Entremés impertinente

Entremés impertinente

Como la inmensa mayoría de los artículos que leo me parecen aburridísimos, y yo misma les suelto de vez en cuando algunos tostones que son para retirarme el saludo, hoy le voy a dar rienda suelta a toda mi impertinencia, que es inmensa, poderosa y va por libre. Me distancio del asunto para ver si salvo algo de mi pellejo, de manera que sean otros los que hablen por mí. Nada es gratuito, todo tiene su sentido; otra cosa es que se tengan armas para entender.

Estaban Pedrito y su padre desayunando en su patio andaluz el sábado por la mañana. Pedrito tiene 11 años y su padre 30 más. “Papá, dicen en el colegio que el año que viene vamos a aprobar sin estudiar, ¿es eso verdad?”. Don Pedro le miró fijamente, mientras dejaba la taza sobre el plato sin llegar a beber y sin decir nada. “Entonces, ¿eso significa que también, cuando seamos mayores, vamos a cobrar sin trabajar? El padre siguió callado y cogió el periódico que tenía sobre la mesa. “Papá, ¡deja esa antigualla y habla conmigo!”. Se le escapaba la risa al padre, pero mantuvo el tipo e hizo como que leía. “¿Pero no decías que es insufrible ese panfleto? ¿Qué haces leyéndolo?”. Cansado ya de la escena, don Pedro se puso de pie y le dijo: “Vámonos, que tenemos muchos deberes que cumplir. Dale un beso a tu madre y dile que volveremos a la hora del almuerzo”.

Mientras, en Madrid algunos jugaban a sentirse el ‘yuppazo europeo’ (yuppazo viene de yuppie, es de mi cosecha, no busquen en la RAE), es decir, levantarse muy tempranísimo para ir al gym, desayunar las cosas más extrañas posibles con mucho verde y semillitas, colocarse el traje de chaqueta ‘hiperapretado’ con zapatos de punta (que me parecen un espanto), fingir que tienen mucho trabajo y que deben hacer mil llamadas importantes, ir corriendo a todas partes porque así sienten que son fundamentales para que el planeta persista, etc, etc, etc. Por más musculosos que tengan los brazos, tanto como el roble de Rákóczi, la ignominia suele palpitar en sus venas. Una vez escuché una conversación en un afamado restaurante entre dos de esta índole: “Patricio, deberías retroceder en los tiempos pretéritos de la mojigatería”. Mirando a su alrededor, a ver si algún otro comensal había oído aquella frase, contestó el otro: “¿Qué quieres decir? Te regalé un Bréguet-Sapin por Navidad, te invito a comer todos los lunes, cuido tus acciones como si fueran mías, ¿y me vienes con esas?”.

Coincidieron Pedro y Patricio en una cena. Mientras elevada la barbilla y alzaba su copa, el madrileño decía divertido: “La gente de provincias es que es así, se toma todo a la tremenda, viven otra realidad”. El sevillano obvió el fervoroso sentimiento de inferioridad de aquel contertulio, supo entender el trasfondo que le llevaba a afirmar esa idea. Le vino a la cabeza el paseo de 39 segundos de Pedro Sánchez detrás de Biden, ¡tenía tanto que ver con esa frase lapidaria que había dicho el gimnasta de Hamelín! Soltó un ingenioso y afortunado chiste con tono andaluz, presumiendo de tierra a su manera. Toda la cena estalló en una sonora carcajada, menos el hiperapretado con zapatos de punta. “Ojú, madriles, tienes menos sentido del humor que Alvarito Ybarra, que ya es decir”. El yuppazo molesto, muy molesto, dijo: “¿Quién es ese Alvarito?”. “¡Yo que sé, he dicho un nombre al azar!”.

A la mañana siguiente, un sábado soleado, don Pedro volvió a desayunar en su patio andaluz con su hijo pequeño, Pedrito. “¿Cómo fue ayer la cena, papá?”. El padre, resplandeciente, le contestó: “Fue maravillosa. Conocí a gente que sólo buscaba hacerme la vida más difícil y, ¿sabes qué consiguieron?, que este desayuno contigo sea mucho mejor que el de la semana pasada. Valorar lo que se tiene no está al alcance de todos”.

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