El cambio climático no mata, mata el socialismo
En un libro de 1795 titulado Observaciones sobre historia natural del Reyno de Valencia se detalla en la página 159 las características geográficas de los diferentes lugares donde la DANA ha causado la tragedia reciente en la zona levantina. Ya por entonces, se informaba de la peculiar situación en la que se encontraba la ciudad de Valencia, la zona del Poyo y los pueblos limítrofes con la capital, proclives a sufrir las consecuencias de lluvias torrenciales, inundaciones fruto del desbordamiento de ríos y demás catástrofes naturales. En dicho manual se informa de las intensas precipitaciones que sufre habitualmente el territorio y cómo los diques de contención y las obras hidráulicas (el desvío del Río Turia en 1957, por ejemplo, una intervención directa del Estado franquista, hoy celebrada por los habitantes de Valencia por lo pertinente de la obra) eran la única esperanza de minimizar los datos materiales y humanos. Valencia lleva siete siglos sufriendo riadas provocadas por fenómenos meteorológicos que no dejarán de sucederse, pero antaño no existía la izquierda de hoy para rentabilizar la tragedia ni medios para amplificar la ignominia, como hace ahora el zurderío apostólico.
Nadie con dos dedos de frente y algunas lecturas puede negar la evidencia de que existe cambio climático. Es como negar que la tierra gira alrededor del Sol. Lo que no existe es la acción directa del hombre en lo que sucede cada día. Hace tres décadas nadie hablaba de cambio climático. El término usado era calentamiento global. Desde que Al Gore y el séquito demócrata vio negocio en la causita, miles de millones de dinero público de todos los países se han inyectado en potenciar un catastrofismo climático (y cromático) que en modo alguno obedece a la realidad. Ya nadie habla de calentamiento o enfriamiento de los casquetes polares. La retórica muta en función del dinero que es capaz de generar la causita abrazada por esos millones de ovejas felices de ser pastoreadas. Y ya sabemos que el socialismo convive mal con el presente.
Lo que está evidenciando la izquierda es su habilidad para hacer política nauseabunda con muertos encima de la mesa, directamente proporcional a su ideología y moral, consustancial a un pasado y un legado lleno de cadáveres retóricos y físicos. Saben los zurdos que lo sucedido no es culpa del cambio climático, hecho irrefutable que existe desde que el hombre puso un pie en la Tierra, sino fruto de decisiones políticas ilógicas y calculadas, la mayoría tomadas por gobiernos socialistas en su propio beneficio.
Lo que ha sucedido en Valencia se podría haber impedido de haberse aprobado el Plan Hidrológico Nacional que Zapatero (PSOE) tiro por tierra en 2004, en aceptación gustosa de chantaje por parte de sus amigos nacionalistas de Cataluña, quienes, ayer como hoy, dictan las políticas que más perjudican al bienestar del conjunto de España. Las muertes de cientos de valencianos (la cifra oficial, en un gobierno socialista acostumbrado a mentir con los números, nunca la sabremos) debió haberse evitado si la Confederación Hidrográfica del Júcar, dependiente del Ministerio de Transición Ecológica, el chiringuito ecolojeta que dirige Teresa Ribera, no hubiera impedido, bajo pena de multa cuantiosa, la limpieza de cauces y barrancos, hecho que hubiera minimizado el impacto de las inundaciones.
A la izquierda le van las causitas, sobre todo si son rentables económicamente, y utilizan la propaganda para repartir culpas y no asumir que lo sucedido en Valencia es debido a su sectarismo patológico, su ignorancia manifiesta y su maldad congénita. Ribera negó la limpieza y Sánchez negó las ayudas. Hechos probados que el ventilador de mentiras que conforman los medios del régimen ya se han encargado de negar, buscando como único culpable a quien ha tenido que lidiar con las consecuencias. Como para la izquierda la historia sólo es válida si es objeto de manipulación o revisión, no quiere que el pueblo sepa que en los países gobernados por el socialismo es donde históricamente más se ha deteriorado el medio ambiente, desertificado el territorio y contaminado cauces y territorios. Dense una vuelta geográfica por los satélites soviéticos de entonces y se darán cuenta o por el Brasil de Lula y Rousseff, bajo cuyo mandato ardieron más hectáreas de selva amazónica que nunca.
La verdad irrefutable, que científicos y académicos libres del wokismo suscriben por todo el mundo, es la siguiente: el cambio climático no mata. La realidad que la historia y los españoles comprobamos cada día es que, lo que mata realmente, es la izquierda golpista que utiliza las tragedias en beneficio propio, mata la maldad moral de un tipo como Sánchez, mata rechazar un Plan Hidrológico Nacional que arreglaría todos los problemas hidráulicos, matan los negocios travestidos de derechos con los que la izquierda elitista progre se enriquece, mata la mentira y desinformación de quienes se autonombran guardianes de la verdad y sólo tienen el carné de miembros eméritos del club de bulo. Lo que mata, en definitiva, es el ecologismo y su totalitaria matriz, el socialismo de terror, miseria y muerte.