Rubio, entonces gobernador del banco central e íntimo de Solchaga, con una política monetaria cruenta imponiendo unos tipos de interés elevadísimos.
La relación entre los dos fue casi novelesca, pues el banco central estaba determinado a combatir los excesos expansivos del Ejecutivo para que la economía española no entrara en barrena, dando lugar a episodios cómicos que quedarán para la historia pero que evitaron que el país incurriese en dificultades incorregibles.
La ecuación es muy simple de entender: el Gobierno enchufaba la manguera del gasto público y Mariano Rubio, un funcionario probo y con criterio, hacia lo imposible porque tal gesto de galantería fiscal tuviera el efecto económico menos grave, subiendo al máximo el precio del dinero para contener la orgía y la inflación consecutiva.
En aquella época, Mariano Rubio, amigo de Solchaga, pero contradictor de sus políticas, era como el sumo sacerdote. Su palabra, siempre contestaria, era ley. Eran un alarde. Sus críticas reiteradas a los presupuestos suponían un conflicto público de primer orden, que suscitaban arduos debates y primeras páginas en los medios de comunicación en esos tiempos que invitan a la nostalgia porque no estaban sometidos a la genuflexión diaria ni vivían de la subvención pública.
Hoy casi todo esto ha cambiado, pero no tanto, y no sé si a mejor. Aunque en aquella etapa de la que les hablo el Banco de España no era independiente, funcionaba y emitía opinión como si lo fuera y el Gobierno acusaba el castigo frecuente a sus políticas normalmente inconvenientes, que han sido siempre el santo y seña del socialismo: gastar más de lo que se ingresa e incurrir en déficit estructural y recurrente.
Hoy el Banco de España es legalmente independiente, forma parte del Banco Central Europeo (BCE), no debe servidumbre a nadie, y sigue diciendo- igual que entonces- lo que da la gana con plena autoridad. Y lo que ha afirmado sobre los presupuestos generales del Estado presentados esta semana por el Gobierno y respaldados en su primer trámite por todos los excrementos de la nación es que son una completa mierda.
Que las previsiones macroeconómicas en que están fundados son ilusorias; que, como consecuencia, los ingresos previstos están inflados y los gastos infravalorados, que el aumento de los impuestos que contempla es inoportuno, y que el incremento de las partidas de pagos para elevar el poder adquisitivo de los funcionarios y de los pensionistas son perjudiciales e inconvenientes.
Yo escribí sobre esto hace quince días, pero mi voz es menor. La que cuenta es la del gobernador del Banco de España, el señor Hernández de Cos, y la de la Autoridad Fiscal Independiente, que se ha pronunciado en el mismo sentido reprobatorio de unas cuentas públicas contrarias a las necesidades del país.
En el pasado, cuando el señor Mariano Rubio -al que acosó vilmente el entonces ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, por una cuestión menor que finalmente desencadenó en un funcionario de trayectoria profesional inmaculada un cáncer que acabó con su vida- emitía una opinión contraria al Gobierno, los sindicatos de la nación, que jamás han contribuido a su progreso, solían recriminarle que se metiera en camisa de once varas.
Cuando denunciaba el deleznable sistema laboral del país, las críticas de Unión General de Trabajadores (UGT) y de Comisiones Obreras (CCOO) eran acerbas, y los periodistas progres del momento solían apuntalar estos argumentos interesados e inmorales.
Pues bien. Ahora no sucede algo diferente. Los dos ministros del Gobierno que pasan por ser los más ortodoxos del Gabinete y en los que, a juzgar por los observadores, descansa la confianza de las autoridades europeas en el porvenir económico de España y su futura buena ejecutoria -me refiero a la vicepresidenta Nadia Calviño y al señor Jose Luis Escrivá, titular de ese absurdo Departamento de Inclusión, de Migraciones y de Seguridad Social- han reaccionado hostilmente a los mensajes del Banco de España, de la Autoridad Fiscal Independiente (Airef), del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la propia Comisión Europea, que deberían ser las instituciones de referencia para juzgar la sana orientación de la política económica.
El fatuo ministro Escrivá, que no tiene abuela, funcionario en excedencia del Banco de España, y al que nombró el PP al frente de la recién creada Airef ha reaccionado como un chiquillo ante las críticas de Hernández de Cos. Como los tontos de algunos de mis colegas de izquierdas serviles a Sánchez.
Como los ineptos y malvados de los sindicalistas. Ha dicho que le parecen muy mal las críticas del Banco de España porque lo que esperaba de esta institución es que “hablase de la política monetaria, de qué va a pasar con los bancos, de cuáles son las previsiones de inflación. Me hubiera interesado oír más de esto”, afirma el soberbio Escrivá, al que los incompetentes del PP pusieron al frente de la Airef para que luego pasara a ser ministro de Sánchez.
Pero el señor Escrivá no tiene razón: el gobernador del Banco de España va al Parlamento y dice lo que estima valioso para el interés general; sobre el presupuesto, sobre la corrosiva subida del sueldo de los funcionarios y la revalorización de las pensiones, sobre el inconveniente aumento de los impuestos y sobre la política en relación con el mercado laboral que es literalmente desastrosa.
Este chico Escrivá, que tiene una autoestima exagerada, que se cree el más listo de la clase, que nos ha metido de matute el Ingreso Mínimo Vital que será letal para la conciliación íntima y la responsabilidad individual de los ciudadanos, abocándolos a la molicie, está empeñado en ganar la carrera de tonto útil del Ejecutivo a la diosa- que es la vicepresidenta Nadia Calviño- una de los más de treinta directores generales que había en la Comisión Europea y que ejerce como la coartada perfecta de todas las equivocaciones de este Gobierno.
Para hacernos cargo de la indigencia intelectual de la ministra de Economía, está se ha atrevido a defender que la subida del sueldo de los funcionarios contribuirá a sostener las rentas y a empujar al alza el consumo, cuando lo que realmente provocará será un aumento del ahorro doméstico en tiempos de incertidumbre como los que provoca un Gobierno desnortado como el actual.
Los argumentos de Escrivá y de Calviño son peregrinos y carecen de la mínima calidad intelectual esperable en quien ocupa cargos tan importantes. La subida del sueldo de los funcionarios y la revalorización de las pensiones es un ejemplo clamoroso de injusticia fiscal en un momento en que el sector privado atraviesa una situación delicadísima, con miles de empresas al borde de la quiebra y un paro subiendo escandalosamente.
El mensaje que se lanza a estas compañías es que tendrán forzosamente que recortar su plantilla y reducir al mismo tiempo la remuneración de la que puedan soportar es perturbador.
Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), incluso en 2022 el déficit publico será del 8,6%, la deuda del 120% y el desequilibrio estructural provocado por todos estos planes venenosos de los ministros Calviño y Escrivá, teóricamente guardianes de la ortodoxia, superará el 7%. Esto no hay país que lo aguante por mucho tiempo.
No hay país, en realidad, que aguante a tantos idiotas juntos, y menos a los que pasan por ser los más listos de la clase enarbolando argumentos tan endebles y deplorables.
Hay quien sostiene que es preferible que Calviño y Escrivá sigan en el Gobierno, porque al menos saben algo de economía y contienen la pasión desbocada por el desorden presupuestario del tándem Sánchez-Iglesias. Yo siempre he discrepado de esta teoría clásica.
Me parece que el señor Solchaga debió dimitir como ministro el día que el presidente González aprobó el AVE al mismo tiempo que se remozaba la autovía de Andalucía y se magnificaba el aeropuerto de Sevilla, obras redundantes y en extremo gravosas aprobadas de una vez. Creo que debió dimitir cuando ocultó a sabiendas el desajuste del déficit del Estado, que acabó ascendiendo ni más ni menos que al 7% del PIB cuando González abandonó la Moncloa derrotado por Aznar.
Pienso que la señora Calviño tendría que haber dimitido el día que Pedro Sánchez acordó con Bildu un proyecto de contrarreforma laboral por la que todavía porfían el vicepresidente Iglesias y las huestes de Podemos; o cuando su compañera Montero, la verdulera de la Moncloa, envío a Bruselas este presupuesto infame en el que ella no cree y que defiende con malabarismos e incluso argumentos intelectuales indigentes que destrozan cada día un poco más su magra reputación.
Creo además, que el señor Escrivá debería haber dimitido antes de poner en cuestión a una institución independiente como la Airef, de la que fue su primer presidente, y desde la que padeció las mismas críticas que él inflige despiadadamente a su sucesora.
¿Por qué no lo hacen? ¿Por qué no se van? Queridos amigos, porque los designios de la política, como los del Señor, parecen ser inescrutables, aunque arrasen con la dignidad, el honor o el valor que se suponía a personajes definitivamente fallidos.
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- José Luis Escrivá