APUNTES INCORRECTOS

Las buenas razones por las que Biden detesta a Sánchez

Las buenas razones por las que Biden detesta a Sánchez

A riesgo de resultar exagerado, he de decir que nunca he sentido mayor bochorno en la vida como español que observando el acoso del presidente Sánchez a Joe Biden en los pasillos durante la cumbre de la OTAN para hacerse una foto con él. Foto hubo, pero el propósito fue vano. La coincidencia duró 30 segundos. Todo fue ridículo, de un patetismo indescriptible. Es una pena que ya no estén entre nosotros Julio Camba, Josep Pla, Wenceslao Fernández Flórez, Chaves Nogales, Cunqueiro, Azorín y más recientemente Luis Carandell o David Gistau para relatar con la consistencia, la persuasión y le elocuencia debidas que me faltan el lodazal en el que chapucea la política exterior española a cargo de un presidente sin escrúpulo ni vergüenza. Ese que después relató durante casi cinco minutos los asuntos de enorme importancia que había imaginariamente despachado con Biden, felicitándolo, sobre todo, por la agenda progresista que ha puesto en marcha este católico que acepta el aborto hasta el momento del parto.

Como conozco a mis clásicos, estaba absolutamente convencido de que Adriana Lastra, la indigente intelectual con cazadora vaquera permanente que oficia de portavoz del PSOE en el Congreso, saldría a la palestra para contraponer lo que para muchos españoles supuso una imagen aún más ignominiosa. Aquella en la que el entonces presidente Aznar aparece junto a Bush en su rancho de Texas fumándose un puro después de la masacre del 11-S y antes de la guerra de Irak. Naturalmente, tengo una opinión muy diferente de los hechos.

Jamás España tuvo mayor proyección y consideración internacional que entonces. Aunque muchos de mis compatriotas no estén de acuerdo, o les importe un pimiento, Aznar ha sido el presidente del Gobierno más ambicioso de toda la historia desde el punto de vista de la política exterior. Pensó que, contra la posición convencional, que nos unía a la Alemania que tanto apoyó meritoriamente a Felipe González y nos ayudó a consolidar la democracia, y a la Francia que en cambio siempre nos hizo la vida difícil contra ETA y fue reticente a cualquiera de nuestros anhelos, debíamos reinstaurar el vínculo atlántico -nada incompatible con el pasado- para unirnos férreamente a los países más liberales y partidarios del mercado y menos solícitos con la burocracia europea como el Reino Unido, los Estados Unidos y otros en aquella época como Polonia, que habían padecido el yugo soviético y estaban deseosos de aliarse con las naciones que defienden las sociedades abiertas.

Todo esto, como es normal, es discutible. Se puede ser germanófilo como Felipe González o se puede ser ‘anglo’ como el señor Aznar. Lo que no se puede ser bajo ningún concepto es un aliado de ‘narcodictaduras’ o de los regímenes ominosos del planeta. ¿Por qué creen ustedes que Biden desprecia al señor Sánchez, hasta el punto de que haya sido uno de los pocos dirigentes del mundo al que no ha telefoneado desde que fue elegido? Porque como no lo ignora lo desprecia; porque conoce su trayectoria al cabo, porque piensa, como la mayoría de los españoles en este momento, que no es un personaje fiable. Esta desavenencia teñida de repugnancia no es un hecho casual. Y voy a intentar explicarme. Biden desprecia al señor Sánchez porque está al tanto de todos los atropellos que ha cometido desde que está en el poder.

Biden es un señor de edad provecta que no es santo de mi devoción. Puede ser durante muchos ratos al día el ‘sleepy Joe’ del que hablaba Trump, pero es el presidente americano más experto de todos los que ha habido en la historia en política internacional. Se ha dedicado a ello durante más de treinta años como senador en Washington, fue vicepresidente con Obama precisamente por su conocimiento y sus aptitudes al respecto, y conoce a la perfección las veleidades españolas con la ‘narcodictadura’ venezolana, y el apoyo tácito que presta a todos los regímenes que están, o están a punto de caer, en manos de la subversión contra la que pelea denodadamente la diplomacia de Washington.

En Cuba, en Venezuela, en Perú, en Colombia y en Chile -donde se viven momentos tan tristes como peligrosos-, en cualquier parte donde se pueda derribar el Estado de Derecho tal y como se ha conocido hasta la fecha y revertir los mercados abiertos para imponer una economía de Estado que destroce la iniciativa privada e implante la subvención generalizada y la caridad universal a cargo del petróleo, de la droga o del latrocinio a la gente decente. Con la ayuda de Putin o de la China comunista, que ambos dos países prestan innumerables servicios a la causa y la socorren con un éxito encomiable. Esta es la tarjeta de presentación que tiene España para Biden, para los Estados Unidos y para sus servicios de inteligencia. Y también la que circula por el Parlamento Europeo, que ha tenido que llamar la atención al encargado de la Política Exterior, el señor Borrell, por su complacencia con los tiranos y corruptos de América del Sur.

A diferencia del CNI español, que al parecer no se enteró de que habría urnas en el referéndum ilegal de Cataluña de 2017, y que ahora ha sido incapaz de alertar al Gobierno sobre la inminencia de una reedición de la marcha verde marroquí hacia la ciudad de Ceuta, en Estados Unidos lo saben todo de nosotros. Saben que el ex embajador de España durante la época de Zapatero Raúl Morodo afronta un proceso penal por haber recibido supuestamente mordidas de la petrolera estatal venezolana; saben que el propio Zapatero trabaja lucrativamente para el régimen de Maduro, y que ha declarado que hay que hacer lo posible para desestabilizar a Washington; saben que Zapatero es un aliado de Sánchez y apoya todos sus empeños -la última ocasión, respaldando los indultos a los golpistas catalanes- con el petimetre haciéndose querer; saben que el ex ministro de Defensa José Bono, que retiró las tropas de Irak, tiene negocios feos en aquellos países indulgentes y extraviados.

Saben que Sánchez gobierna -un caso único en Europa- con comunistas implicados en financiación presuntamente irregular proveniente de esos estados fallidos, y que son básicamente antiyanquis como el propio presidente del Gobierno. Saben que el ministro José Luis Ábalos, maestro de escuela, es un personaje conocido y muy apreciado en todas esas naciones comunistas y también que fue el que permitió durante más de tres horas la presencia en España de la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez -que tiene prohibida su entrada en la UE-. Saben que Ábalos, durante la época en la que ofició como experto en cooperación internacional, trabó amistad con personajes dedicados enteramente a la propagación de las ideas revolucionarias en Sudamérica. Saben que nuestro embajador en Cuba, al margen de la carrera diplomática, es amigo suyo, y que el que oficia ahora en Venezuela es de toda confianza de Sánchez, pero enemigo de América.

Saben que el Gobierno español aprobó un plan de rescate a la línea aérea venezolana Plus Ultra, por 56 millones de euros, que al parecer está aprovechando para saldar alguna cuenta pendiente con la petrolera nacional venezolana -o devolviéndole un favor-, una operación que ha sido denunciada en la Unión Europea gracias al eurodiputado español Luis Garicano, por la que se ha interesado la propia Comisión de Bruselas, y de cuya magna irregularidad, al no cumplirse ninguna condición para ser susceptible de ayuda alguna, son también cómplices los ministros aparentemente más presentables del Gobierno, destacadamente Nadia Calviño -esta que va diciendo insidiosamente en los medios amigos que el PP quieren socavar la reputación económica de España-. ¿Pero es que España conserva todavía alguna clase de reputación en Europa o allende los mares?

Después de todo lo modestamente relatado, ¿qué mueve a Sánchez para seguir de presidente si no hay día que pise la calle sin que la gente le insulte, ni reunión internacional en la que no se le humille? ¿El éxito progresivo de una vacunación que no depende de él? ¿Que decida quitarnos de una vez por todas las mascarillas en último lugar de Europa, algo que sí depende de él? ¿El maná reducido y distribuido con cuentagotas por Bruselas, que va a ser vigilado por los hombres de negro y que va a repartir arbitrariamente para comprar adeptos y alimentar a los siervos?  Pues hasta estos extremos conocen los hombres de Biden, y de los que le informan cuando no está ‘sleepy’. Por eso, más que ignorarnos, nos detesta.

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