Bosquejo de una noche de Reyes

opinion-clara-zamora-meca-interior

Estos días de vacaciones los he dedicado a bucear. El submarinismo me ha permitido relativizar mi realidad, evadirme de la de todos, disfrutar de la naturaleza y hacerme con esa clase de animales de las más antiguas que existen, cuyos restos fósiles pueden ser rastreados hasta el período precámbrico: los corales. En mis excursiones por debajo del mar, llegué a la conclusión de que el mayor de los pecados es la debilidad. Un descortés columnista me ha hecho entender que hasta los más grandes pueden caer en un santiamén y que, más allá de escoger bien a los miembros de nuestros equipos, con lo único que contamos es con nosotros mismos. “Disfrazar la idiotez de inteligencia está a la orden del día”, me decía mientras pilotaba una avioneta. Volaba bajo, muy bajo, creí por un momento que nos íbamos a estrellar; pero de pronto se elevó y pudimos llegar a nuestro destino.

Cargada de corales, con nuevas esperanzas, renovada por completo, comencé 2021 sintiéndome poseída por la triunfante virtud. Debía darme prisa en preparar todo para la noche de Reyes. Como madre y esposa perfecta, quería que todo estuviera cubierto de caricias. “Mami, desde que sé quiénes son los Reyes, ya no tengo ilusión por los regalos”, me dijo mi niña. La miré con ternura y redobles de tambores, porque la carga optimista de esta frase radica en lo feliz que ella recuerda su infancia. Para animarla, le dije que la magia y el encanto de esa noche están por encima de ese dato. Le conté que los historiadores bíblicos han ido variando con los siglos el significado de las palabras que aparecen en el Evangelio de Mateo, cuya traducción del arameo ha dado pie a distintas versiones. Los teólogos también varían el significado de los regalos.

El oro, metal precioso, podría simbolizar el tributo a la realeza de Jesús. El incienso, de enorme importancia en rituales religiosos y ofrendas a deidades, aludiría entonces a su divinidad. La mirra, usada en los embalsamientos, en los ritos funerarios, podría ser símbolo de muerte y sufrimiento, prefigurando la pasión y muerte de Cristo. En definitiva: oro para el rey, incienso para el Dios y mirra para el hombre. Me miró ansiando saber más, así que seguí contándole otras versiones. Jacobus de Voragine afirmó que el oro simboliza el amor; el incienso, la plegaria; y la mirra, la mortificación de la carne. Beoda el Venerable nos dejó otra explicación más pragmática: el oro estaba destinado a aliviar a la Virgen María de la pobreza; el incienso, el mal olor del establo; y la mirra serviría para alejar los gusanos del Niño.

Enseguida comprendió lo poco importante que era el contenido de los regalos, que todo era arbitrario. Lo de menos es el valor pecuniario de las ofrendas. Continué contándole que hay una teoría que sostiene que los Magos eran astrónomos judíos que habían permanecido en tierras mesopotámicas y que, gracias a sus conocimientos de las artes mágicas de los persas, habían podido interpretar la aparición de la estrella como signo de la llegada del Mesías. Esto fue definitivo, porque ya aburrida comprendió la esencia de mi mensaje y me dijo: “Me parece todo encantador, embriagador y arrebatador. Espero que esos Magos acierten este año conmigo”. Me guiñó un ojo y desapareció, dejándome muy feliz.

De nuevo a solas, comencé a preparar los paquetes. La mitad de un regalo es el envoltorio. Pensaba en las tres edades de la vida que los Reyes representan –juventud, madurez y vejez-, determinándose sus edades, según el Cathalogus Sanctorum (siglo XV), en 20, 40 y 60 años. Hallándome encantadísima en la segunda cifra, rodeada de los corales que me recordaban mi reciente viaje al fondo del mar, constaté que la imaginación es un factor determinante para exprimir cada momento de la vida. El abanico de las experiencias personales que esta capacidad para concebir ideas nos brinda lo supone todo. “Estamos de acuerdo”, apareció el descortés columnista de nuevo, “y por cierto, el duque de Híjar no ha querido comprar el soberbio retrato que le ha pintado Rafael G. Zapatero”. El sol de enero brillaba perezoso sobre nuestras cabezas. “¡Vaya!”, dije, y me eché a reír.

Lo último en Opinión

Últimas noticias