Colaboracionistas

Colaboracionistas

En todo régimen dictatorial, llegado por la vía de los votos o de las botas, siempre hubo tres actores: los que idean y dirigen el cotarro totalitario, aquellos que financian e impulsan la deriva antidemocrática y quienes, desde dentro, apoyan la causa liberticida. Así sucede en todos los países donde la democracia es vencida por los deseos internos y externos de quienes venden la patria por un trozo de su ya manchada dignidad.

En España, los colaboracionistas son hoy aquellos que acceden a formar parte del desmontaje del orden legal, actuando como agentes activos del régimen que viene a implantarse. Son aquellos que diferencian entre dictaduras buenas o malas, siendo las buenas las que pertenecen a su orbe ideológico, por lo general escaso en lecturas y amplio en eslóganes de quita y pon. La nación está hoy encadenada a un delincuente y secuestrada por quienes amparan, toleran y viven de la delincuencia, como vimos con la omertá que se hizo del caso de los diputados socialistas que se fueron de farra y prostíbulos, de la corrupción que amparó a Rubiales, socialista de cuna y carnet, antes de que un beso sentenciara su vida, o la nula respuesta social ante los casos de saqueo y robo más grande de toda Europa y que tuvo al PSOE, de nuevo, como protagonista principal. Al supuesto partido del pueblo siempre se le ha perdonado todo.

Pero ningún intento de cambiar de régimen prospera sin esos quintacolumnistas de la indecencia, amanuenses que escriben al dictado del que manda mientras el que manda los necesite para su causa. Pertenecen a una casta privilegiada de esclavos con dinero, pagados con los impuestos que los demás abonan para ser insultados en prime time cada día. Estos personajes que abren las mañanas con maitines morales y turras éticas representan la podredumbre de una profesión que ya no sirve para lo que nació: hablo de determinados muyahidines de la información (me niego a llamarlos periodistas), que al menos con su palabra evidencian su catadura intelectual; sin embargo, a esa especie pertenecen también los que pagan la fiesta, que suelen ser amigos del que desea implantar la autocracia por la vía del desgaste, una élite que compadrea con Sánchez, cuyos nombres son de sobra conocidos: fueron quienes monitorearon la moción de censura que le llevó al Gobierno en 2018, los que iban contando por Europa y el mundo las bondades socialdemócratas de un tipo que ya advertía tics de dictador narcisista, los mismos que obligaron a un partido que defendía una España de libres e iguales a que abdicara de sus principios para abrazar la deriva sanchista que tanto les reportaba económicamente. Son los patrocinadores de todo este esperpento y burla a la ley y la Constitución.

Sin estos colaboracionistas, el delirio -y el delito- político no pasarían del puntual escarnio público y de sentencias condenatorias que, con el tiempo, serían pasto del olvido. Por eso, resultan esenciales para la continuidad del golpe interno a la democracia, para desmantelar los cimientos de un Estado de derecho y derribar toda arquitectura constitucional. Forman parte de esa cadena de tontos útiles que el régimen necesita para implantar su dictablanda con la aquiescencia de la sometida población, quien, con su abulia subsidiada y su individualismo apático, contribuye al cambio de modelo sin percibir los derechos y libertades que por el camino deja de tener. Ciudadanos que abrazan con alegría la causa del nuevo despotismo iletrado mientras las dádivas y ayudas en forma de siglas sigan llegando con puntualidad.

La democracia es una deformación reciente en la historia de la humanidad, pues ha vivido casi siempre sin ella. Hemos aceptado este sistema porque es el que mejor conjuga el desacuerdo como forma de existencia -pervivir en el disenso-, y al mismo tiempo nos hace vivir en comunidad e interactuar con semejantes. Esa mezcla de interacción social en paz y cotidiana discrepancia, consustancial al hombre desde el principio de los días, es lo que generó el sistema imperfecto llamado democracia. Hoy, pende en España de un fino alambre porque un tipo sin moral ni escrúpulos quiere ser presidente y sólo puede serlo desde la ilegalidad y el golpe a la Constitución que prometió defender. Pero necesita para ello de una tropa de colaboradores que sepan vender un delito político como necesidad social. Y ahí los tenemos: en prensa, redes sociales y en butacas bursátiles. Habrá que ir ya señalando a quienes están contribuyendo a que España deje de ser, de facto y si nadie lo remedia, lo que la Transición quiso implantar: un imperfecto pero imprescindible régimen democrático de libertades.

Lo último en Opinión

Últimas noticias