Erdogán cobró 6.000 millones de euros
En el norte de Siria, con un millón de recientes desplazados, la capacidad genocida de la familia Al-Assad sigue imperativa, alentada por las ambigüedades consecutivas de una guerra en la que todos esperan sacar algún beneficio, ya sea Rusia o Turquía. El flujo inmigratorio provocado por la guerra en Siria implica el incumplimiento extremadamente desleal con que Erdogan responde al provecho que ya sacó de la Unión Europea, hasta un monto provisional de 6.000 millones de euros. La circunstancia supera todos los límites de la “real politik”, resquebraja las fronteras griegas, altera la política inmigratoria improvisada en Bruselas y pretende aparentar que es la Unión Europea la responsable directa de una crisis migratoria que pudiera equipararse a la de 2015, desbordando sus fronteras externas.
Mientras tanto, Turquía simula necesitar ayuda de la OTAN y pide la respuesta conjunta de los socios atlantistas. De nuevo, Occidente ve cómo los jihadistas aliados con Al-Qaeda ganan un palmo de territorio –de lo poco que les queda en Siria- y se habla de un “zona desmilitarizada” como si Erdogan fuese de fiar. Turquía asumió ya su cuota inmigratoria cobrando lo que estipuló a la Unión Europea. Ese es uno de los laberintos más trágicos de un nuevo siglo que somatiza crudamente lo atávico y la capacidad de destrucción masiva.
Cientos de miles de sirios –somalíes, afganos- quedan a merced de un cruel contencioso fronterizo, mientras los drones sacan imágenes de una guerra interminable. Turquía, con métodos de chantaje, abre la verja y los griegos, a su vez, endurecen sus controles y ponen en máxima tensión las fronteras externas europeas, a la espera de asistencia. Un ataque contra tropas turcas por parte del poder sirio ha aumentado el fragor de esas guerras con franquicia, por enemigo interpuesto o con la vida humana pendiente de un hilo entre fronteras. Según algunas informaciones, Ankara puso autobuses para llevar inmigrantes hasta la frontera con Grecia. En las islas griegas, el rechazo a los inmigrantes sin –y con- papeles tiene todos los componentes de una crisis explosiva. En los campos de refugiados de Lesbos, naturalmente, poco se confía en que Turquía mantenga sus acuerdos. Menos puede fiarse la Comisión Europea. Y Grecia frena las solicitudes de asilo.
Dos buques rusos con misiles crucero ya han ido más allá del Bósforo para situarse antes las costas de Siria. Es la complejidad de lo trágico puesta al servicio de un juego de poder que siempre acaba en la inhumanidad. Aunque la Unión Europea no sea pura y virgen, lo cierto es que Erdogan ha redescubierto el juego del escondite, a ser posible aniquilando a los kurdos. Los altos al fuego, como las “zonas desmilitarizadas”, son para uso ocioso a la hora del aperitivo en los organismos internacionales. Se hace más que remota la posibilidad de una tregua. Lo más probable es que haya quien lo convierta en super-espectáculo.