Los enemigos de la monarquía

España será monárquica o no será. Al igual que en 1873, tal y como en 1931. Las mismas mentiras que hemos vivido en los últimos 150 años siguen vigentes como invenciones de políticos marrulleros, que tratan de ocultar su evidente incompetencia en la gestión de lo público con diatribas dirigidas a resucitar estériles debates que ponen en riesgo la convivencia entre españoles, la misma convivencia que el Rey Juan Carlos logró extender hace 45 años.
Sorprende que haya políticos u opinadores, desde los partidos constitucionalistas a los independentistas, que ensalzan estos días las supuestas virtudes republicanas sin ser muy conscientes de que detrás de sus palabras existe un poso golpista. Para cambiar el modelo de Estado no basta con un intercambio de cromos en el patio de un colegio. O se reforma la Constitución de 1978, hecho más que improbable por el juego de mayorías necesario, o se liquida. La historia nos ha enseñado que las Cartas Magnas han sido siempre desbaratadas con un golpe de Estado o un proceso revolucionario, al puro estilo bolivariano de Hugo Chávez, o tras salir de un conflicto bélico. Rusia cambió a sus zares por el comunismo soviético tras una revolución sangrienta; lo mismo le ocurrió a Francia tras la Comuna de París en 1871; a Alemania con la abdicación del káiser Guillermo II tras la Revolución de Noviembre en 1918; o a Víctor Emmanuel III tras la derrota de Italia en la Segunda Guerra Mundial.
Lo ocurrido en España en 1931, que se acostó monárquica y se levantó republicana, fue semejante a lo ocurrido en 1873. Se proclamó la Primera República cuando el rey Amadeo de Saboya no quiso saber nada de los españoles. La siguiente, seis décadas después, llegó porque la Constitución que protegía la figura de Alfonso XIII -al igual que la de 1978 guarda a nuestro jefe del Estado- agonizaba desde el momento que el propio rey la ignoró al acoger de buena gana la dictadura de Primo de Rivera. Si bien es cierto es que Alfonso XIII abdicó porque pensaba que con su marcha los problemas de España se arreglarían, como expresó a sus colaboradores y José Luis de Vilallonga recogió en el libro La Caída, nunca en la historia de Europa, la transformación de un sistema monárquico a un sistema republicano se había producido con tanta holgura. El Rey lo puso muy fácil. Se quiso ir y se fue. Así de sencillo.
Si la arquitectura institucional y legal hubiera tenido la misma fortaleza que tiene en la actualidad; si Alfonso XIII no hubiera borboneado desde tiempo atrás, si el monarca no hubiera sido objeto de engaños desde diferentes sectores del espectro político que acabaron provocando su marcha, la Segunda República no habría sido una realidad tal y como luego la conocimos. Vilallonga cuenta como en la noche del 14 de abril de 1931 los pocos monárquicos que quedaban apostaron por el entendimiento con los revolucionarios, pues creyeron que así se evitaría un derramamiento generalizado de sangre. Los agitadores republicanos, una vez lograron la salida del Rey, fueron a por los monárquicos, disolvieron los partidos monárquicos, clausuraron sus centros políticos y suspendieron sus publicaciones. Muchos españoles dijeron sí a la República pensando que se acabarían los desórdenes. Sin embargo, la extrema izquierda quiso llevar a cabo su revolución del proletariado. Los nacionalistas catalanes y vascos se lucraron del desconcierto reinante y la bisoñez republicana sólo despertó cuando era ya tarde. Lo que vino después, ya lo conocemos.
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- Juan Carlos I