Empresarios y trabajadores: es hora de derribar una frontera que nunca debió existir

Empresarios y trabajadores: es hora de derribar una frontera que nunca debió existir
  • Fernando Jesús Santiago Ollero

Durante demasiado tiempo, España ha convivido con un relato tan antiguo como improductivo: el que enfrenta a empresarios y trabajadores como si fueran dos bloques incompatibles. Ese discurso, que reaparece cada cierto tiempo, solo sirve para dividir y para debilitar nuestra propia capacidad de generar riqueza, empleo y estabilidad.

Pero la realidad económica —la real, la que se vive en talleres, comercios, despachos, bares, cooperativas, pymes y autónomos— dice otra cosa. Sin empresas no hay empleo. Y sin trabajadores no hay empresas. Esta evidencia, tan simple como incontestable, es la que sostienen cada día millones de pequeños y medianos negocios, donde la relación entre empresa y empleo no es ideológica, sino humana, directa y cotidiana.

Quienes mejor lo entienden son precisamente las pymes, que representan el 99% del tejido productivo español. En ellas, un trabajador no es un número: es talento, experiencia, confianza. Y un empresario no es un “jefe”: es la persona que asume riesgos, adelanta nóminas, pelea con la administración, invierte sus ahorros y busca clientes para que todos puedan cobrar.

Por eso resulta tan perjudicial que ciertos discursos sigan alimentando la idea de dos bandos enfrentados. Esa polarización no crea empleo, no mejora salarios y no impulsa productividad. Solo genera ruido, agotamiento social y más distancia entre quienes deberían remar juntos.

Y aquí es donde entra el papel fundamental de sindicatos y organizaciones empresariales. Su responsabilidad es superar el antagonismo como método, modernizar la representación que ejercen y convertirse en plataformas reales de cooperación. No pueden ser máquinas de confrontación permanente, sino instituciones capaces de promover acuerdos amplios, pactos estables y una agenda compartida de país.

Las organizaciones empresariales deben defender a las empresas —grandes, pequeñas y autónomos— con datos y solvencia. Los sindicatos deben proteger a los trabajadores con eficacia y visión de futuro. Pero ambos tienen una misión común y superior: construir estabilidad económica y social, no destruirla.

Y eso exige una premisa irrenunciable: el diálogo social tiene que existir gobierne quien gobierne.

No puede depender de mayorías parlamentarias, afinidades ideológicas ni coyunturas electorales. Un país moderno necesita un diálogo continuo, maduro, técnico y estable. Como ocurre en Alemania, Países Bajos o Dinamarca, donde los acuerdos entre agentes sociales forman parte del ADN institucional, independientemente del color político del Ejecutivo.

España no puede seguir atrapada en un marco mental del siglo XX. Los retos actuales —productividad, digitalización, formación, inflación, burocracia, envejecimiento— solo pueden afrontarse desde la colaboración. Y la colaboración nace de una convicción sencilla: trabajadores y empresarios no son adversarios, son aliados.

Es hora de dejar de arrojarnos unos contra otros. Es hora de hablar claro: el futuro del empleo, de la empresa y del país solo puede construirse con más diálogo, más confianza y más responsabilidad compartida.

La frontera nunca tuvo sentido. Hoy, menos que nunca.

Fernando Jesús Santiago Ollero, presidente del Consejo General de los Colegios de Gestores Administrativos

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