Las bodas de sangre de Vicente Aleixandre

Vicente Aleixandre
  • Pedro Corral
  • Escritor, investigador de la Guerra Civil y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

Sobrepasado por la decisión de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, de impulsar la salvación definitiva de Velintonia, la residencia de Vicente Aleixandre, lugar de encuentro de varias generaciones de poetas, a Pedro Sánchez se le ha ocurrido montar un corralito alrededor del poeta de Espadas como labios para sustraerlo de los que aprecian su figura y su obra sin etiquetas políticas.

Este intento desesperado de politización del Nobel, mediante su declaración de «víctima del franquismo», ha sido denunciado por el consejero de Cultura madrileño, Mariano de Paco. Asegura que el objetivo de Sánchez es usar a Aleixandre como un nuevo ladrillo de su muro para dividir a los españoles y para ocultar la desidia gubernamental respecto a la protección de su legado.

Sánchez trata de acordonar al poeta de Velintonia dentro de una parcela reduccionista, ajena a su excepcionalidad humana y literaria. Una parcela baldía en la que el poeta cuente tan solo como una víctima a la que reparar de los daños del tiempo que le tocó vivir, pero sólo de una parte de esos daños, los que convengan al relato. Con ello, su existencia resultará tan ininteligible que dentro de unos años habremos de reparar al Nobel de los efectos que sobre ella causó la «memoria democrática».

Porque para esta supuesta ceremonia de desagravio de sí mismo habrá que empezar por incinerar sus propios testimonios. Como cuando escribía a su amigo José Antonio Muñoz Rojas el 26 de mayo de 1939 para darle cuenta de sus vicisitudes en la guerra, entre ellas su frustrado asesinato y su posterior detención por las fuerzas frentepopulistas, como recordaba días atrás Jaime G. Mora en ABC: «Creo que te he dicho que me salvé de una muerte segura (cuando fueron los rojos a matarme aquel verano sangriento) porque no estaba en casa ni en Madrid, que estuve después detenido, que en noviembre de aquel año estuvimos otra vez perseguidos por encontrar en nuestra casa (donde no estábamos) aquellas fieras una guerrera de mi padre, militar retirado; que mi tío nos refugió en su casa y que aquí hemos pasado sin poder salir de la zona, fichados, y esperando con esperanza el término día a día de aquella pesadilla […] Nuestra casa de Madrid ya te he dicho que nos la saquearon los rojos, y que finalmente nos la destrozaron y demolieron».

Aleixandre mostró en la guerra su adhesión a la causa republicana en manifiestos y colaboraciones en organizaciones y publicaciones antifascistas, pero a pesar de ello no se veía libre de la amenaza letal de los frentepopulistas. Al mismo tiempo eran asesinados, uno en cada bando, Federico García Lorca y José María de Hinojosa, sus compañeros de generación poética. Del segundo de ellos, Aleixandre dijo que «fue el poeta de más entusiasmo surrealista que tuvimos».

«Vicente Aleixandre estuvo contra Franco, siempre a favor de la libertad y en contra de la dictadura, pero no fue víctima del franquismo», señalaba Luis María Anson en un reciente artículo. Aludía el académico a su exilio interior, que ya comenzó en la misma guerra, refugiado y aislado del mundo en la casa de su tío Agustín en la calle Españoleto, o al respeto que le guardaban los falangistas.

También citaba Anson su cumplidora dedicación a la Real Academia Española. Bien podría añadirse que tanto su elección en 1949 como su ingreso en la docta institución al año siguiente, con asistencia de figuras destacadas de la dictadura, como Ramón Serrano Suñer, fueron profusamente ensalzados por la prensa del régimen.

En los años posteriores a la guerra, Aleixandre ayuda económicamente al poeta Miguel Hernández, encarcelado, y a su mujer, Josefina Manresa. Además, se ocupa personalmente de las gestiones para que Josefina cobre una pensión por el asesinato de su padre, el guardia civil Manuel Manresa Pamiés, a manos de milicias anarquistas en Elda (Alicante) en agosto de 1936.

En esta misión, finalmente frustrada, contó con la ayuda de su amigo José Luis Cano, cuyo padre, el general Enrique Cano Ortega, era una importante figura del nuevo régimen, como vocal del Consejo Supremo de Justicia Militar, que aprobaba o denegaba estas pensiones.

Más suerte tuvieron los propios hermanos Aleixandre Merlo, pues las autoridades franquistas les concedieron en enero de 1941, a solicitud de Concepción, una pensión por valor de 2.250 pesetas por la muerte de su padre, Cirilo Aleixandre Ballester, coronel de ingenieros retirado, fallecido en marzo de 1940. En estos procesos primaba la acreditación de que el finado había sido partidario del alzamiento militar o víctima de la persecución «roja», como lo fue al ser depurado de su cargo directivo en una compañía de ferrocarriles.

De la vida social de los Aleixandre anterior a la guerra queda un testimonio significativo, candidato también a la hoguera de las veleidades sectarias. El 8 de julio de 1933, según los ecos de sociedad de ABC, Vicente Aleixandre y su padre asistieron en la iglesia de la Concepción a la boda de Isabel Pitarch Ruiz con el capitán de artillería Fernando López-Villadecabo Espinosa.
Aquellas nupcias se convertirían tres años después, a causa del golpe militar y la guerra, en bodas de sangre. El novio fue fusilado por los gubernamentales en Montjuich en noviembre de 1936 por la sublevación de su regimiento de artillería en Mataró, aunque afirmó en su descargo que solo cumplía órdenes.

Un testigo del enlace, el coronel de artillería Manuel Thomas Romero, murió en 1937 en un campo de prisioneros republicano después de ser condenado a cadena perpetua por alzarse contra el gobierno en Vicálvaro. El coronel Thomas aseguró que nunca se sublevó. Un oficial declaró que se entregó a las fuerzas gubernamentales después de que el director general de Seguridad le dijera que el presidente Azaña estaba con el alzamiento y que reclamaba su ayuda para desarmar a las milicias.

Otro testigo de aquella boda, Juan Gómez-Landero Moreno, murió días antes del final de la contienda, víctima «de las privaciones y torturas pasados durante la dominación roja», según ABC. Su hijo José María, abogado, había fallecido en 1937 en un hospital penitenciario por una enfermedad contraída en la cárcel frentepopulista de Porlier. Allí llevaba preso seis meses a la espera de juicio por haber felicitado a José Calvo Sotelo con una tarjeta de visita que incluía un «¡Viva España!».

El padrino de la novia fue su hermano el capitán de aviación Andrés Pitarch Ruiz. Condenado en 1939 por los franquistas a seis años y un día de prisión por permanecer al lado de la República, al poco tiempo fue indultado y puesto en libertad. Los vencedores consideraron que era de «reconocida significación derechista» y que no pudo sumarse a la sublevación en Cuatro Vientos por hallarse de permiso.

Detenido en abril de 1938 por las autoridades frentepopulistas, Pitarch pasó el resto de la guerra en la cárcel a disposición de un Tribunal de Espionaje, Alta Traición y Derrotismo. Vicente Aleixandre sería testigo en la boda de su hija María en junio de 1958.

En esta relación de dolor y muerte oculta bajo la feliz noticia de un casamiento en 1933 se inscriben las propias penas y angustias de Vicente Aleixandre y su padre, retratados entre las ruinas de su mundo de ayer, en el paisaje devastado que la guerra dejó en todos los universos íntimos de familiares y amigos.

En ese paisaje resuena en silencio la humanidad doliente de todas las víctimas, a resguardo de los burócratas de la «desmemoria histórica», empeñados en clasificarlas, estampillarlas y manipularlas burdamente a golpe de decreto. Solo para cavar otra vez trincheras entre los españoles con un odio tan oscuro y siniestro como un viejo cuajarón de sangre «sin destello y sin numen», como cantaba el propio Aleixandre.

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