Una denuncia con menos recorrido que el Gobierno de Sánchez

Una denuncia con menos recorrido que el Gobierno de Sánchez
Una denuncia con menos recorrido que el Gobierno de Sánchez

Al juez José Luis Calama, titular del Juzgado de Instrucción Número 4 de la Audiencia Nacional le ha correspondido el marronazo del  hipotético espionaje a Sánchez y Margarita Robles. A Calama le fotografían los colegas que mejor le conocen como un “profesional de talante conservador”. No pertenece, sin embargo, a la Asociación Profesional de la Magistratura, pero sí estuvo algunos años en la Francisco de Vitoria, siempre a medio camino entre la antedicha y la socialista Jueces para la Democracia. Posee -dicen- amplia experiencia en las instrucciones y según las mismas fuentes y en este caso “de proceder la denuncia del Gobierno de un particular hubiera sido rechazada por falta de autor conocido”. Calama, en opinión de algunos compañeros muy solventes, tendría en puridad que abocarse a un sobreseimiento parcial, pero lo más posible es que analice en su momento los  informe a la Policía o a la Guardia Civil (al CNI no hay costumbre de formular esta clase de peticiones)  para que haga gestiones de investigación sobre el tal espionaje.

Pero al cuento que nos ocupa: nunca, le decían a este cronista en la Fiesta de Madrid de este lunes, el Gobierno de una nación ha comparecido ex profeso, con tan grande cantidad de datos para asegurar ante el mundo (no sólo ante España entera) que había sido investigado por un agente cibernético, creo, Pegasus, que sabe de ti, de mí, y de todos, hasta la fecha en que nos enamoramos por primera vez. A medida que esta semana, el ministro Bolaños, auténtico recadero-jefe de Sánchez comunicaba al país en general que hace un año, más o menos, los contratantes de Pegasus se habían metido en las entretelas del aún presidente y de  su paciente ministra de Defensa, Margarita Robles, el asombro de cualquier espectador aumentaba por momentos. ¡Cómo que los dos móviles más importantes (el otro es el de Rey) de España ha sufrido una incursión -palabra bélica donde las haya- y los ladrones se han llevado no sé cuantos gigas y cosas así! ¡Cómo que de esto “no nos enteramos hasta el domingo” (reconocimiento persistente de Bolaños) porque el depauperado CNI tampoco esta vez se ha enterado de nada! y, ¡cómo puede ser esto verdad  cuando ya había susurros, como presumió el lunes Robles, amenazando a los independentistas! ¿En qué quedamos?¿No lo sabían como repitió Bolaños en la Fiesta de la Puerta del Sol y luego en su Radio de cabecera? ¿En qué quedamos? Quedamos en la mentira: como ha publicado este periódico, el Gobierno supo de las intromisiones casi al tiempo de producirse

De pronto, el Gobierno quiso descubrir, como en El espejo de los espías de John Le Carré, un hada madrina en la que refugiarse, disfrazar o tapar sus propias fechorías investigadoras y pasar, de furioso agente secreto a víctima propiciatoria de la lujuria informativa de no se sabe quién. Porque ésta es otra: el Gobierno (voz de Bolaños) ha contado hasta cómo se llama el padre de Pegasus, pero no ha dicho ni una palabra del núcleo en cuestión. Lo formulo en modo pregunta: ¿Quién le ha hecho el encargo a Pegasus? Conocemos que el invento es una idea práctica del estado de Israel, pero ¿fueron los judíos quienes ordenaron a sus agentes meter el morro en los teléfonos de nuestros todavía gobernantes? En la misma reunión festiva del lunes, alguno de nosotros, periodistas, preguntamos a diversos juristas qué recorrido judicial puede tener esta denuncia que Sánchez y su ministra han depositado en la Audiencia Nacional. La contestación fue inequívoca: «O se conoce, como hemos señalado líneas arriba,  la identidad de los espías, o la causa no se sostiene”. Este el quid de la cuestión. O el Gobierno se retrata del todo y, en su línea de este lunes, cuenta quién ha perpetrado la diablura, o el caso se terminará archivando en el baúl de los trastos inútiles. Será sin duda preterido en favor de cualquier otro escándalo que al Gobierno social-leninista le venga bien para sostenerse en el poder. Vista la capacidad inventiva de Sánchez y sus huestes lo anticipado sucederá irreversiblemente.

No es de esperar -la verdad- que en los próximos tiempos se filtre ni el contenido de los documentos sustraídos, ni el tono y el fondo de las conversaciones habidas porque, entre otras, cosas, al Gobierno no le va a interesar revelar sus propias miserias y vergüenzas. Siempre puede ser que a los contratistas de Pegasus les interese narrar, con luz y taquígrafos, estos extremos. Es más, la rapidez con que el Gobierno de Sánchez se ha tirado a la piscina de las revelaciones, pueda deberse a que teme que a algún medio indómito, español o de afuera, le dé por cantar todo lo que ha llegado a sus manos. Es una hipótesis probable porque, como hace años decía a este cronista un reputado miembros de los servicios de inteligencia españoles: “Cuando se espía a alguien no es únicamente para saber qué hace, sino para que lo cuente lo menos posible”. En esas estamos.

Por lo demás, esa solemnidad con que sus dos servidores del Gobierno, el clon Bolaños y la penosa portavoz  presentaron a Sánchez como una víctima inocente del procaz espionaje de cualquier delincuente, no se sostiene. Antes que él, que se sepa, han sido investigados Merkel, que no dijo una sola palabra de los pormenores de esta curiosidad, Macron que hizo lo propio, o el británico Boris Johnson que, pese a su proverbial prodigalidad a la hora de irse de la lengua, sigue callado como un difunto ante el pecado del que fue protagonista involuntario. No hay una sola razón para creer a Sánchez tampoco para compadecerse con él. Sánchez  ha mandado a otros a explicar el incidente para trasformarlo en una provechosa sesión de propaganda, marketing y agitación, para robar cámara al Feijóo que ya le gana en todas las encuestas y a la lideresa Ayuso que le volverá a barrer sin piedad en las elecciones de dentro de un año. Un tipo como Sánchez que está preparando una Ley para cerrar a su antojo las “web” que le sean esquivas o francamente críticas, es muy capaz de haber montado toda este estaribel para ocultar su sumisión a los filoterroristas de Bildu en una de las más  repulsivas acciones de toda su gobernación y ¡miren que ha habido unas cuantas! El es el espejo quebrado en el que se miran los peores y malsanos gobernantes de todo el mundo. John Le Carré (“El espejo de los espías)  de haberle conocido, le hubiera elegido mil veces como el “malo” de sus investigaciones más abyectas, un infame mentiroso de credibilidad cero.

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