La ceguera del FBI: ¿corrección política o simple incompetencia?

La ceguera del FBI: ¿corrección política o simple incompetencia?

El Año Nuevo ha llegado a Estados Unidos con un saldo trágico que, en un país con algo de sentido común, habría provocado una reacción inmediata y contundente. Sin embargo, en lugar de un análisis honesto sobre lo ocurrido, nos hemos encontrado con el espectáculo habitual: negación, minimización y el consabido circo de los políticos progresistas empeñados en convencernos de que todo está bajo control.

En Nueva Orleans, un ex militar llamado Shamsuddin Jabbar sembró el caos al atropellar a una multitud y abrir fuego indiscriminadamente, mientras en Las Vegas una explosión junto al Trump Hotel dejó un rastro de preguntas sin respuesta. A pesar de esto, el FBI, con una prisa burocrática difícil de entender, declaró rápidamente que «no se trata de un ataque terrorista». ¿Cómo explicarlo? ¿Exceso de corrección política o simple incompetencia?

Jabbar, según los informes, había publicado vídeos horas antes jurando lealtad al ISIS, y en su vehículo se hallaron una bandera del grupo terrorista y explosivos. Pero no, esto no es terrorismo, según los sesudos analistas de Washington. Es, más bien, otro episodio de “malas decisiones individuales”, el eufemismo preferido de quienes prefieren ignorar las amenazas reales. La narrativa oficial insiste en tratar estos actos como incidentes aislados, mientras ignora lo obvio: el peligro sigue creciendo, alimentado por la ceguera voluntaria de las instituciones que deberían protegernos.

Lo peor no es solo la negación oficial, sino el descarado esfuerzo por anestesiar al público. Hace semanas vimos algo similar en Alemania, donde un ataque con todos los elementos de terrorismo fue despachado como un «incidente aislado». ¿Por qué asumir responsabilidades cuando es más fácil convencer a la gente de que vive en una utopía? El problema no es nuevo: ya en plena pandemia del coronavirus nos vendían la idea de que nuestras sociedades avanzadas eran invulnerables, que el sistema sanitario, el español incluido, era inexpugnable. La realidad, como vimos, se encargó de desmentirlos. Ahora repiten el mismo patrón con el terrorismo: negar, maquillar y desviar.

Jabbar es el ejemplo perfecto de cómo fracasan estas políticas. Un exmilitar, con problemas financieros, violencia doméstica en su historial y un claro proceso de radicalización, logró actuar sin que nadie lo detuviera. Y como si eso fuera poco, el vehículo implicado en la explosión de Las Vegas fue alquilado mediante la misma aplicación utilizada por Jabbar. ¿Coincidencia? Tal vez, pero lo cierto es que nadie parece demasiado interesado en investigar si hay un vínculo. Para eso habría que trabajar, y en el mundo progresista, el esfuerzo es opcional.

Mientras tanto, Biden y su administración se despiden como empezaron: con un caos monumental. Su política de seguridad es inexistente, su liderazgo internacional un chiste, y su enfoque contra el terrorismo podría ser el guion de una película de humor negro. Después del desastre de Afganistán, que no solo fortaleció al ISIS, sino que expuso la debilidad estratégica de Occidente, cabría esperar un cambio de rumbo. Pero no. Aquí seguimos, con agencias incapaces de detectar las señales más obvias y un gobierno más preocupado por no ofender que por proteger.

El FBI puede insistir en que esto no es terrorismo, pero el sentido común dice lo contrario. Por desgracia, vivimos en una era en la que los hechos son menos importantes que las narrativas, y la narrativa progresista dicta que todo es culpa de “problemas sistémicos” que mágicamente desaparecen con políticas inclusivas y discursos vacíos. El enemigo, al mismo tiempo, sigue afinando sus métodos, porque saben que la debilidad siempre es una oportunidad.

Estados Unidos no puede permitirse seguir con esta farsa. Cada minuto que se pierde en negar la realidad es un paso más hacia el próximo desastre. En lugar de preocuparse por no herir sensibilidades, las autoridades deberían hacer lo que se espera de ellas: proteger a los ciudadanos. Pero claro, eso implicaría admitir que los discursos de unidad y multiculturalismo no han impedido que el terrorismo siga vivo y coleando, sino que lo han facilitado. Y ese es un trance demasiado amargo para quienes prefieren vivir de las apariencias, como Biden y su administración, tan proclives a los discursos complacientes.

Donald Trump, en apenas dos semanas, no solo deberá enfrentarse a las amenazas externas, sino también al problema interno que representan agencias y organizaciones que han sucumbido a la corrección política. Estas instituciones, cuya misión debería ser proteger a los ciudadanos, se han transformado en herramientas al servicio de narrativas ideológicas que minimizan el peligro real del terrorismo.

Bajo su liderazgo, se abre la posibilidad de recuperar la misión original de las instituciones: proteger a los ciudadanos sin concesiones a ideologías que justifican lo injustificable. De él se espera que la lucha contra el terrorismo y el sentido común finalmente vuelvan a ocupar el lugar que nunca debieron perder.

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