Los complejos atávicos del PSC

Salvador Illa

La campaña electoral catalana sigue por sus derroteros habituales, es decir, en el fango. Hasta que el otro día, al presidente de la UGT en Cataluña, Matías Carnero, se le ocurrió montar un pequeño terremoto. Además, en un acto con los socialistas y con Salvador Illa presente. La que se armó.
¿A quién se le ocurre decir eso en la Cataluña actual? Hasta los socialistas catalanes pidieron perdón. La jefa de campaña y número dos del partido, Lluïsa Moret, se apresuró a presentar disculpas «a todas las personas que se hayan podido sentir ofendidas».

Y eso que Matías Carnero es del sindicato hermano. Fue el eterno presidente del comité de empresa de SEAT hasta que sustituyó al no menos eterno Pepe Álvarez, que se fue a Madrid, donde sigue eterno.

Yo, desde luego, no estoy a favor de enfangar la vida política. Ni siquiera las campañas electorales. Pero Carnero se limitaba a replicar al propio Puigdemont. Cuando Sánchez anunció que se tomaba cinco días para reflexionar sobre su futuro, el candidato de Junts dijo que había que salir «llorado de casa». Mira quién habla.

Lo cierto es que parece que no se escapó escondido en el maletero, sino en el asiento de atrás. En las memorias que escribió -más bien le escribió el periodista Xavi Xirgo, recompensado luego con un sueldo superior a los 117.000 euros al frente del CAC- aclara que iba en la parte posterior del vehículo oficial porque los cristales eran tintados. Eso sí, se agachó un poco «por si acaso».

La otra noticia de la semana fue que a Salvador Illa se le escapó decir «Bajo Llobregat» en vez de «Baix Llobregat» durante un mitin. También, la que se lio. En otra ocasión ya se le escapó «Lérida» en vez de «Lleida». Aragonés vio en semejante lapsus un ataque a la lengua y advirtió: «Vayámonos preparándonos».

Yo, en estas cosas, soy partidario de seguir el consejo de Albert Boadella. Un día le oí decir que había que decir, en castellano, «Lérida y Gerona».
Cierto. Entre otras razones por que ni en catalán ni en castellano decimos «London» o «München» para referirnos a Londres o a Munich. Además, en catalán catalanizamos «Teruel» («Terol»), Huesca («Osca») o «Zaragoza» («Saragossa») sin que los aragoneses monten un pollo.

El problema no es la lengua, hemos topado de nuevo con los complejos atávicos del PSC. Yo no sé de donde proceden. ¿De la primera derrota contra Pujol en 1980 cuando se veían ganadores? ¿De la Loapa, la ley que se presentó tras el 23F para «armonizar» el proceso autonómico?

El que fuera ministro de Sanidad, Ernest Lluch, tenía que presentar unas enmiendas aprobadas por la dirección, pero nunca lo hizo.

¿Del caso Banca Catalana? ¿Cuando Pujol iba dando lecciones de ética y de dignidad? ¿O de la misma esencia del PSC? Porque, en el fondo, los votantes del PSC eran los del área metropolitana de Barcelona, lo que se llamaba despectivamente «charnegos». Pero los dirigentes eran de Sarrià y casi con ocho apellidos catalanes: los Serra, Obiols, Maragall, Mascarell.

Mientras el PSC no supere el marco mental heredado de Pujol -en el que los catalanistas son los buenos catalanes- nunca será una alternativa de gobierno. Por eso, para gobernar siempre necesita los votos de Esquerra o de los Comunes. Y, en este caso, es volver a empezar.

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