Constitucionalistas vs. Rasputines

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Vivimos tiempos oscuros. Y son oscuros porque a la izquierda no le interesa ir de cara. Este Gobierno no se compone de ministros, sino de numerosísimos títeres. Y todos ellos son dirigidos, con suma eficiencia, por un maestro de ceremonias, la persona sobre la que debiéramos centrar el foco público para traer algo de luz y de claridad a la política: Iván Redondo.

Desde el Palacio de la Moncloa, este Rasputín que opera entre tinieblas se ha propuesto conseguir con subterfugios lo que sería imposible que el frente popular que okupa el poder lograra si actuara de frente. Desde que sus números sumaron (y la división de la derecha dejara huérfana de ilusión -y de Gobierno- a millones de personas, porque no podemos olvidar que somos más, pero estamos desorganizados y divididos), el dúo dinámico monclovita ha impulsado un vaciamiento del texto constitucional para que, cuando todos sus atropellos hayan pasado de parecernos una excentricidad a la normalidad democráticamente ejercida, llegado el momento de impulsar su reforma, nadie proteste y nadie se alarme.

Pero, ¿por qué hablo de vaciamiento constitucional? Voy a pasar a explicárselo. En todo caso, para justificar esta afirmación y disipar las dudas que puedan surgir en torno a ella basta con tener presente el primer artículo de la Carta Magna e identificar, letra a letra, el abismo que existe entre sus postulados y el contexto del nuevo Gobierno: “1. España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. 2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. 3. La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”.

Primero ninguneó al Rey. Desde Moncloa fueron anunciando (filtrando) a cuenta gotas su variopinta colección de títeres-ministros, dejando prácticamente sin efecto la oportuna comunicación que exige la Constitución al Rey para que realice el nombramiento.  Cuando queramos darnos cuenta, estaremos tan acostumbrados a oír del aparato mediático socialista que nuestro Jefe del Estado cobra por hacer nada. Primer aviso.

Después, vació de poder a su Consejo de Ministros para otorgárselo a su Rasputín y al Comité de Dirección de la Presidencia del Gobierno que éste se ha inventado. Se trata de un organismo paralelo al auténtico Gobierno. Para que nos entendamos: hablamos de un gobierno dentro del Gobierno que tiene por misión ejecutar las tareas de gobierno, que no van a dejar poner en marcha a quienes ostentan las competencias de gobierno. Es decir, Pedro e Iván han dejado a los ministerios sin competencias; han creado direcciones generales fantasma, como la de políticas palanca; y han establecido variopintas vicepresidencias que al final no valen para nada. ¿Por qué? Muy sencillo. Porque todo depende de una persona a la que nadie, salvo Pedro Sánchez, ha elegido. Una persona que decide lo que dice o hace y puede decir o hacer cada integrante del gobierno. Nada sale de ningún ministerio sin su aprobación y nadie, salvo Pedro, puede controlarle.

Y precisamente del Control va el tercer atropello a la Constitución cometido en un par de meses por nuestro presidente del Gobierno. Decidido a detentar todo el poder, ha sometido al Congreso a su voluntad. ¿Cómo lo ha hecho para que no se diga nada? Bueno, el aparato mediático que controlan hace de nuevo acto de presencia en este asunto, y la mayoría en la mesa conseguida gracias a los independentistas y nacionalistas, también ayuda. Pero no, lo ha logrado silenciando a la oposición. Así de simple. El Rasputín se sacó de la manga un cambio de día a las reuniones del Consejo de Ministros (que dejaron los viernes, para celebrarse el martes) y así dejó con el pie cambiado a toda la oposición, que se vio impedida a preguntar cuestiones de rigurosa actualidad los miércoles en la sesión de control. Y el impedimento lo mantuvo la Mesa del Congreso al impedir modificar el calendario de presentación y calificación de las preguntas. Es decir, que al pasarlo al martes, no solo consiguen un fin de semana tranquilo, sino que para entrar a preguntar sobre las medidas aprobadas en el último Consejo de Ministros, los diputados tengan que hacer malabares para poder colar los asuntos en sus réplicas.

No pretendo extenderme mucho más, sólo quisiera resaltar cómo su persecución a otros poderes del Estado no conoce límite alguno. Después de cesar a Edmundo Bal como abogado del Estado encargado del procés (por defender la aplicación del delito de rebelión al caso), hemos conocido cómo optaron por colocar a la ministra de Justicia, Dolores Delgado, como Fiscal General del Estado (difícil de olvidar la célebre frase de “la Fiscalía de quien depende… pues eso” que tanto recuerda a la célebre frase representativa del absolutismo monárquico más despiadado del Rey sol francés, Luis XIV: “el estado soy yo”); o recientemente cesar a la Abogado del Estado del Ministerio de Hacienda que denunció un delito de malversación en el procés catalán. La honorabilidad del Gobierno a los pies de unos golpistas y solo por mantener unos votos.

Vivimos tiempos convulsos. Tiempos en los que, por desgracia, podemos caer en la tentación de recurrir a una terrible expresión, como es la de “ellos y nosotros”. Ellos que batallan sigilosamente por condenar nuestro texto constitucional y, nosotros, que caemos día tras día en sus distracciones. Ellos que no encuentran contestación mediática a sus atrocidades, mientras nosotros tenemos a sus plataformas mediáticas siempre dispuestas a sacarnos los colores. Ellos que ni sienten ni padecen mientras ejecutan su plan, y nosotros que no damos la voz de alarma y salimos desarmados a prestar batalla.

No esperemos más. Rearmemos nuestras fuerzas. Denunciemos sus atropellos. Presentémonos a la batalla. Será dura. Será intensa. Pero es necesaria. Sánchez, con tal de permanecer un mes más en la Moncloa, es capaz de cualquier cosa. No se lo pongamos fácil.

La próxima campaña se presenta en el País Vasco. Allí Sánchez ya ha comprometido el abandono del Estado y el sometimiento de la sociedad vasca al nacionalismo. No lo permitamos.

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