Cañones o mantequilla

Cañones o mantequilla

Es conocida la alternativa planteada por el Premio Nobel de Economía Paul Samuelson, cuyo clásico tratado sobre la materia estudiamos todos en los años 70. En esa disyuntiva hacía referencia a la optimización de la relación coste-beneficio, mediante un ejemplo tomado de una economía que en tiempos de guerra solo podía producir dos bienes: cañones o mantequilla. No es ocioso recordar que esa frase fue tomada de un discurso de Goering pronunciado en 1936, en plena carrera armamentística de todos los países europeos.

En estos tiempos de pandemia, declarada la «guerra total» contra este coronavirus, los gobiernos tienen que decidirse —como en toda contienda—, entre la alternativa de la «mantequilla», que simboliza la salud pública, o los «cañones», que son las medidas para derrotar la infección. También hay que decidirse por un modelo, que son la estrategia y las tácticas elegidas para desarrollar el combate. Del planeamiento de guerra que adoptemos, dependerá la victoria o la derrota, y su coste.

Nadie como el militar y filósofo prusiano Von Clausewitch, estudió tan a fondo la ciencia de la guerra y, ante este enemigo nada convencional como el Covid-19, hay principios generales que debidamente adaptados, siguen siendo válidos en nuestra situación.

Está claro que ante este enemigo que es común a tantos países, unos han adoptado una estrategia y unas tácticas que están ofreciendo resultados muy diferentes a los de otros. En el bando de los países que, de momento, van ganando esa guerra, los hay tan distintos y distantes como Corea del Sur, Taiwan, o Alemania, por ejemplo.

El bando de los que van perdiendo por ahora, lo lidera Italia, y nosotros le seguimos. Es llamativo que para explicar las sensibles diferencias existentes entre nosotros, no puedan invocarse razones geográficas o de nivel de desarrollo económico a nivel europeo. En la UE hay diferencias muy grandes entre la extensión y letalidad de la pandemia en los 27 estados que la integran: Los países del centro oriental europeo, tienen cifras bajas; a diferencia de Italia y España, con niveles de renta sensiblemente superiores. Por otra parte, España está en muy peor situación en relación a nuestros vecinos Portugal y Francia.

Si añadimos a esto que tenemos un sistema nacional de salud considerado de los mejores a nivel mundial, habrá que concluir que algo está fallando en el planeamiento de esta guerra. No se trata de exigir responsabilidades en medio de ella,  pero sí de no olvidarlas para depurarlas cuando finalice el combate.

Desde luego, ha sido determinante que  desde enero se conociera  el riesgo de epidemia —como ha afirmado públicamente  nada menos que el Ministro de Ciencia e Investigación—, y no se adoptara ninguna medida ni de rearme ni de contención; es decir, de acaparamiento de medios de protección como mascarillas, respiradores, habilitación de camas, UCIs, etc…; ni de confinamiento para contención de la expansión; y se le dijera a la población durante más de un mes, que no teníamos ningún riesgo que exigiera la adopción de medidas extraordinarias.

En la alternativa de Samuelson había que optar entre la salud pública (vidas humanas) y el confinamiento (reducción de la producción, con su consiguiente coste económico y social). Nosotros no hemos optado por ninguna —«todos a las manifestaciones», «aquí no pasa nada»— y ahora se pretende recuperar el tiempo perdido. Hay que asumir el sacrificio y lo hacemos pero que, al menos, no se nos venga con arengas ni homilías por parte quienes optaron por el 8-M. Es inaceptable que se mantenga de portavoz para esta catástrofe sanitaria a quien creímos durante más de un mes, y ahora ha quedado acreditado que, o nos mintió, o de epidemiología sabía lo mismo que yo.

Ese mes largo sin adoptar ningún tipo de medidas, cuando otros sí lo hacían y nos avisaban de la necesidad de hacerlo, debe servir de advertencia para escuchar a los auténticos científicos, para decir la verdad a los ciudadanos, y para asumir las responsabilidades que procedan en su momento.

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